22 de diciembre de 2024
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Los superpoderes del compromiso

Los superpoderes del compromiso

“Tantos años luchando al frente de mi negocio, y nadie hasta entonces me había abierto los ojos. ¿Por qué?, ¿Cómo es posible que algo que es la clave del éxito no se enseñe en las escuelas de negocio?”

Cuando me puse a escribir este artículo, mi intención era darle un enfoque netamente profesional y aséptico. Pensaba compartirte algunas reflexiones como profesional de la gestión de personas. Pero confieso que cuando llevaba escritas apenas unas líneas empecé a notar un ligero nudo en la garganta, y que mis ojos empezaban a brillar más de lo normal, y entonces decidí optar por un enfoque mucho más personal. Quiero ofrecerte lo más valioso que tengo, mi testimonio vital, un proceso de aprendizaje que espero te sea muy revelador. 

Una barca a merced de la tempestad

Así que empiezo contándote que soy emprendedor desde hace veinte años. A menudo se asocia el término emprendimiento a la fase de lanzamiento de un negocio. Según esta acepción, yo ya no sería un emprendedor. Sin embargo, a mí me gusta considerarme como tal. ¿Cómo definir si no a alguien que sigue desarrollando ideas con enorme ilusión, que sigue apostando todo, y trabajando sin descanso para dar forma a esas ideas, y que sigue aprendiendo día a día?

Ser emprendedor tiene por supuesto su lado atractivo, cierta dosis de valentía, de idealismo, de espíritu de superación, de libertad, de trascendencia, e incluso de rebeldía. Sin embargo, reconozco que durante mucho tiempo me he sentido un tanto frustrado, por momentos arrepentido, atrapado por las decisiones que tomé entonces, hace veinte años, cuando decidí emprender. Aunque había momentos buenos, lo cierto es que predominaban aquellos en los que el peso de la responsabilidad se hace casi insoportable. Te preguntarás, ¿tan duro es emprender un negocio? Sí, lo es. No es casualidad que solo el 20% de las empresas superen los 2 años de vida, y que de aquellas que lo consiguen, tan solo de nuevo un pírrico 20% sobreviva hasta alcanzar los 5 años.

Hasta hace solo tres años seguía sintiéndome como una barca a merced de la tempestad, cuando de repente, y sin saber muy bien cómo, todo cambió para mí. Un superpoder me fue revelado. No es que nunca hubiese oído o leído sobre él, pero no le había dado mucha importancia hasta entonces. Nadie me advirtió de que era algo tan potente y que supondría un antes y un después.

Pero ¿será posible? Tantos años luchando al frente de mi negocio, y nadie hasta entonces me había abierto los ojos. ¿Por qué?, ¿Cómo es posible que algo que es la clave del éxito no se enseñe en las escuelas de negocio? Ahora que lo veo con perspectiva, pienso que es un error no enseñar este superpoder a los futuros líderes y emprendedores. A mí me ha costado muchos años descubrirlo, y estoy seguro de que muchas organizaciones nunca lo hicieron… y por tanto fracasaron, o acabaron sumidas en la irrelevancia.

Para sobrevivir a un tsunami necesitas un superpoder

El caso es que en aquel momento, hace tres años, mi socio y yo pasábamos por uno de esos momentos de calma chicha… parecía que la tempestad nos había dado una pequeña tregua. Contábamos con empleados leales, muy trabajadores, personas con talento y con buen nivel de desempeño. El negocio iba moderadamente bien, y “teníamos todo bajo control”. Pero entonces la crisis provocada por la pandemia puso nuestro mundo del revés. Todos sentíamos miedo ante una situación jamás antes vivida.

Y fue justo en ese momento en el que ese superpoder nos fue revelado. Cuando todo a nuestro alrededor era incertidumbre, cuando nos llegaban burofaxes de clientes cancelando los contratos que teníamos firmados en virtud del estado de alarma, cuando solo oíamos hablar de ERTEs, de cifras de contagios, de hospitales colapsados y de personas fallecidas, fue entonces cuando entendimos que había llegado el momento de hacer algo diferente si no queríamos irnos por el retrete.

