Me he pasado veinticinco años de mi vida defendiendo a las empresas en los tribunales en toda clase de pleitos laborales, en estrecha relación con los departamentos de recursos humanos e innovando en materia de asesoramiento laboral.
La sensación es que queda mucho camino por recorrer.
No lo digo porque las empresas cambien continuamente y los problemas varíen con los años de forma que surgen nuevos planteamientos (el ejemplo más claro es el mobbing) o se agudicen viejos enfrentamientos. Si no porque considero que nos queda mucho que aprender en integrar los departamentos de personal y los asesores jurídicos externos para armonizar un eficaz trabajo.
Será por eso que me disgusta que se nos llame “proveedores” a los abogados que asesoramos a las empresas. Seguro que lo somos y, en términos contables, financieros, de relación mercantil, así debe denominársenos. Pero sería mejor nos consideraran “colaboradores”. Una ayuda. Un instrumento más en la labor de las personas que gestión los recursos humanos de la compañía.
Cuantas veces hemos de oír: “no te llamé por no molestarte” o “no te he querido dar la lata por este tema que era una tontería”, como antesala a un problema que surge a lo mejor por no hacer esa llamada. Cuando se convencerán las empresas que si pagan al abogado es para llamarle, aunque a veces no sea necesario.
Y lo peor es cuando lo oyes de los responsables jurídicos internos que, por ser colegas, deberían conocer lo importante que es la participación desde el principio en las cuestiones legales.
No sé si aguantaré otros veinticinco años pero los dedicaré íntegramente a ofrecerme a las empresas para que cuenten conmigo. No me use usted, abuse (¡con perdón!) de mí.
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