Me quedan exactamente dos semanas para jubilarme, y es curioso, siento un gran vacío. «Debe ser pasión» me dice, muy a menudo Marga, mi esposa.
«Papá, ya es hora de disfrutar» me dicen mis hijos, los dos. Piensan lo mismo. Pero, a decir verdad, nada de eso es cierto.
En estos días, previos a poner fin a mi periodo laboral activo, me siento más triste que nunca, y no es por falta de planes, todo lo contrario, me salen por las esquinas. Disfrutar de mis nietos. Dar paseos al amanecer. Leer, leer mucho, y pasar tanto tiempo como pueda con Marga, el amor de mi vida. Hasta ahí, todo muy bonito. Pero, ¿por qué no acabo de encajar en esta etapa? Temo que llegue, porque es para quedarse. ¿Y qué pasará con esa cantidad ingente de CV sobre mi mesa? Es cierto, que, en los últimos años, todo había cambiado de formato. Ya no venían los candidatos con su CV en mano, con su cara de ilusión, esperando, que esa fuese la oportunidad que tanto ansiaban, te lo entregaban y trataban con toda la amabilidad del mundo, de explicarte por qué tenían la necesidad de trabajar, ¿Por qué habían escogido tu empresa? Había una historia detrás de cada CV, una historia, a veces dura, a veces triste, a veces demoledora, que cada uno de ellos, se apresuraba a resumir en: «Por favor, téngame en cuenta». Así es, como en cierto modo, te vas considerando el responsable de la felicidad, o la desdicha, de un gran número de personas.
Ayer domingo, por la tarde, decidí llevar a Gabriel, mi nieto mayor, a dar un paseo. Gabriel tiene ocho años, y un gran potencial. Tengo buen ojo para eso. 40 años como director de RRHH me han dado para tener un ojo clínico muy agudizado. Gabriel es inquieto, resolutivo, curioso y tenaz. Muy constante y perspicaz, pero lo que más me llama la atención, es su gran capacidad de liderazgo, sí, y no es que me esté volviendo loco. Gabriel sabe cómo enseñar a sus dos hermanos mellizos, menores que él, y a su prima, también más pequeña. Los enseña dándoles ejemplo. Nunca les dice que hagan nada sin haberles enseñado a hacerlo, y, sobre todo, sin hacerlo él. Es humilde.
Siempre se lo digo, es especial para mí, y sé que logrará alcanzar los sueños que se proponga.
Cuando llevábamos casi una hora de caminata, Gabriel se paró y se sentó.
—Abuelo, estoy un poco cansado, vamos a descansar un poco.
Y nos sentamos allí, sobre la hierba del borde del camino. Gabriel empezó a hacerme preguntas sobre la naturaleza, las hormigas, los árboles, y cuando estábamos bien enzarzados en la conversación, me hizo la pregunta que nunca me había hecho nadie, no de esa forma tan directa.
—¿Por qué es tan importante tu trabajo para ti, abuelo? La abuela dice que no quieres jubilarte, le ha dicho a papá que nunca dejarás de ir a tu oficina a hablar con las personas. ¿Acaso no te gusta estar en casa y disfrutar de nosotros?
Y me quedé mudo. Pensando. Los dos estuvimos en silencio. Gabriel me dio tiempo para pensar la respuesta, que, aunque no lo parezca me resultó difícil dar.
—Para todo hay una primera vez. Un primer día. Un primer trabajo… Y yo tenía entonces veinticuatro años. Había estudiado Relaciones Laborales. Mi trabajo consistía en hacer una evaluación previa del candidato, anotar las aptitudes, es decir, en qué somos buenos cada uno, y elaborar un perfil con los mejores para el puesto. Eran años difíciles, y mucho más difícil fue para mí ir descartando personas. Me imaginaba la vida que había detrás de cada papel. De cada nombre y apellido, porque cada CV era una historia, brevemente contada, que te daba pinceladas de las miserias de cada candidato. Obviamente tenía que hacer mi trabajo, y créeme, traté de ser siempre fiel a mis principios.
