14 de noviembre de 2024
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Las cartas que quedaron boca abajo

Las cartas que quedaron boca abajo

Me puse mis mejores galas, cogí mi ordenador, las llaves del coche, y con una sonrisa me despedí de mis hijos. Día de cole para ellos, día de “cole nuevo para mí”. No voy a engañaros, quise dejar los nervios en casa, aunque alguno me llevé a la oficina. Muchos años de experiencia a mis espaldas como para tener nervios, pero hacía tiempo que no me embarcaba en nuevos proyectos profesionales. Realmente nunca tuve interés en el cambio, pero la insistencia de Paloma y el interés mostrado en mí desde el principio por la empresa me fueron embaucando en esta aventura no imaginada meses antes. Para situaros un poco mejor, conocí a Paloma en un encuentro nacional de directivos. Ella era la infiltrada de una firma de cazatalentos en mi mesa de la cena de la primera jornada. Desde ese encuentro y numerosas conversaciones posteriores, había conseguido que al final cediese ante los encantos de la atractiva propuesta profesional. Muchas dudas, alguna que otra noche de desvelo, conversaciones en familia, pero al final acepté. Como ella me decía, el momento era ahora o nunca.

Así que allí me presenté, entrando en el parking de la empresa, informando a la persona de seguridad que era mi primer día y tenía plaza reservada, según me había indicado días antes el compañero del departamento que me dijo se iba a encargar de mi plan de acogida, “no te preocupes, a tu llegada lo tendremos todo organizado.” La persona de seguridad me indicó amablemente que no me tenía en el listado de empleados, pero que mientras lo consultaba, podía dejar mi coche en la zona de visitas y acercarme a recepción. Me devolvió mi DNI y, amablemente, me indicó la zona referida.

Daba gusto entrar en el edificio, elegante de por sí. Cierto es que las entrevistas nunca fueron en este lugar y sí en las oficinas de la firma de selección. Aunque propuse visitarlas, me dijeron que por garantía de confidencialidad no se podía. No me importó. Pregunté a la persona de la entrada por el nombre que me habían indicado, ésta hizo una llamada y a continuación me contestó “espere allí que ahora mismo viene a buscarle, bienvenido”. Cierto es que el “ahora mismo” sonó a breve, pero fueron más de 40 minutos de espera. Muy amablemente me ofreció, un rato después, agua y café para amainar la impaciencia de la espera.

Apareció Juan, muy precipitado y lanzando mil disculpas, “perdona que no te esperábamos hoy, nos confundimos al avisarte, disculpa, estamos hasta arriba, discúlpanos”. Qué podía decir yo si al hombre se le veía realmente disgustado. Cierto es que esto en mi empresa, aquella que había decidido dejar tras 10 años en ella, no habría pasado. Mi equipo sabía que la primera impresión era vital para el éxito de nuestras incorporaciones, qué cuidar desde el primer día a quien había decidido apostar por nosotros debía ser correspondido en la misma proporción.

Para qué contaros como se fue desarrollando mi primer día, si ya había sido una confusión citarme, el resto no podía ser mejor. Gracias a Dios, mi lugar de destino sí estaba preparado, sin ordenador y conexiones aun, pero mesa y silla disponibles. El resto, aunque con mucho cariño por parte de quien se ocupaba de mí a cada rato, con la precipitada atención a quien no debía estar hoy allí, pero lo estaba.

Pasó la jornada, larga, no en horas, sí en sensaciones. Dedicada a conocer instalaciones y personas, sin reuniones de foco, de chicha, que diríamos los guerreros, más bien con tiempo extra para rematar los últimos coletazos con mis compañeros, ya en este día, ex -compañeros, pero al fin y al cabo amigos para mucho tiempo que sabían que podían contar conmigo.

En casa todo fueron preguntas, ¿Tu despacho? ¿Ya tienes líos que resolver? ¿Muchas reuniones?…en fin, poco que poder contarles.

El segundo día pintaba mejor, esta vez mi coche quedó en su sitio, y mi agenda estaba repletita de contenido. Pensé “hoy sí es el día”, hasta que me senté en la silla. Juan tocó la puerta y me comentó “se anula la comida con el CEO, ha salido de viaje, pero ha prometido llamarte; la reunión con Operaciones no podrá ser por la mañana, se traslada a la tarde, primera hora; me dice también que vayas poniéndote al día con los últimos expedientes que tenemos abiertos, te doy acceso a la carpeta. Además, quiere presentarte directamente al equipo, por lo que si no te importa, esperamos a mañana para reunirles a todos”. En cuanto me quedé sola en mi despacho se me escapó un profundo suspiro, de enfado apostillaría; me sentía perdiendo el tiempo, habían insistido tanto en la necesidad de “incorporación inmediata” y de “empezar el nuevo proceso de transformación cuanto antes” que la situación me estaba disgustando. En fin, sin pena, pasó el segundo día.

