Vuelvo otra vez al tema que más nos aturde desde hace un par de años. Esta semana pasada leía en un periódico que el cerebro de las personas en estado vegetativo reacciona cuando se les habla, y que algunos pacientes en esta situación de coma pueden escuchar y entender lo que se les dice. Esto, independientemente del avance que representa para la medicina y de las repercusiones que podría tener –imagino- en las donaciones de órganos, me demuestra que el cerebro de algunos a los que consideramos muertos parece estar más vivo que el de muchos que, diariamente, se levantan por la mañana, hacen sus labores habituales y se acuestan por la noche para repetir lo mismo al día siguiente, al otro, al otro y al otro. A estos les voy a llamar anestesiados, y entre ellos me incluyo, aunque voy despertando.
Somos capaces de movilizarnos para acudir en masa a eventos deportivos, culturales, feriales, políticos, etc. y permanecemos impasibles, anestesiados, ante hechos de infinita gravedad social y humanitaria, como es el de la inmigración masiva, entre otros.
¿Qué tiene que suceder para que actuemos? ¿Y para que actúen los responsables de inmigración, Gobierno, Interior y Trabajo y Asuntos Sociales? ¿O es mejor que no hagan nada estos últimos? Estos “responsables” son los que nos mantienen anestesiados con falsas esperanzas de solución, de contención del problema. Viajes allí, patrullas acá, declaraciones enérgicas, gestos manidos…
En Canarias empiezan a despertar, aunque de manera preocupante e incorrecta. Parece ser que ya se empiezan a proferir expresiones como “negros de mierda” ante la llegada incesable de africanos, según puedo leer en una nota de agencia. Y nosotros con nuestra vida diaria, como si no pasara nada; y los anestesistas echando balones fuera, mandando soldados por el mundo a “mantener la paz mundial” cuando en las islas no hay medios ni efectivos.
Y además, según he oído decir ayer a un representante sindical de la policía, la entrada de inmigrantes por la frontera con Francia es igual de escandalosa que la llegada de cayucos por mar, aunque sin muertos de por medio no llama tanto la atención.
¿Tan difícil es hacer algo? ¿No se pueden exigir responsabilidades a los anestesistas? ¿Por qué siguen negando la evidencia del efecto llamada y se niegan a actuar con eficacia y a aportar soluciones? ¿Están o no preparados para aportar esas soluciones?
No hay que remontarse mucho en el tiempo para darse cuenta de que, aún existiendo entonces inmigración ilegal y cayucos (antes pateras), ha sido desde la regularización extraordinaria de inmigrantes cuando nuestro país se ha visto desbordado por la masiva y trágica afluencia de subsaharianos (como se les denomina genéricamente). Y las previsiones son muy pesimistas.
Es significativo el artículo “3.000 ahogados, el doble de víctimas que en El Líbano” de Franco Frattini, comisario europeo de Seguridad y Justicia, que publicaba El Mundo del Siglo XXI; uno de sus párrafos decía lo siguiente:
“Debemos evitar el gravísimo error de atrincherarnos como en una fortaleza, pero también el error igualmente grave de abrirnos irresponsablemente, desdeñando tanto las razones de la economía (que hacen posible el control de la inmigración) como las de la convivencia y el respeto por los valores de nuestra Europa. Combatir el trabajo clandestino, dar a conocer este nuevo compromiso y ofrecer una información correcta significa dar un paso decisivo en el control de una inmigración que deberá ser severa, pero justa”.
Pues el Gobierno actual ha seguido al pie de la letra lo de no atrincherarse como en una fortaleza y ha hecho caso omiso del resto. Y ahora no saben qué hacer, más que anestesiar.
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