Cualquier política, en concreto la Ley de Igualdad, encaminada a limitar o eliminar definitivamente las desigualdades, tanto en el ámbito público como en el privado, tanto en lo profesional como en lo laboral, no es más que una mera herramienta de marketing al servicio de cualquier gobierno en cualquier Estado. Desgraciadamente, las desigualdades han existido, existen y existirán, por los siglos de los siglos, a pesar de leyes marketinianas como la que nos ocupa dirigidas a acabar con la lacra de la desigualdad.
El que un poder superior, llámese gobierno, pretenda meter en mi casa, empresa, porque sí, a un empleado o empleada, independientemente de su coeficiente intelectual, porque así lo establece su ley, supera los límites de lo absurdo.
Lo que hay que pedirle a un gobierno, sea del color que sea, es que ponga las bases para que lo que llegue al mercado de trabajo sea mejor cada año; mejor formado, con más idiomas, con más iniciativa, con más resolución……mejor. Si eso es así, todo empresario con un mínimo de inteligencia elegirá siempre al candidato mejor formado, con más idiomas, iniciativa y resolución, independientemente de su sexo. Aunque siempre habrá empresarios sin ese mínimo de inteligencia que elegirán al candidato en función de su sexo; allá ellos.
Lo que sí debemos es estar a favor de eliminar determinadas situaciones que sufre la mujer en el mercado laboral, y que le impiden, a igualdad de méritos, competir en igualdad con los hombres en el acceso al trabajo, en el tema salarial, en la promoción profesional, etc. Pero no me llenen mi empresa de inútiles por el hecho de cumplir una ley.
En Estados Unidos, país que en todo lo relacionado con el mundo empresarial está un poquito más avanzado que nosotros, aunque a algunos les pese, es ilegal pedir foto junto con el currículo, no se puede demandar un sexo determinado, no se pregunta la raza, ni en lo que trabaja el cónyuge. Aquí todavía sí. Y muchos, y/o muchas (como nos separan erróneamente en la actualidad), de los que preguntan en la entrevista de trabajo sobre si tenemos pensado tener hijos o en qué trabaja nuestro marido, son acérrimos defensores de la igualdad y de las cuotas.
Y es curioso, el último caso de discriminación que he tenido ocasión de conocer vino por parte de una mujer, técnico de selección, que le agradeció a una candidata que le dijera que estaba embarazada, porque hubiera tenido un problema con su cliente si hubiera resultado elegida para el puesto “en su estado”.
Por todo ello: Igualdad, sí. Paridad por decreto, nunca.
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