15 de noviembre de 2024
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¿Dónde se quedó mi máquina de café?

¿Dónde se quedó mi máquina de café?

Juan se levantó ese día un tanto extraño, confundido. Desde que empezó el confinamiento, ya no era el mismo.

Isabella, su mujer llevaba un buen rato levantada, había preparado ya el desayuno y había conseguido mantener la disciplina del desayuno con hijos en edad universitaria, que se conectarían a un par de clases virtuales como toda actividad lectiva del día.

Isabella tendría una reunión por la mañana con su equipo de ventas en una empresa del sector industrial. Llevaba poco tiempo en el puesto, al igual que el resto de los vendedores tendrían reuniones diarias para ver como acometer su trabajo en un periodo tan incierto.

Juan, era contable en el departamento de administración de un bufete de abogados. Llevaba 15 años en la misma empresa y su entorno laboral ha sido siempre como “su familia”, la empresa y sus empleados habían crecido juntos. Su responsable, el director del área había organizado el día a día de la función con tareas muy concretas que pudiesen desarrollarse desde casa y tan solo habría una reunión semanal virtual de equipo para hacer el seguimiento y revisar los cierres.

Juan era una persona muy valiosa dentro del despacho. Todos reconocían en el él su calidad humana y su buen hacer, aunque sabían que era un hombre sumamente introvertido. Sus compañeros entendían perfectamente como era Juan, que siempre “estaba en sus cosas” , salvo a la hora de tomar el café. Igual que iban saliendo los cafés de la máquina, exactamente así, con la misma cadencia, iban saliendo las palabras de Juan. A medida que cada uno iba contando lo que le había sucedido o las circunstancias que atravesaba, las palabras de Juan caían como el rocío en una mañana de primavera. Para nadie pasaban desapercibidas sus palabras de aliento, de contribución, de compromiso con el otro. Nadie se sentía indiferente ante la generosidad de Juan. Pero también Juan, que nunca contaba nada de sí mismo, se sentía profundamente agradecido por la confianza que depositaban los demás en él.

A medida que iban pasando los días del confinamiento, Juan puso toda su energía en sacar adelante todos sus apuntes contables y de llevar al día la contabilidad de la principal filial, que era lo que le habían encargado por ser el contable mas experimentado. Pero, no hubo ni un solo día en el que Juan no echara profundamente en falta “la máquina del café”.

Repaso mentalmente mucho de esos momentos vividos en los meses anteriores, y se preguntaba que sería de sus compañeros, como estarían de afectados por la situación que se vivía, si sentirían preocupación, confusión, perplejidad, miedo… Y a medida que fue pensando en esto, fue haciéndose consciente de que estas eran sus propias emociones y estados de ánimo y que en todos los años y meses de “maquina de café” nunca afloró nada de lo que le preocupaba y afligía. Al fin y al cabo, pertenecía a una generación que rara vez contaba como se sentía ni se permitía ser vulnerable, pero si sabía de ayudar al otro, y mucho.

En esos pensamientos estaba cuando llego la hora de comer. La costumbre de comer los cuatro juntos en día laborable era una situación totalmente extraordinaria, como extraordinario era ese confinamiento que nos había recluido en casa.

Comieron a buen ritmo, y los chicos contaron lo sucedido en sus clases e Isabella hablo de lo difícil que le resulta entender a su nuevo jefe y fue cuando Diego miró a Juan y le dijo “¿y tú que tal papá?”

Juan supo que la vida le estaba dando la extraordinaria oportunidad de encontrar su “máquina de café” y fue exactamente en ese momento que empezaría a entender el bendito equilibrio entre el dar y el recibir.

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