Querido Jefe:
Quiero hoy llamar tu atención sobre un tema que me preocupa. Y mucho. La tan traída y llevada “comunicación”. Son tantas las veces que he oído hablar de la comunicación tal, la comunicación cual, que empiezo a creerme aquel viejo refrán castellano que reza “dime de qué presumes y te diré de que careces”. Comunicación, hoy, en plena era de la comunicación, la verdad es que poca. Por no decir que ninguna.
Y es un tema que, según veo yo las cosas, tiene su origen en el ritmo de trabajo que llevamos, el estrés, (a veces, más parece un “escuatro”), el (escaso) tiempo que dedicamos a la familia, las horas muertas entre atascos de tráfico al ir o venir al trabajo… Al cabo, lo único que acabamos haciendo es quemar jornadas, una tras otra, devanándonos los sesos para discernir entre los papeles urgentes y los importantes, sin más criterio de elección, a veces, que averiguar aquello por lo que te van a cortar las orejas si no los sacas a tiempo… Y pasan los días… y, a lo sumo, alguna vez, nos permitimos el lujo de encontrarnos durante cinco minutos frente a los reglamentarios pasteles y bollos comprados en la pastelería de enfrente y acompañados por un café radioactivo (de esos de máquina) para celebrar el cumpleaños de alguno de nosotros,.
Y es que no nos da tiempo a compartir nada más que tensiones, miedos, alguna que otra bronca y poco más. A estas alturas ya no contemplo (¡ojalá fuera posible!) el horizonte ideal de llegar a tomarnos, alguna vez, una cerveza en la esquina de un bar de barrio para hablar de… ¡no sé!… los hijos, la familia, los colegios, el bando del alcalde, el editorial del periódico, la última anécdota de mi amigo Andrés, el partido del Madrid… charletas de “la vida en general” que bien nos ayudaría a “sabernos” mejor el uno del otro. Pero, de cuando en cuando, sí me gustaría poder sentarme, más allá de las urgencias y premuras de lo inmediato a intercambiar impresiones del “dónde estamos” y el “dónde vamos” en la empresa. Poder decirte qué pienso de este tema, o de aquella decisión, o del trabajo que nos encargaron el mes pasado, o cuales son mis ilusiones, o mis miedos…
Digo esto porque hace ya más cinco meses que te pedí que me reservaras ¡un par de horas! de un día para contarte cómo veía el nuevo año que, entonces, empezábamos… y todavía estoy esperando esas dos horas para poder exponerte cómo veo yo todo este “tinglado” en el que nos hallamos inmersos; poder contarte cuáles son mis impresiones sobre las últimas actuaciones de Eduardo (que tanto daño están haciendo al proyecto), cuál es el sentir general de nuestros clientes… Ya sé que a razón de tres reuniones diarias no tienes tiempo para escuchar a tu gente; pero piensa que, aunque no tenga “madera de líder” ni ambicione el sillón del Director General, no quiere decir que sea un pobre diablo medio tonto que no tiene ni idea de lo que ocurre a mi alrededor. Entre otras razones, porque yo, tu subordinado (“colaborador”, como te gusta llamarme, aunque poco me dejes ejercer de tal), también soy empresa. También estoy preocupado por la marcha de la misma, y por su cuenta de resultados, y por la calidad de los servicios que damos… y, también me preocupa el ambiente laboral, los abusos de tal o cual Director de Departamento, la política salarial, la influencia de los sindicatos, el “chorro y medio” de horas extraordinarias que se hacen habitualmente…
Llegados a este punto, soy consciente de que, hoy día, lo primero que valoráis muchos jefes es el “quedar bien”, salir bien en la “foto”, la imagen, el cómo afecta esto a vuestra carrera. Pero este es un tema sobre el que comentaré otro día.
Volviendo a la comunicación. Si realmente lo que te preocupa es convencer antes que vencer, desarrollar antes de imponer, liderar antes de ordenar, los clientes a los que sirves antes que el salirte siempre con la tuya, la solidez del proyecto antes que su fachada, no puedes seguir replegándote de continuo sobre ti mismo; no puedes seguir volviendo una y otra vez, hasta el infinito, sobre tus talentos, y tus éxitos; no puedes seguir dirigiendo aferrado a tu propio juicio y a tu propia voluntad hasta la tozudez, ignorándonos voluntariamente hasta el desprecio de cualquier opinión o convicción que no sea la tuya…
Tú decides (¡Viva la libertad!). Puedes elegir entre edificar un despacho-faro para el resto de la empresa, un despacho desde donde se irradie luz y referencia, buen hacer y buen criterio, ejemplo de compromiso y esfuerzo para todos, o puedes construir un despacho insustancial, vacío y mezquino donde lo único que se transmita son dudas, desasosiegos, amenazas o la inane y vana complacencia de su ocupante, cuando no, angustias, recelos o miedos.
Querido jefe, cuando un subordinado tuyo te pida una hora, dale dos… y cuando no te pida ninguna, invítale a desayunar a la cafetería de la esquina; y mantén, entonces, la boca cerrada y los oídos abiertos… porque el secreto de la buena comunicación está en el saber escuchar. Sé que el reto es harto difícil; no en vano Dios nos proveyó de dos oídos y, en cambio, de una sola boca.
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