28 de diciembre de 2024

El señor Lobo

El señor Lobo

De nuevo me voy a servir del cine, en concreto de una frase gloriosa pronunciada en una película de Tarantino, Pulp Fiction, por un personaje conocido como Sr. Lobo (Harvey Keitel), para editorializar sobre un tema que me llama la atención algunas veces, sobre todo cuando ojeo determinadas revistas y publicaciones de contenido empresarial: los premios.

La frase, no reproducible aquí por motivos que los que investiguen un poco sobre la misma entenderán, se pronunciaba escenas después de que dos matones, interpretados por John Travolta y Samuel L. Jackson, volaran y esparcieran la cabeza de un joven, de un tiro y por accidente, por el interior del coche en el que viajaban; el Señor Lobo, experto en ayudar a los demás a resolver y esquivar problemas, organiza la logística de limpieza del coche, de los matones, de la desaparición del vehículo y del cadáver; cuando los dos involucrados, ya limpios de sangre y vísceras y con unos atuendos deportivamente ridículos, dan por solucionado el asunto, el señor Lobo les pone los pies en el suelo emitiendo la susodicha frasecita.

Esa misma frase es la que me viene a la cabeza cuando, como decía antes, ojeo esas publicaciones. ¿Por qué? Porque nada más empezar a leer me veo rodeado de certámenes y premios de distinta categoría y consideración, algunos bastante conocidos y de larga trayectoria, que suelen reunir todos los años, salvo contadas excepciones, a las mismas empresas y directivos, que intercambian posiciones en el ranking final, edición tras edición, como si se tratara de cromos. Las mejores empresas para trabajar, las empresas más admiradas, las que mejor concilian la vida laboral y la personal, las que tienen mayor número de mujeres directivas, las que más venden, las que más esto, las que mas aquello… foto aquí, posado allá… Todo muy bonito y todo muy bien, y el próximo año más, y al otro y al otro….. Me imagino al señor Lobo soltando la frase gloriosa al terminar la entrega de premios; muchos se escandalizarían, los más cabales se reirían y aplaudirían (creo).

Sinceramente, por poner un ejemplo, que una alta directiva o directivo de un laboratorio farmacéutico o de un fabricante de neumáticos pueda, gracias a las políticas de conciliación establecidas en su empresa, salir a las 18,30h sin retraso, obligar a sus colaboradores (subordinados en realidad) a no prolongar su jornada, recoger a sus hijos en la guardería de la empresa y disfrutar de ellos el resto del día, desconectar los fines de semana, reducir los viajes gracias a la tecnología…. me parece perfecto, pero no me afecta ni positiva ni negativamente, ni me interesa que eso pueda ser premiado, porque sólo es real para un 0,1% de la población activa, tirando muy por lo alto, y no produce ningún beneficio al resto de trabajadores.

También me da igual que esta empresa venda mucho, y que se la premie por ello; a saber qué cantidades descomunales despilfarra cada año en marketing para obtener esas ventas y ese premio. También me da igual que esta otra empresa invierta mucho en RSC en beneficio, sobre todo, de sus accionistas. Soy de los que piensa que si alguien ayuda al prójimo o a su entorno y lo promulga a los cuatro vientos, hay que desconfiar. Prefiero a una familia anónima que viaja a China a adoptar a una niña, que a saber qué le depararía el futuro de seguir allí, que a una empresa que arregla la fachada de un edificio histórico (¿obra social?) y se gasta tres veces más en una campaña de publicidad para vocear lo buenos que son.

¿Qué pretendo decir con todo esto? Sencillo. Creo que es necesario convocar galardones que premien a aquel directivo capaz de solucionar de manera equilibrada un conflicto laboral que paraliza a todo un país. Es necesario premiar a aquella empresa que, gracias a una política de prevención adecuada, ha conseguido evitar la muerte de 30 trabajadores en un año, y que su modelo pueda ser aplicable a un gran número de compañías. Hay que premiar al empresario que ha evitado que la producción de un determinado producto se vaya a otro país más “barato”. Se debe premiar al político que consiga que podamos cobrar nuestra pensión dentro de 25 años, no al que nos avisa que nos vayamos haciendo un plan privado de pensiones porque la cosa está muy mal. Premiemos al que consiga que la inmigración sea ordenada y legal, al que establezca en su empresa los mismos derechos y condiciones para las embarazadas que los que tienen las trabajadoras suecas, etc.

Si no queremos que el señor Lobo nos haga escuchar su frase famosa, y nos ponga los pies en el suelo, premiemos cosas importantes y de interés general, no banalidades de cara a la galería, para llenar revistas, comer canapés y fardar con los colegas. Intentaré dar ejemplo en el futuro en este periódico.

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