Hay otra reflexión sobre el mismo tema que quiero poner encima del tapete. Cuando hablamos de “conciliación” acabamos hablando de compatibilizar horarios profesionales con escolares, permisos por maternidad y/o paternidad (por cierto, ¿se cumplen? ¿cuántas veces hemos oído quejarse amargamente –o cosas peores– a un jefe por una maternidad?). Incluso se plantea el tema del teletrabajo como uno de los pasos más avanzados en la concesión de derechos de la empresa para con sus empleados. (Otro día entraré a analizar si este tipo de acciones empresariales son derechos concedidos graciosamente, o son otra cosa.)
Pero hay un aspecto que constituye un auténtico problema para las familias y que rara vez se habla de él. Me estoy refiriendo a las vacaciones escolares de los hijos que no tienen edad suficiente para quedarse sólos en casa. Y cuando se ha hablado, se han sugerido soluciones al revés, pensando antes en el trabajo que en los hijos. Así se ha llegado a afirmar, incluso desde publicaciones que pretenden (¡y presumen!) proteger a la institución familiar, que la solución pasa por reducir las vacaciones escolares a un mes, para que la madre o el padre no tengan que faltar al trabajo. Es decir, se propone que la solución pasa por plantear la escala de valores en un “primero, mi trabajo”, y “después, mi familia”. A mi no me parece la solución más adecuada.
Y este es un tema que las empresas no pueden volver la espalda, ni mirar hacia otro lado Y aquí mi reflexión ¿no existe alguna solución más imaginativa? ¿No se podría plantear, por ejemplo, diez días extras de vacaciones, cinco a cargo de la empresa y cinco a cargo del trabajador/a, para ambos padres, para cubrir los dos meses de verano sin renunciar a las vacaciones familiares? (Imagínense un matrimonio con dos o tres hijos en pre-adolescentes pueden gozar del siguiente régimen vacacional: uno de los progenitores tiene unas vacaciones que van desde el 1 de julio al 10 de agosto, y el otro, desde el 20 de julio al 31 de agosto. Al cabo, esos cinco días de merma de sueldo de cada uno de los padres, compensaría con creces, el ahorro del campamento de turno a trescientos euros la tanda. Además tiene la ventaja de implicar a los padres (varones) que, a veces, buena falta les (¡nos!) hace)
Además de soluciones de este tipo se podrían combinar con otras, tales como el teletrabajo, pongo por caso. O compensación con horas repartidas a lo largo del año o de un periodo concreto. O una combinación entre ambas, o entre las tres soluciones expuestas. U otras que se nos puedan ocurrir. Al fin y al cabo, como sostienen en el Museo Guggenheim, de Bilbao, “cien empleados, cien excepciones”, o, como dice un colega mío, “la regla de oro en RR. HH. es que las normas hay que cumplirlas escrupulosamente… salvo cuando hay que saltárselas”
Y este es el reto no es de los políticos, ni para los agentes sociales, sino para nosotros, para “los de recursos humanos”.
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