14 de noviembre de 2024
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Hablando de gallinas

Hablando de gallinas

Después de muchos años de carrera, llegué a un bloqueo en lo profesional que también afectó a mi vida familiar.

En casa, salvando la alegría que nos daba la niña los pocos ratos que podíamos verla, la convivencia con mi mujer empezaba a ser incómoda. Y, por otra parte, en el trabajo ya me habían pegado un toque para que cogiera unas vacaciones, desconectara y cargara las pilas. No acepto fácilmente las críticas e hice caso omiso, como el pez que se muerde la cola.

Pasar en pocos meses de la sensación de tener controlado todo a pensar que nadie me hacía el caso que merecía, me producía mucha ansiedad y un estado de continua tensión que, claramente, estaba deteriorando mis relaciones profesionales y, lo que es más importante, mi matrimonio y mi familia.

En el pasado, al llegar a casa, solía compartir con mi mujer las historias del trabajo, pero, desde que ya no estaba tan a gusto como antes, ya no me atrevía a contar nada para no preocuparla y siempre aducía mi mala cara al cansancio.

Después de otro día de trabajo agotador, decidí dar un paseo al salir para airearme. El caso es que vi que tenían el partido en un bar y el ambiente invitaba a verlo con una caña. Al sentarme en la barra vi a un hombre que, desde el fondo, me saludaba con la mano, pensé que se había equivocado, pero se me acercó y me dijo:

-¡Qué pasa Juan! ¿No te acuerdas de mí?

Me quedé pasmado al oír su voz. Tenía la misma mirada pero parecía diferente sin barba: era un antiguo buen compañero al que no había devuelto ni una llamada en años. Me sentí avergonzado, pero sólo acerté a contestarle:

-Hola Chema, discúlpame, pero estoy un poco despistado y no te había reconocido. ¿Cómo estás? ¿Qué tal te va la vida?

-Pues bien, como siempre. Tenía que hacer la compra y he aprovechado para ver un rato el partido. ¿Y tú qué tal? He intentado hablar varias veces contigo para ver cómo te iba… al entrar me ha parecido que traías cara preocupada ¿Estás bien?

Me pilló la pregunta tan de sopetón que le contesté la verdad sin pensar:

-Llevo una mala racha en el trabajo y en casa parecido. Supongo que las cosas tienen que mejorar, aunque no tengo ni idea de por dónde empezar…. pero tampoco quiero aburrirte con mi vida.

-No me aburres, cuéntame. 

Durante un largo rato le estuve contando mis problemas en el trabajo, que ya nadie parecía hacerme caso, el mal ambiente y la falta de compromiso del personal a mi cargo, que me había reprochado la dirección alguna vez. Que las relaciones con mis colaboradores se estaban deteriorando. Finalmente le conté que me estaba afectando también en mi familia… Entonces Chema me puso una mano en el hombro y me dijo:

– Hace un tiempo una buena líder y buena amiga, me dio algunas claves que me han sido muy útiles. Si quieres, te voy contando mientras tomamos la cerveza.

– Pues cuéntame, soy todo oídos.

-El anhelado compromiso tan buscado en las empresas es importante, pero el error es verlo como un medio, en lugar de como lo que realmente es: una recompensa por hacer bien cosas. ¿Cómo conseguimos el compromiso? Con confianza, no hay mejor forma si queremos que sea duradero. La confianza es necesaria como base para cualquier relación.

Su respuesta, por lo simple y directa, me gustó y le seguí el juego.

-Por supuesto Chema y, según tú, ¿Cómo consigo la confianza?

-La confianza no se consigue, se construye y se mantiene con la coherencia. Si quieres que tu equipo dé lo mejor de sí, dalo tú primero. Nadie de tu equipo dará más de lo que te vean dar.

Otro ejemplo: si pedimos flexibilidad, debemos dar flexibilidad al personal para que haya coherencia entre lo que se pide y lo que se da. Si eres coherente con lo que dices, lo que haces, lo que pides y lo que das, confiarán en tí.

-Eso que dices es muy bonito, pero no sé cómo llevarlo a mi día a día. Son fórmulas facilonas.

-Oye ¡de facilonas nada! Aún no he terminado. Para mantener la confianza hace falta otro ingrediente que habla sobre cómo tratar a las personas.

-Con educación, por supuesto ¿o se te ocurre otra forma?

 – En este modelo se llama corazón. Por ejemplo: Yo a lo que más quiero es a mi familia y me gustaría que todo el mundo les tratara bien porque para mí son lo primero. Por eso, cuando trato con otras personas, debo hacerlo pensando que son hijos, hermanas, madres o padres de personas que los quieren mucho y que quieren para ellos lo mejor, cómo yo lo quiero para los míos.

