Ilusión, compromiso y gestión del talento
Cuentan que el maestro Peter Drucker puso en apuros hace tiempo a un directivo cuando se le ocurrió preguntarle: “¿Qué hace usted para justificar su presencia en nómina?” Aunque la anécdota es conocida es harto probable que hoy día más de uno se encontraría en aprietos para dar una respuesta convincente. Del mismo modo, recientemente un conferenciante sorprendía a su auditorio al pedir que levantaran la mano los que cuando eran interpelados por sus hijos sobre qué hacían en sus empresas respondían: “Yo me dedico a crear valor para el accionista”.
Ambas anécdotas, además de aflorar una saludable sonrisa, nos deben de servir para reflexionar sobre diversos aspectos de la función directiva, en general, y sobre la función de dirección y gestión de recursos humanos, en particular. Función que, por otra parte, de alguna forma es tarea de cualquier mando que tenga alguna persona a su cargo o bajo su responsabilidad.
Ciertamente, el mundo de la gestión está lleno de tópicos y lugares comunes. Es frecuente escuchar a directivos veteranos lamentarse de haberse dedicado demasiado a lo urgente y poco a lo importante (entre lo que suele estar la familia y su propia vida personal) o comentar -casi confidencialmente- que les gustaría ser recordados como “una buena persona” en vez de cómo un directivo de éxito, aunque su trayectoria profesional no esté muy de acuerdo con estas confesiones postreras.
Personas, personas, personas.
Recientemente el filósofo, catedrático y enciclopédico José Antonio Marina, una de las personas con mayor clarividencia de la sociedad española actual, hacía un ruego: “Eduquemos a los niños para formar buenas personas, no para obtener ingenieros”. Lo curioso es que esto se puede conseguir casi siempre aplicando la buena voluntad y el sentido común, especialmente en el seno de la empresa. Bajo estas premisas jamás se le dirá a un colaborador: “Esto es lo que hay”, porque no se logrará su motivación sino más bien su resignación. Es el argumento típico de personas sin formación adecuada, ni sensibilidad social, los denominados “mal ascendidos”.
Al cabo, no se trata de convertir a empresas y directivos en entidades y sujetos benéficos. Son evidentes su misión y objetivos. Pero, conviene reflexionar de vez en cuando sobre el hecho incuestionable de que las empresas son lo que son las personas que las integran. Richard Deupree, CEO de Procter & Gamble de 1948 a 1959, declaró en una ocasión: “Si un día nos dejasen nuestro dinero, nuestros edificios y nuestras marcas pero nos quitasen a nuestra gente, nuestro negocio de hundiría. Sin embargo, si un día nos quitasen nuestro dinero, nuestros edificios y nuestras marcas, pero mantuviésemos a nuestra gente, en una década lo habríamos reconstruido todo”. Por lo tanto, sólo hay que actuar en consecuencia.
Los comentarios están cerrados.