Al cabo de algunos días, salía de mi oficina, y me asomaba a la planta de trabajo, allí veía los rostros iluminados de los que consiguieron el puesto. Pero no podía evitar pensar en los tantos nombres que se quedaron de nuevo en un papel, sobre mi escritorio, esperando de nuevo la oportunidad, que se daría, o no.
Así fueron mis comienzos. Al mismo tiempo que iba creciendo profesionalmente, lo hacía personalmente también. Por aquel entonces conocí a tu abuela Marga, nos casamos, y vinieron los hijos. Primero tu padre, y después al poco tiempo tu tío Andrés. Fueron años felices. Pero tuve momentos difíciles también. Me costaba separar el rol personal del laboral, siendo padre, se me hacían las tripas un nudo, cuando tenía que descartar a algún candidato, sobre todo, cuando en uno de los apartados que se ponían antes, escribía, padre de dos hijos, o de tres, o de siete… Sin duda, no podía ver a las personas como CV, si no como personas.
Recuerdo un año, cuando la tecnología empezaba a despuntar y abrirse camino entre nosotros, y por supuesto RRHH no quedaba atrás, cuando me encargaron la selección más difícil de mi carrera profesional, que por aquel entonces ya era bastante dilatada. Debía conseguir un Gerente para liderar un equipo de unas 50 personas. El perfil del candidato, me pareció extraterrestre, sin embargo, no dije nada. «Voy a conseguirlo» pensé, «y si no lo consigo, voy a fabricarlo». Hasta 300 CV había en la herramienta de selección que una empresa de programación nos había diseñado a medida, en aquellos años de primero de siglo, en los que la tecnología empezaba a despuntar, aun así, yo me los imprimí, y los fui cribando a la vieja usanza. Al final de un arduo trabajo, tuve diez CV sobre mi mesa. Diez historias. Diez personas y solo uno de ellos podía optar al puesto, que, por cierto, estaba bastante bien remunerado para la época. Conté con ocho chicos y dos chicas. La fase final, una vez tuve los diez nombres, consistió en hacer una prueba conjunta, en la que debía resolver acertijos en grupo. Una entrevista grupal, y, por último, una individual.
De las diez personas, me quedé con una. Mariola. La más joven.
—¿Y por qué cogiste a Mariola?
Verás, en la prueba por equipo, observé, como Mariola, antes de empezar a trabajar, había leído todas y cada una de las indicaciones que yo había anotado. Antes de empezar a trabajar, organizó al grupo, y explicó el mensaje en forma que yo intenté transmitirlo. Observé; comunicación, liderazgo, organización y humildad.
—¿Humildad?
—Sí Gabriel, su nombre figuraba el último en la entrega del trabajo. En la entrevista grupal, cuando pregunté cómo habían obtenido la respuesta cómo había conseguido resolver los acertijos etc. Cada uno me contestaba de forma individual, con el YO delante. Mariola, habló del grupo, en plural, y nunca se describió como participante. LIDERAZGO.
Cuando le hice la entrevista personal, me dijo que era la mayor de siete hermanos. Que había luchado mucho por sacarse el grado, y que lo que más deseaba en ese momento era conseguir trabajo, para devolverle a sus padres, todo lo que, con tanto sacrificio, le habían dado a ella.
LA BONDAD
—¿Contesté a tu pregunta Gabriel? ¿Entiendes por qué me gusta tanto mi trabajo?
—Sí abuelo, porque te gusta hacer feliz a los demás. ¿Y al final qué pasó con Mariola?
—Mariola toma mi relevo el viernes que viene.
Gabriel se quedó pensando, y tras unos instantes de silencio me dijo:
—Abuelo, dejas a las personas, en manos de una buena persona. Hasta el final, has hecho bien tu trabajo.