Uno de los grandes cambios que ha generado el momento actual, ha sido, sin lugar a dudas, poner en cuestión el viejo modelo de trabajo.
Veníamos de eso, de hablar de tendencias, de apostar por un diseño que avanzaba hacia espacios más biofílicos, informales y donde la ruptura hogar-trabajo, se iba difuminando, pero no es realmente hasta ahora, muy impulsados por el cambio de rumbo que ha traído la crisis sanitaria del Covid, cuando nos hemos puesto en cuestión.
Una nueva relación cliente-arquitecto
Cuestionar, abre la puerta a una nueva relación cliente-arquitecto, y es desde esa nueva relación donde podemos empezar a plantear preguntas: ¿necesito realmente una oficina tradicional?, ¿necesitamos el mismo espacio según el perfil que tengo en mi empresa?, ¿cuántos días vamos a la oficina?, ¿para qué vamos a la oficina?, ¿cómo nos organizamos y medimos nuestro trabajo?, ¿puedo vivir en otro país y trabajar en otro diferente?, ¿puedo ser un nómada digital?, ¿y el metaverso, cómo nos afecta y cómo será mi espacio en el metaverso?…
Es evidente que estamos inmersos en un universo modular y verde. Modular porque ha de ser flexible, adaptarse a nosotros, a los cambios cada vez más continuos, debe servir como herramienta para facilitar, no para limitar. Y verde porque ha de estar integrado en la naturaleza, un elemento que cada vez somos más conscientes que requiere cuidado e integración con la persona. De hecho, hablamos de Greentecture o arquitectura verde que ayuda a promover espacios más sostenibles y en general un urbanismo cercano.
¿Cómo este discurso afecta al mundo corporativo que vemos cada día, de usuarios y propietarios? Por primera vez, el discurso es compartido. La rentabilidad no se ciñe al ratio euro/m2 sino al bienestar, un intangible que cotiza y que marca la diferencia y el valor de un activo.
Flexibilidad, bienestar y naturaleza
Las compañías se cuestionan y los dueños de los activos inmobiliarios también se cuestionan, abriendo al debate a espacios donde se rescatan 3 pilares macro: flexibilidad, bienestar y naturaleza.
-Surge la flexibilidad como un espacio polivalente que crece, decrece y se relaciona con otros usos que no han de estar en la propia sede social. Se empieza a entender la sede social como un co-espacio que lo componen diferentes localizaciones: desde las oficinas centrales hasta el hogar, el tercer lugar y los espacios de co-working. La oficina se vuelve líquida ya no está enmarcada en unos metros cuadrados determinados.
-El bienestar deja de entenderse sólo como un lugar acogedor, agradable y donde la alimentación y deporte se favorezcan, dejan de ser un compendio de parámetros WELL que certificar o no. El bienestar se asocia a salud mental. Empezamos a ser conscientes de la necesidad de cuidar cuerpo y mente. Y esta visión holística abre el debate de la necesidad de utilizar el espacio corporativo como herramienta (neuroarquitectura). Cada vez vivimos más años, convivimos diferentes grupos generacionales que requieren políticas de salud mental más dirigidas, también en el trabajo. Hablamos de inclusión, equidad e integración generacional.
-La naturaleza, deja de entenderse como tendencia. La conciencia de la sociedad crece cada día con un sentimiento firme de respeto hacia el entorno. Enseñar a valorar lo que poseemos en vez de sustituirlo rápidamente está generando un auténtico cambio cultural.