Llegó el tercero. Avanzábamos, coche en su sitio, despacho preparado, presentación al equipo y reunión con el CEO. Aquí vino de nuevo la sorpresa, “el objetivo es transformar la compañía, como te hemos comentado, pero antes tenemos que arreglar varias cosas importantes, que no hemos querido tocar en las entrevistas para que no estuvieses preocupado, no es el fundamento del puesto, pero sin ello, cualquier cambio es inviable”. Mi olfato no me engañó, la lectura de los susodichos expedientes, que tuve tiempo más que suficiente para leer, ya me pintaba un panorama bastante distinto al artísticamente dibujado en nuestras conversaciones de conocimiento y cierre. Problemas graves de conflictos de distintos equipos y centros de trabajo, incluido alguno en el que iba a ser mi propio equipo, salida precipitada de mi antecesor sin transición ordenada pero vestida de “este proyecto necesita otras cosas, otra forma de mirar” así como alguna incidencia de clientes hacia nuestros comerciales, también incluida en el dossier entregado a estudio, decían que pintaban bastos. Fue un día tenso, descubriendo las cartas que quedaron boca abajo en las conversaciones del proceso con Paloma y acompañantes. La reunión del equipo fue seria, mi instinto me decía que incluso se respiraba miedo, no quería sacar conclusiones precipitadas, lo dejé pasar. La reunión con el CEO me animaría seguro, esperaba escuchar de él el hoy, por muy complicado que fuese, acompañado de un mañana más despejado. Pues no, más bien trasladó su preocupación por la situación y justificó el por qué no fueron transparentes durante el proceso, “buscábamos un profesional en el mercado y desde varios puntos nos dirigían a ti, hemos estado siguiéndote desde hace tiempo, y cada día nos gustaba más lo que veíamos. Eres lo que necesitamos, estamos seguros y no te queríamos perder. Sabemos que con tu ayuda, encauzaremos de nuevo a todos los equipos”. Tras esas palabras, sabía que me había equivocado. Cerré los ojos y solo vi a mi familia.

Desperté sobresaltado, hoy tenía un día largo de reuniones, y pensé que me había quedado dormido. Miré el reloj y ví que no, todo normal, como siempre. Fue un arranque de día más precipitado que de costumbre, pero con un solo objetivo, revisar nuestro proceso de captación e incorporación a la empresa. No era el documento, la política, ni los indicadores lo que necesitaba contrastar, era lo que no se puede medir, las sensaciones del candidato, las expectativas generadas, su cumplimiento posterior, la ayuda en la transición a la nueva incorporación, pero no en lo nuestro, en nuestros procesos, sino en su proceso personal. No

podía permitir que mis candidatos sintiesen la frustración que mi mente me había hecho vivir mientras dormía. Sin preparación previa y sin contarles lo que había soñado, el equipo fue afloraron reflexiones que hacían ver que en algún momento la gestión con el candidato y la necesidad urgente de cubrir la vacante, se balanceaban del lado de la empresa. Nos cuestionamos los indicadores que presionaban la duración del proceso; identificamos fisuras en la gestión con los jefes directos, enfocadas claramente a la pronta adaptación al puesto y la entrega de trabajo inmediato; nos atrevimos a pensar en el entorno de esas nuevas incorporaciones, qué pensarían de nosotros como empresa a la que su padre, madre, hijo/a o amigo/a se acababa de incorporar, dejando muchos de ellos una seguridad laboral ya ganada; pensamos el proceso desde el punto de vista del cliente, nuestro candidato, y no desde la visión mercantilista de la empresa; pensamos en qué esperaba un candidato de nosotros cuando participaba en un proceso, de ahí diseñamos el perfil de empresa igual que teníamos diseñado el perfil del candidato por puesto, y cómo evaluar que nuestro equipo lo cumplía. Y nos pusimos a trabajar en ello.

El mal trago de aquel sueño me hizo ver que detrás de cada candidato hay una historia que la empresa debe cuidar. Fallar en ello, es fallar en nuestro propósito como directivos/as de RRHH. Solo si nos dicen, tiempo después, que les ayudamos a mejor su vida en alguno de sus apartados, habremos conseguido nuestro objetivo.

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