Pido perdón, para no sufrir represalias, no sea que algún día no tenga donde caerme muerto y no me quieran ni como último recurso -humano, claro-. La culpa de que yo escriba aquí la tiene el editor y así, por tan poco tiempo con tan poco tino, envuelto en el estrés y la confusión de mi actividad diaria. Un poco harto del infeliz mundo que nos ha tocado vivir, me da la oportunidad de embestir contra quienes no son poco responsables de esa infelicidad y decir aquí todas las tonterías que se me ocurren, que creo yo que me dejan. O no. ¡Ya veremos! Pobrecitos ellos, esos directores, encargados de una tarea tan difícil como administrar recursos de esos llamados humanos y yo, aquí, como atacando a la profesión. Esos pobres mandos intermedios, sufridores como la mortadela en el sándwich que muerde con irracional instinto el niño, el hambriento, o el tocado por la gula. Tan salaos ellos, con esa piel de cordero tan bonita y llena de rizos y enredos, y quien vea lobos se equivoca, que a los buenos no se les nota, o sí. Y es que la gente cada vez sabe más -por culpa de Internet, claro- y esos humanos, que por ocho horas diarias se convierten en recursos, cada vez creen menos de todo y a los puñeteros cada vez es más difícil hacerles felices, de verdad, aunque, de verdad, a quién le importa
Y es que, fíjense, que entre el capital que engorda y el trabajo superviviente -cada uno a lo suyo, claro-. Los heroicos DDRRHH, como Gary Cooper, solos ante la hipocresía y la necesidad, enfrente de los portales de empleo y las simetrías de información, ven como pasan las horas y las amenazas, y el miedo, crecen pero a la vez les ayuda a fortalecer su espíritu para afrontar ese duelo contra empleados preparados, escasos, cada vez más informados y exigentes a los que convencer con la piel de cordero. Y, menos mal que quedan los jóvenes y los inmigrantes. ¡Benditos sean! Y las “litronas” o la esperanza de una vida mejor para ser lobo, eso sí, manteniendo al margen del duelo a la protagonista del momento, a la más estelar y elegante: La reputación corporativa, que desde arriba y en la distancia observará con gesto preocupado pero segura de la lucha por mantenerla protegida del “rifi – rafe” de buenos y malos, según quien los mire. Pero cuidado con los “profit warning” y las regulaciones competitivas de empleo y el “sursum corda”, que esto cada vez esta más enredado, aunque siempre queda el recurso esclarecedor de uno de esos libros de “management” que se compran en los aeropuertos o en esos sitios con marca de persona importante, seguramente escrito por un clarividente norteamericano sobre manejo humano de los recursos humanos en las organizaciones, para “volver a cargar pilas”, creérselo otra vez, aunque no todos saben lo bien que escriben los norteamericanos sobre el tema y lo poco que lo practican en sus corporaciones cada vez más capitalistas y atacadas de urgencias y miopía.
En fin, y como decía aquel: ¡y yo que sé! Pero si algo sé, se me ocurre cambiarle el nombre al artefacto que por complejo ya no hay quien lo entienda, ni se sabe para que sirve o, si se sabe, no sirve. Al menos a todos porque, la verdad, lo único que a todos nos sirve y de lo que nadie reniega es de la felicidad. Adiós al DRRHH, bienvenido el DPFT. ¿Qué?: Director de Promoción de la Felicidad en el Trabajo… ¿por qué no?
José Antonio Puente
Fundador y ex-presidente de la escuela de negocios IEDE.
Fundador y presidente de Tracor, The Communication Arts Institute.
Profesor de Estrategia y Competencia
Creido transgresor y supuesto emprendedor.
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