En la sociedad en general no se conoce bien la labor de un headhunter. En el mundo empresarial, la mayoría sí nos podría definir como consultores capaces de encontrar talento para sus compañías. Pero una vez encontrado ese talento, que no es fácil, empieza una de nuestras funciones o responsabilidades más difíciles, que poca gente es consciente de ella. Nos convertimos en el nexo de unión entre empresa y candidato. Somos esa celestina que ayuda a que surja el amor en la relación profesional, el malabarista que hace que las mazas no se caigan, y el psicólogo que escucha al paciente en el diván reflexionar, en ocasiones muy alejado de la realidad.
Y pensaréis que estoy exagerando, que no es tan difícil poner de acuerdo a la empresa que busca cubrir una vacante atrayendo talento a su equipo y al candidato que ansía una mejora laboral. Son dos partes que tienen un mismo interés, pero es que cuando los sentimientos entran por la ventana, el más importante de ellos, el común, sale por la puerta.
Como coordinadores de que el proceso de selección tenga éxito y llegue a buen puerto, vemos cómo a menudo tanto candidatos como clientes conforme avanza el proceso de selección y la parte emocional se va involucrando en la toma de decisiones, van perdiendo el sentido común y empiezan a contradecirse con lo dicho en las primeras fases del proceso, donde la parte racional si estaba presente.
Vemos cómo procesos de selección que estaban ya encaminados se tuercen y en muchas ocasiones se rompen por diferencias poco insignificantes. Y os pongo algunos ejemplos: por la distancia al centro de trabajo cuando al principio no era un problema, por no subir un poco la oferta económica cuando hay escasez de candidatos y al inicio no había límite salarial, por querer doce pagas en vez de catorce, por no flexibilizar el horario laboral cuando el puesto requiere viajar, por no ser capaz de sacar tiempo o llegar a tiempo a una entrevista, etc, etc, etc. Son muchos los procesos, que estando tan cerca el acuerdo, se rompen por discrepancias minúsculas completamente salvables.
Ser coherente de principio a fin, con lo que decimos y con lo que hacemos durante la selección es la clave para que el proceso llegue a buen puerto. Y esa coherencia, que no se aprende ni en la universidad ni la da la experiencia, en muchas ocasiones es el punto diferenciador entre un candidato u otro, entre la oferta de una empresa o la competencia.
Tener sentido común y aplicarlo es de las cosas más sencillas y a la vez más complicadas a la hora de afrontar un proceso de selección con éxito. E intentar que todas las partes del proceso lo tengan, candidato, empresa y consultor (incluyéndonos como una parte más del proceso), es una de las labores más importantes y desapercibidas con las que nos enfrentamos en nuestro día a día.