La reforma laboral que ha quedado plasmada en el Real Decreto Ley 5/2006 publicado en el BOE del pasado 14 de junio es como un juego de “Trileros”. Ya saben, ese en el que se coloca una bolita debajo de uno de tres cubiletes que se mueven en todas direcciones rápidamente para que el espectador, en teoría atento, descubra si no se ha mareado en cual se escondió.
Los tres cubiletes son los ejes centrales en los que se ha basado la Reforma y que, en su día, constituyeron el llamado Acuerdo para la Mejora del Mercado de Trabajo.
El primero la limitación de la temporalidad a través de alterar la naturaleza de las cosas, retorcer el ordenamiento jurídico y convertir los contratos eventuales en contratos con fecha de caducidad. Es contra natura que el contrato por obra deje de depender de la realización de la obra, para someterse a un plazo fijo de veinticuatro meses en los que el trabajador “adquirirá” la condición de fijo.
Otro cubilete es dinero en forma de subvenciones y reducciones en cuotas de la Seguridad Social que, algunas veces, no están del todo mal (por ejemplo, la reducción de cotizaciones para las Empresas de Trabajo temporal), pero que otras al final del camino y si se produce un despido en el plazo de tres años, en coste real para el empresario, no supondrán nada.
El último es la subcontratación a la que someten a un férreo control sindical (de hecho han inventado un nuevo “Libro Rojo”, como aquel que hizo famoso mi amiga Cristina Almeida); el aumento de las fuerzas de inspección de trabajo y la siguiente reforma (firmada días después) que limita y cercena los derechos de pre y jubilación en nuestro Sistema.
La bolita es el sufrido empresario a quien, una vez más, le metan en el cubilete que le metan, le van a marear seguro.
Pero en todo juego de Trileros siempre hay un “gancho” un espectador, en teoría ajeno al jugador, que apuesta inicialmente ganando siempre para animar a la parroquia a invertir sus euros en el envite. Y ese ha sido el Gobierno, me atrevería a decir que hábilmente alentado por los sindicatos.
Desde el principio se ha lanzado un mensaje de que esta reforma era muy “Light” e insignificante, cuando su calado de judicialización de la contratación y de alteración de la naturaleza de los contratos es tremenda.
Después se anunció a bombo y platillo que la Reforma entraría en vigor el 1 de julio, una vez cumplidos los trámites de publicación en el BOE y haber consultado a las fuerzas políticas parlamentarias. Pues bien, la parte más sensible para los empresarios, aquella en la que se podría actuar antes de la entrada en vigor ajustando situaciones contractuales y revisando los contratos por obra o circunstancias de la producción, se hizo entrar en vigor al día siguiente de la publicación en el BOE, es decir el 15 de junio de 2005. Pillando a los empresarios por sorpresa y sin capacidad de reacción, de forma que se consolidaron situaciones contractuales que se estaba estudiando revisar.
El Gobierno, así, se aseguró que a ningún empresario se le ocurriera finalizar contratos eventuales y poner el contador a cero. Y lo hizo eficazmente.
Perfecto engaño: ¡Hagan juego señores! ¿Dónde se esconde la bolita?
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