En aquel momento comprendimos que para superar un reto de esa magnitud, un desafío casi apocalíptico, no bastaría con un buen desempeño. A fin de cuentas, nada de lo que hacíamos hasta aquel entonces nos servía. Necesitábamos hacer algo extraordinario. Fue entonces cuando supimos que necesitábamos lograr la adhesión de todas las personas que íbamos en aquella pequeña barca a una misma causa, necesitábamos unir nuestros esfuerzos y remar todos a una, necesitábamos dar lo mejor de nosotros mismos en pos de una meta que trascendía los intereses personales de cada uno de nosotros y nos mantendría unidos. Necesitábamos desarrollar un superpoder llamado COMPROMISO.

Compromiso es una palabra preciosa, que desde entonces he pronunciado muchas veces, y de cuyo significado me he enamorado. Su definición etimológica, “obligación contraída por una persona que se compromete o es comprometida a algo”, no hace justicia al superpoder que esconde, así que me inclino por una definición que circula por internet. En ocasiones he leído que es de Shearson Lehman, en otras que es de Abraham Lincoln. Sea de quien sea, el tipo estuvo inspirado, y quiero compartirla contigo:

“el compromiso es lo que transforma una promesa en realidad,

es la palabra que habla con valentía de nuestras intenciones,

es la acción que habla más alto que las palabras,

es hacerse al tiempo cuando no lo hay,

es cumplir con lo prometido cuando las circunstancias se ponen adversas,

es el material con el que se forja el carácter para poder cambiar las cosas,

es el triunfo diario de la integridad sobre el escepticismo” 

El caso es que a partir de ese momento, decidimos volcar todos nuestros esfuerzos en adquirir ese superpoder. Así que la pregunta era obvia: ¿cómo desarrollar el compromiso de nuestros colaboradores?

Solo por desearlo, no obtienes un superpoder

Es en este punto en el que se hace necesaria una distinción muy importante. Y es aquí también donde la definición etimológica del término compromiso se queda corta. Al contrario que la obligación, el compromiso es voluntario, tiene que nacer de uno mismo, se tiene que ejercer libremente desde la propia motivación personal. El compromiso no se puede exigir. Ni siquiera se puede pedir. El compromiso solamente se puede inspirar.

Y así llegamos a mi propia definición “casera” del compromiso, que es ese vínculo emocional que hace que nos entreguemos voluntariamente con todas nuestras fuerzas a una causa que nos inspira, “ese algo” que lleva a una persona a ofrecernos todo su talento, su dedicación y entrega, que le lleva a poner su trabajo en un lugar privilegiado dentro de su orden de prioridades vitales, y que le convierte en un auténtico embajador de nuestra marca ante los clientes, ante sus compañeros, o ante sus amigos y familiares.

Aunque reconozco que soy un asiduo de las TED Talks, no hace falta inspirarse en ningún gurú para saber que antes de recibir, es preciso dar. Siendo el compromiso algo de valor extraordinario que alguien ofrece voluntariamente, queda claro que si aspiramos a contar con ese compromiso, antes debemos dar algo igualmente extraordinario.

Y he aquí la clave. El compromiso del otro hay que merecerlo. Las personas se tienen que sentir impulsadas a dar ese extra, y para ello, un líder debe antes demostrar un interés genuino por las personas. Así de fácil, y así de complicado.

Volviendo a nuestra historia, fue en aquel momento revelador cuando decidimos que pasase lo que pasase, para nosotros lo más importante serían las personas. A partir de ahí, pusimos a nuestros colaboradores en el centro de todas nuestras decisiones, y esto ha tenido un efecto transformador. Los clientes, el negocio, el dinero… todo eso es importante, por supuesto, pero lo primero son las personas, y lo demás llegará como consecuencia de esta premisa.

