No cabe duda de que los tiempos están cambiando, y ello afecta a todos los órdenes de la vida, tanto a lo personal como a lo empresarial. Pero hay muchas cosas que, a pesar de estas transformaciones, por los siglos de los siglos, seguirán iguales. Entre ellas, el estilo de dirección en las empresas familiares.
Aunque en los últimos tiempos en las empresas familiares se han incorporado nuevas generaciones, mejor preparadas, con una visión mucho más global de los negocios, con una clara vocación de crecimiento y mejora de lo heredado, aún no es suficiente.
Siguen fallando, en la mayoría de ellas, valores fundamentales para que la gestión de los recursos humanos sea concebida como una herramienta indispensable, necesaria y de obligado cumplimiento.
Sigue faltando la confianza.
Confianza en que los profesionales contratados son capaces de mirar por la empresa como el mejor de sus dueños, aunque no sean estos. Confianza en que todo trabajador que se incorpora no debe ser un “supuesto” ladrón que sólo quiere llevarse lo que me corresponde como patrón. Confianza en que, dejando hacer, se consigue más que imponiendo.
Sigue faltando una gestión de recursos humanos.
Poco a poco se va consiguiendo, aunque estoy seguro que dentro de pocos años será habitual (como ya está ocurriendo en muchas pymes familiares) que no sólo se invierta en maquinaria, instalaciones o publicidad, sino, también y de una manera mucho más rentable, en las personas.
Está muy bien que los dueños de las empresas familiares, el gran tejido empresarial español, miren por sus negocios y busquen la mejor manera de retornar sus inversiones, no sólo económicas, pero ello no debe estar reñido con la apuesta clara y decidida por los profesionales que con ellos trabajan y que, no lo olvidemos, ayudan a que las compañías crezcan.
El ojo del amo engorda al caballo, pero es el capital humano el que le da de comer.
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