La última película del director hindú M. Night Shyamalan, La Joven del Agua, narra una historia sobre la magia y la realidad, sobre la ilusión y lo cotidiano, un dilema al que la empresa actual se debe enfrentar para retener e implicar a sus mejores profesionales y poder conseguir resultados extraordinarios.
La Joven del Agua es una película que Shyamalan ha escrito y dirigido, a partir de una historia que les contaba a sus hijas. En ella nos relata que hace muchos años las ninfas del agua convivían con el hombre, ellas daban consejo a los hombres y estos vivían en armonía gracias a ellas. Pero el hombre “evolucionó”, y arrastrado por su propia vorágine olvidó cómo escuchar.
Esta leyenda, Shyamalan la traslada con maestría a la época actual, donde una ninfa proveniente de un mundo acuático, va a una pequeña comunidad de vecinos para revelar un secreto que puede cambiar la humanidad. Poco más se debe contar del guión de esta película, para que su visionado no pierda interés ninguno. Sin embargo es más que suficiente para plantear uno de los nuevos retos a los que se esta enfrentando la empresa: la implicación de su plantilla para lograr resultados extraordinarios.
De igual forma que al ver la película de Shyamalan choca fuertemente la posibilidad de que puedan coexistir en el mundo actual un plano “mágico” con el plano real, a los directivos les sigue costando el manejar un plano “emocional” que coexista con el plano profesional de sus equipos.
Según los últimos estudios, el salario no es el elemento decisivo para plantearse un cambio de empresa. Cada vez más los profesionales españoles consideran otro tipo de aspectos (más cualitativos, mas subjetivos) con los que evaluar su empleo. En respuesta a está realidad, cada vez más generalizada, las empresas van reaccionado, abordando programas de conciliación de la vida profesional y personal, implantando culturas corporativas a través de un conjunto de valores y principios, con políticas de responsabilidad social corporativa, etc.
Pero estas medidas, que son muy interesantes, sólo son la punta del iceberg. Los directivos deben trasladar ese espíritu al día a día, y crear “ilusiones” que motiven a sus equipos, que los enganchen con su trabajo, con sus proyectos, con la empresa.
Para ello el primer paso es la optimización del talento. Es necesario analizar cada una de las personas que componen el equipo y, de una forma consensuada, ubicarles en aquella tarea o responsabilidad en la que puedan aportar un mayor valor a la compañía. En La Joven del Agua se puede ver un claro ejemplo que ilustra muy bien este planteamiento: cuando el protagonista, Cleveland, el portero de la pequeña comunidad de vecinos, un hombre gris y sin ninguna inquietud, se va trasformando en una persona carismática a medida que cambia su rol. Cuando encuentra una tarea que encaja con sus cualidades, con su potencial, cambia radicalmente, desarrollando actitudes y habilidades que antes eran impensables en el personaje.
La optimización del talento es un paso necesario pero no suficiente para lograr resultados extraordinarios. El verdadero secreto reside en crear “ilusiones” que despierten la chispa en cada persona. Ilusiones que marquen la diferencia entre un trabajo acabado y un trabajo excelente, entre un cliente atendido y un cliente enamorado. Ilusiones que consigan que las personas aporten ese plus diferencial. Y para ello no es necesario de un mayor aporte en tiempo, eso está obsoleto. Para ello es necesario un aporte en creatividad, en implicación … un valor añadido que sólo se consigue cuando los profesionales disfrutan en su trabajo.
En la película de Shyamalan, la ilusión la aporta la ninfa. Mejor dicho, la ninfa es el catalizador capaz de despertar la ilusión en el protagonista. Es ella quien aparece como una oportunidad de cambio, que encaja a la perfección con las necesidades personales de Cleveland, y que le despierta la ilusión que le falta, que unida a su talento personal le permite abordar un proyecto extraordinario.
Las ilusiones tienen una característica común: son personales. Es decir, cada uno de nosotros, en función de nuestro momento personal, de nuestra forma de ser, de nuestras circustancias, nos ilusionamos por un motivo diferente. Por eso, el responsable del equipo debe buscar, aprovechar o crear ilusiones personalizadas que toquen a cada persona donde lo necesita: una oportunidad de negocio, un cliente conflictivo, un proyecto destacado, una responsabilidad interna… son posibles “ilusiones”, posibles “ninfas”, que pueden desencadenar ese valor añadido.
Resultados Extraordinarios = Talento + Ilusión
Esta es la fórmula que lo resumen todo: optimiza el talento de tu equipo, consigue encontrar el mejor sitio para cada persona, y ofréceles una ilusión por la que les merezca la pena implicarse, siendo creativo y conociendo las necesidades de cada persona, y sin duda conseguirás grandes resultados.
El siglo XXI plantea nuevos paradigmas en management, pero casi todos tienen un elemento común: las personas. En las personas está el poder para conseguir los objetivos o para quebrar una compañía, para diseñar productos diferenciales u ofrecer un servicio gris al cliente. En una era marcada por las personas, sin duda el arte de dirigir se ha convertido en el arte de saber encadenar ilusiones.
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