La siguiente pregunta también es bastante obvia: ¿y qué significa “poner a las personas en el centro”? Yo no tengo la respuesta definitiva a esta frase tan manida, pero sí te puedo contar mi propia experiencia.

Recuerdo una conversación telefónica con mi socio el mismo día en el que se decretó el estado de alarma y todos nos fuimos a casa con el miedo en el cuerpo y nuestro ordenador a cuestas: “vamos a salir de ésta, por nosotros y por nuestro equipo. Están asustados. Nosotros somos lo único a lo que pueden agarrarse en este momento”.

Recuerdo que lo siguiente fue convocar una reunión por Teams – algo que hasta entonces no había hecho en mi vida, de la que guardo vívidamente dos imágenes imborrables. Por un lado, la frase de “hemos llegado hasta aquí como un equipo, y saldremos de ésta como un equipo”, y por otro lado las caras de determinación de aquellos a quienes hasta entonces considerábamos unos buenos colaboradores, y que a partir de entonces se convirtieron en auténticos guerreros que harían cualquier cosa por sus compañeros y por salir victoriosos de aquella situación.

Recuerdo a Anabel, que por aquel entonces se había incorporado al equipo hacía tan solo unos días. La llamé y estuvimos hablando de cómo sus hijos, casi de la misma edad que los míos, estaban afrontando el confinamiento. Tras un rato charlando, la noté más tranquila, confiada en que no tenía nada que temer por el simple hecho de ser supuestamente el eslabón más débil por llevar tan solo tres días en la compañía.

Recuerdo también a Noa, con quien unos días antes habíamos firmado un precontrato, y que supuestamente se incorporaba el 24 de marzo, justo una semana después del confinamiento domiciliario. Ella daba por hecho que debido a las circunstancias sobrevenidas, estaba más que justificado que incumpliésemos ese precontrato… pero no. Lo cumplimos, y ella se incorporó al equipo como una más.

Recuerdo los vínculos afectivos que desarrollé con todos mis compañeros de fatigas en aquellos duros meses de confinamiento, en los que tuvimos que reinventarnos, y en los que las conversaciones y las reuniones eran más necesarias que nunca. Todos nos apoyábamos los unos en los otros, y nos reconfortábamos sabiendo que no estábamos solos.

Recuerdo el momento en el que el fin del estado de alarma nos permitió poco a poco volver a la normalidad, y entre todos decidimos no sólo cómo y cuándo queríamos utilizar la oficina, sino incluso qué tipo de oficina queríamos. Entre todos decidimos entre las diferentes opciones que teníamos a nuestra disposición con el presupuesto que de forma transparente compartimos.

Recuerdo los abrazos y las lágrimas cuando por fin pudimos reencontrarnos. Organizamos una barbacoa para celebrarlo, aunque nos quitásemos las mascarillas solo a ratos, para degustar las maravillas que nuestro compañero Paco sacaba de las brasas, y para hacernos las fotos.

Recuerdo las video-reuniones de los viernes, que nos servían para vernos las caras todos al menos una vez a la semana, y aprovechar para compartir experiencias, celebrar los éxitos y aprender de los errores.

Recuerdo la sesión de team building que organizamos para hacer aún más piña, en la que hubo risas, confidencias, abrazos, aplausos, lágrimas…

Recuerdo todo eso y mucho más. Son solo pequeñas muestras del espíritu que surgió a raíz de aquel momento convulso y lleno de incertidumbre, y cuya llama hemos querido mantener viva desde entonces.

