30 de octubre de 2024
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Ganas de trabajar

Ganas de trabajar

He leído en un periódico, con gran desazón, unas declaraciones de alguien que, muy ufano, declaraba perlas como “si supieran los jefes la cantidad de tiempo que empleamos en el trabajo en buscar otro empleo…”

Y esto de lo que presumía esta persona pone de manifiesto varias cosas: primero, una absoluta falta de profesionalidad que dice bastante de quien así piensa (en mi pueblo se les llamaba “sinvergüenzas”); segundo, se trata de una total falta de respeto hacia la empresa y hacia sus compañeros; por último, demuestra una clarísima injusticia rayana en la estafa: cobrar un sueldo por no hacer su trabajo.

Pero, en el fondo, todo esto no son otra cosa que los síntomas de una sociedad enferma. Nos quejamos de la baja productividad de los trabajadores españoles. Pero la causa de esta baja productividad es, en la raíz, la actitud que tenemos ante el trabajo: andamos inmersos en una sociedad que adolece, entre otras cosas, de una notable falta de “ganas de trabajar”. Lo que sí se tienen son ganas de “tener un empleo” o de “ganar dinero”, que no es lo mismo.

No hay ganas de trabajar cuando uno se limita a cumplir escrupulosamente y de mala gana con sus tareas, negándose en rotundo a dar ni un paso más de lo que es la estricta obligación. ¡Cuántas veces hemos oído eso de “a mi no me pagan para eso” o “para lo que me pagan, bastante hago”!.

No hay ganas de trabajar cuando una persona aspira a tener un empleo sólo para que le sirva de trampolín para otro mejor remunerado, dedicando parte de su horario de trabajo a tal fin e importándole medio bledo la calidad de su propio desempeñ, o siquiera si se hace o no. Tampoco hay “ganas de trabajar” cuando un empleo se asume como algo que sirve para engordar el CV, como si se tratase de las muescas que hacían en sus revólveres los pistoleros del salvaje oeste americano del siglo XIX.

No hay ganas de trabajar cuando uno se apunta a tropecientos cursos (incluidas carreras universitarias) para obtener otros tantos títulos y presumir de ellos (con su reglamentario reflejo en el CV), pero realmente no se tiene la más mínima intención de aprender nada ni, por supuesto, de mejorar nada.

No hay ganas de trabajar cuando las ilusiones profesionales se aparcan debajo del felpudo de casa hasta que se pudren y uno llega a su puesto de trabajo amargado, despotricando contra todo lo que se menea y se está quieto y culpando de todos los males del mundo al primer compañero que pase por su lado, sin asumir jamás ningún error. “Yo nunca he cometido ningún error”, me contestó una persona, no hace mucho, en una entrevista de trabajo.

O cuando la jornada laboral la convertimos en una constante protesta contra “la empresa”, basándose en una envidia malsana de “los pingües beneficios que tiene porque lo único que hace mi jefe es explotarme”.

No hay ganas de trabajar cuando lo que se pretende es, simplemente, ganar suficiente dinero para poder vivir como un rajá, demandando toda clase de servicios de todo el mundo, a ver si, con un poco de suerte, podemos apuntarnos a la archidesconocida “sopa boba”.

Hace unos días mantenía una conversación con dos compañeros de trabajo (licenciados universitarios ambos) en la que les comentaba que en las entrevistas de selección que hago, cada vez me encuentro menos ganas de trabajar (Percepción, por cierto, compartida por la mayoría de los colegas con los que hablo). En mis tesis defendía que “ganas de trabajar” quería decir comprometerse con las tareas, deleitarse con la satisfacción de acabar el trabajo y acabarlo bien: ¡Hacerlo bien! ¡¡caray!!. Ganas de trabajar quería decir que todo trabajo (honesto) es el mejor del mundo (y, por supuesto, dignísimo) mientras no se encuentre otro mejor y, por lo tanto, no existen, repito, NO EXISTEN trabajos basura. Bueno, sí existen: trabajo basura es aquel que ejerce el “chorro” de turno y que se “forra” dando “pelotazos” hasta dar con sus huesos en la cárcel. Ese sí es un trabajo basura. Pero el sueldo (más grande o más pequeño) que uno se gana con esfuerzo, sacrificio, sudor (si el trabajo es físico), o dolores de cabeza (si es intelectual),… ese es un trabajo extraordinario.

“Ganas de trabajar”, consiste en definitiva, en “AMAR” el trabajo bien hecho, y para eso hay que poner, CADA MAÑANA, la misma ilusión profesional que tuvimos el primer día que trabajamos, y la misma exigencia y premura en terminarlo que tendremos el día anterior a nuestra jubilación.

En “Una historia del Bronx” (película altamente recomendada para todo el mundo) Lorenzo Anello, un modesto y honrado conductor de autobús, le dice a su hijo Calogero cuando éste se admira del coraje que demuestra Sonny, el jefe mafioso del barrio: –“¿Coraje?, le dice Lorenzo a su hijo. Te voy a decir lo que es coraje: Levantarse todos los días a las seis de la mañana, con ganas o sin ellas y conducir un autobús durante ocho horas diarias. Eso es coraje.”

Eso son ganas de trabajar.

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