-Chema, estábamos hablando de trabajo. ¡No me mezcles las cosas! ¿qué tiene que ver la familia?

-Todo. Porque tú no eres un Juan en el trabajo y otro en casa. No tienes dos vidas distintas. Tus ideas, tu actividad, tus ilusiones y penas te las llevas de casa al trabajo y viceversa todos los días.

Lo que me contaba me cuadraba, pero no me parecía que concretara nada.

-Te estás yendo por las ramas ¿Qué cómo narices lo llevo a mi trabajo?

-El primer paso es asegurarse de que el personal a tu cargo conoce los objetivos y los tiene claros. Después pueden ocurrir dos cosas: que se estén cumpliendo o que no. Si no consiguen cumplir con los objetivos, tu personal necesita tu colaboración, tu conocimiento y tu comprensión. El personal quiere que les ayudes cuando las cosas no van bien.

-Lo entiendo ¿Y si los cumplen?

– Si saben lo que tienen que hacer y lo están haciendo ¡No les toques los cojones!

Me quedé cortado por lo directo de la expresión, él lo notó pero siguió:

-Quédate en tu oficina y aprovecha para avanzar con tu propia pila de trabajo, pero no molestes. Si algo te preocupa, programa una reunión sobre el tema, pero no les interrumpas constantemente. Debes amortiguar el ruido y las interferencias, no amplificarlas. 

De repente, me di cuenta de que mi error era ese: querer tener todo y a todos controlados en todo momento. A pesar de que los resultados se mantenían, mi obsesión por el control había crecido, preguntas continuas a todos sobre sus avances, interrupciones, más detalles y, colateralmente, había aumentado mi pila de trabajo individual. Lo que implicaba ocuparme de ella cuando todos ya habían salido de la oficina. Chema debió notar la culpabilidad en mi rostro porque continuó hablando:

-Juan, veo que los tiros van por ahí ¿no? Así que, si tienes al personal de tu equipo quemado, debes intentar recuperarlo antes de que sea demasiado tarde para ti.

-¿Qué quieres decir con “para mí”?

– Antes de que corras el riesgo de que te despidan.

Ese comentario sí que me molestó de verdad. Ahí se había pasado, infravalorando mi posición con la dirección y sin conocer mis relaciones con la dirección de la empresa.

-Mira Chema, con los jefes sí que me llevo estupendamente así que lo veo difícil.

-¡Que no lo entiendes! ¡Te despedirán tus propios colaboradores! Si les quemas y empeoran los resultados de tu sección, ni tus jefes ni el Papa de Roma te podrán salvar. Los números mandan.

Tenía toda la razón. A lo largo de mi carrera, siempre di por supuesto que el que echaba era recursos humanos y, en cuanto a mí equipo, nunca pensé en el poder que tenían ellos sobre mí, pensaba que sólo yo tenía poder sobre ellos. Intenté organizar las ideas:

-Vale Chema, de acuerdo, y como me acuerdo de todo esto que me has contado.

– Un truco ¿Qué dicen las gallinas?

-Te he entendido mal ¿Qué qué dicen las gallinas?

-En serio ¿Qué es lo que dicen las gallinas?

Primero pensé que se burlaba de mí, pero seguía mirándome fijamente así que me dio la risa tonta y contesté:

-Pues las gallinas dicen ¡ co, co, co, co co co , co!

-Entonces ya lo tienes todo para reconstruir tu liderazgo.

Co-mpromiso, co-nfianza, co-herencia, co-razón, co-nocer objetivos, co- laboración, co-nocimiento, co-mprensión y co-jones, recuerda ¡no tocar!

Los dos nos reímos, apuramos la cerveza y, al salir, me dijo:

-Bueno Juan, por hoy ya no más sermones ¡Que al final me he perdido el partido!

– Muchas gracias por tu modelo aviar Chema ¿Nos vemos otro día?

-Hecho.

Nos dimos un abrazo y me fui para casa. 

Cuando entré por la puerta, mi mujer me preguntó:

– ¿Qué tal tu día, cariño? Te veo contento.

-Me he encontrado a un amigo y hemos estado hablando un rato.

Vio asomar una sonrisa pícara en mi cara y, devolviéndomela, me preguntó intrigada.

– ¿De qué habéis estado hablando?

– Pues… hablando de gallinas.

-Anda, déjate de bobadas y cuéntamelo todo. 

Y eso hice desde ese día, contárselo todo…

FIN

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