El ser humano es un ser social y en el proceso de socialización que surge de la interacción con otros seres humanos desempeñan un rol clave las emociones que cada sujeto es capaz de experimentar. Porque es así, guste o no, es inevitable. Por tanto, se trata de entender lo que uno siente para, posteriormente, aprender a gestionarlo y, con ello, permitir la adaptación al medio que genera el contexto social.
En el ámbito de las emociones adquiere un papel fundamental el hecho que nos diferencia del resto de especies animales que habitan el planeta: nuestra capacidad de raciocinio. En este sentido, la facultad de razonamiento conlleva la posibilidad de la gestión y toma de conciencia de las emociones que como individuos sentimos, y es esta gestión la que determinará el estado de ánimo individual del sujeto y su adaptación o no al marco social en el que se encuentre, convirtiéndose en un factor decisivo a la hora de interpretar lo que sucede a su alrededor y su posterior reacción a los hechos que el medio le plantea.
Ante la misión de analizar un concepto tan importante como el que supone el conjunto de las emociones y su influencia en la interacción social aparece el concepto de inteligencia emocional, término popularizado por Daniel Goleman con su obra Inteligencia emocional publicada en 1995, pero cuyo primer uso se atribuye generalmente a Wayne Payne, tras haberlo citado en su tesis doctoral Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional en el año 1985.
Una definición clara y sencilla de este concepto sería la que define la inteligencia emocional como “la capacidad de percibir, expresar, comprender, y gestionar las emociones, pudiendo llegar a significar la diferencia entre comportarse de una manera socialmente aceptada y hacerlo de una manera inadecuada”. Por tanto, encuentra dos pilares fundamentales en la conciencia de uno mismo que experimenta el individuo concreto y en la conciencia social cuando el individuo entiende que el resto de seres que le rodean tienen una capacidad racional-emocional igual que la suya. Daniel Goleman propone 4 dimensiones básicas que componen la inteligencia emocional: la autoconciencia emocional, la automotivación, la empatía y las habilidades sociales.
Posee especial relevancia el concepto de empatía, y junto a este término debemos tratar también otro: la ecpatía. El catedrático de Psiquiatría J.L. González de Rivera lo define como “un nuevo concepto, complementario de empatía, que permite el apropiado manejo del contagio emocional y de los sentimientos inducidos”. De esta manera, se corresponde con el proceso mental voluntario mediante el cual excluimos las emociones que nos transmite la situación de otra persona. Sin embargo, debemos aclarar que no hablamos de frialdad o dureza, sino de una acción o maniobra mental compensadora de la empatía, gracias a la
cual podemos protegernos de la inundación afectiva y no dejarnos arrastrar por las emociones ajenas, evitar el “contagio emocional” que mencionamos anteriormente. Con un adecuado empleo de la ecpatía nos hallaremos lejos de ser víctimas potenciales de estados de agotamiento como los correspondientes al síndrome de Burnout o de desgaste profesional, o a la fatiga por compasión.
Autores como Damasio y Goleman demostraron que las emociones son necesarias para tomar buenas decisiones. Pero lo cierto es que no cualquier tipo de emoción y a cualquier nivel de intensidad. La emoción adecuada a la intensidad adecuada puede ayudar a priorizar lo que realmente es importante, de ahí deriva su importancia en la toma de decisiones. De esta manera surge un nuevo concepto a tratar: la regulación emocional.
Con respecto a las empresas, dentro de ellas el manejo de las hostilidades, la ira, los temores, se antoja fundamental. Por ello el correcto manejo de las emociones desde la perspectiva que plantea la regulación emocional adquiere tanta relevancia.
Podemos afirmar que las personas que mejoran su regulación emocional siempre van a poder gestionar mejor el estrés, posibilitando una mayor gratificación y una obtención de mejores resultados en su vida laboral. Aunque se entiende como una habilidad intraindividual, afecta de lleno a las relaciones interpersonales, debido a que las personas que son capaces de controlar sus emociones siempre van a poder permanecer calmadas y mantener la compostura en situaciones estresantes las cuales harían que otras personas perdiesen los nervios. De lograr que todas las personas dentro de una organización alcanzaran altos niveles de regulación emocional se obtendría un grupo de personas entre las cuales la posibilidad de conflictos derivados de emociones como la ira o la frustración sería muy reducida. Esto se traduciría no solo en un mejor ambiente laboral sino en una mejora de la eficiencia a nivel de productividad y de las interacciones entre trabajadores a nivel interpersonal.
En lo referente al trabajo en equipo, los conceptos de empatía y regulación emocional se asocian con una mayor cooperación entre compañeros.
En el contexto empresarial actual, donde el trabajo en equipo y la cooperación se presentan como dos de las ventajas competitivas más importantes a explotar por parte las organizaciones en su búsqueda de la eficiencia, el buen manejo de las habilidades sociales se convierte en fundamental, y las empresas lo hacen saber con la importancia que le dan a ello en sus procesos de selección y de gestión de talento. Esto se debe a que en la actualidad puede decirse que en las organizaciones nos hallamos ante una situación en la que, en cuanto a las capacidades técnicas, la gran mayoría de empleados son todos más o menos iguales, por lo que la diferencia la marca el manejo de las habilidades sociales. Reseñable es como a día de hoy los autores hacen muchas referencias a la palabra ‘confiar’
cuando de organizaciones se trata. El dinamismo laboral está provocando un cambio de tendencia, dejando atrás el individualismo y situándose el trabajo en equipo como fundamental en el nuevo paradigma. Entre las numerosas ventajas que el trabajo en equipo presenta se encuentran las siguientes: favorece la creación de un clima de confianza, ayuda a compartir conocimientos, motiva a los trabajadores y promueve la convivencia.
El gran valor que ostenta actualmente la cooperación se observa en la consolidación del ‘coworking’ en el mercado global, esto es, los ecosistemas de colaboración profesional y los espacios multiproyectos, los cuales serán cada vez más habituales debido a que harán posible el aumento de la flexibilización laboral y fomentarán la productividad y la creatividad.
Aquellos individuos que aplican mejoras en estas áreas de su vida, a nivel mental y emocional, se encuentran muy lejos de ser potenciales afectados por desórdenes emocionales. Dichos desórdenes se traducen en un importante foco de riesgos psicosociales laborales (siendo el estrés laboral el más extendido), los cuales no solo perjudicarán a la organización con respecto a sus objetivos empresariales, sino que afectarán de manera negativa a los compañeros del trabajador que padezca estos desórdenes y, sobre todo, afectarán gravemente al propio trabajador.
Las empresas tienen aquí un importante problema en el que enfocarse con el objetivo de proporcionar condiciones óptimas para el desarrollo personal de sus trabajadores, lo que interesa por la retroalimentación positiva que se produce cuando trabajadores que se hallan motivados y emocionalmente estables obtienen mejores resultados desde el punto de vista de la productividad y la eficiencia. Es una relación de doble sentido mutuamente beneficiosa. Así, en la organización unas malas condiciones de trabajo repercutirán en aquel trabajador que no sepa regular sus emociones de una forma en la que el producto resultante está abocado al fracaso. Es por esto por lo que a las empresas no les interesa que estas situaciones se den en ningún momento dentro de ellas, por lo que deben llevar a cabo las medidas de prevención necesarias para evitarlas.
Surge como clave una buena calidad de la gestión de la dirección de RRHH que posibilite la existencia de un adecuado clima organizacional que impida llegar a esas situaciones, puesto que pese a que la regulación emocional no deja de ser algo puramente individual, lo cierto es que desde dentro de la organización se pueden lograr unas condiciones que permitan optimizar las interacciones entre los trabajadores, sus percepciones y su bienestar, influyendo de esta manera positivamente en su comportamiento individual. Entre las medidas que puede llevar a cabo una empresa como prevención frente a estos riesgos, destacaremos las siguientes: el diseño o rediseño adecuado de puestos de trabajo; la correcta organización de la jornada laboral y de los tiempos de trabajo; la realización de una adecuada política de personal; adoptar un estilo de dirección y liderazgo que permita la participación de los trabajadores (que proporcione ‘feed-back’); llevar a cabo una definición clara de las competencias de los trabajadores; y el diseño o rediseño adecuado de sistemas de información y canales de comunicación.