Un superpoder que lo cambia todo

En efecto, en un contexto marcado además por una lucha feroz por el talento, hemos logrado el compromiso de las personas, lo cual definitivamente nos ha transformado como organización. En estos tres años no solo hemos logrado prevalecer, sino que además hoy estamos mucho mejor preparados para el futuro gracias a una increíble transformación digital y a una renovada propuesta de valor, contamos con mayor visibilidad y mucha mejor reputación que atrae talento y clientes a partes iguales, hemos ganado en tamaño y capacidad, habiendo multiplicado nuestra facturación por 6 y nuestro talento hasta el infinito… pero lo más importante es que hoy contamos con guerreros con los que nos atreveríamos a ir a cualquier batalla, personas que creen en nuestra causa y que se entregan a ella generosamente, aportando todo su talento y energía.

Así que echando una mirada atrás, analizando lo que nos ha funcionado, y también aquello que no tanto, me gustaría acabar haciendo una síntesis y compartiendo contigo lo que bajo mi punto de vista son las palancas clave para lograr la transformación de una organización a través del compromiso de sus colaboradores.

Si algo tengo claro es que el talento fluye hacia donde se siente reconocido, desarrollado, empoderado, motivado e inspirado. Por ello, para mí el primer factor clave, la base diría yo, es una cultura organizacional que favorezca el compromiso, una cultura que ponga a las personas en el centro, y que cuide y personalice la experiencia del colaborador.

Las personas hoy en día solo se comprometerán con aquellas organizaciones con cuyos valores se identifiquen. Por ejemplo, una reciente encuesta realizada por KPMG a nivel mundial concluía que el 84% de los estudiantes universitarios mejor preparados no elegiría una empresa cuyos valores no estuvieran en consonancia con los suyos.

Otro factor clave es la flexibilidad, que no es otra cosa que poner el foco en la consecución de objetivos, ofreciendo para ello un importante grado de libertad organizativa. Se trata en definitiva de dar a las personas la posibilidad de decidir parte de las características de su puesto tales como el lugar de trabajo, la opción de establecer horarios adaptados a sus necesidades vitales, flexibilidad funcional, etc.

La apuesta por el bienestar es sin duda otra clave. Las personas se comprometen con aquellas organizaciones que saben cuidarles. La personalización y humanización de la relación toma gran relevancia en este punto, y por eso es importante preguntar a las personas antes de diseñar programas de bienestar, ofreciéndoles múltiples opciones que atiendan a su necesidades e intereses, independientemente de cuestiones de edad, género, estilos de vida, etc.

La transparencia es también un factor que contribuye al compromiso. Es importante ayudar a las personas a entender dónde están y hacia dónde van, qué se espera de ellos y cuál es su papel en la organización. En definitiva, hacerles partícipe de los objetivos y los resultados les ayuda a alinearse y comprometerse con ellos.

Pero es el estilo de liderazgo el verdadero factor diferencial. No hay nada que genere más compromiso que un líder inspirador, que transmita los valores de la compañía, que de reconocimiento y feedback, que fomente la iniciativa y que empodere a sus colaboradores, que predique con el ejemplo y que sea el primero en arrimar el hombro, que genere relaciones basadas en la cercanía, la confianza y la conexión, y en definitiva, que ponga en práctica un liderazgo centrado en la persona.

Por último, te comparto mi más reciente descubrimiento en mi afán por desarrollar día a día el compromiso de mi equipo: el propósito. Decía antes que el compromiso ni se exige ni se pide, y que solo lo podemos tratar de inspirar en nuestros colaboradores. Pues bien, en los últimos meses he podido comprender el increíble poder inspirador que tiene el propósito.

Las personas quieren sentir que verdaderamente importa lo que hacen, quieren sentir que contribuyen a algo trascendente, a algo mucho más grande que ellos mismos. Es por ello por lo que hoy más que nunca adquiere gran importancia definir un propósito inspirador, y desarrollar una cultura organizacional en torno a él, de manera que todas las decisiones, estrategias, objetivos y esfuerzos se orienten hacia ese propósito trascendental e inspirador.

El poder transformador del propósito radica en su capacidad para conectar con lo que nos apasiona. Eso lo convierte en una fuente de energía emocional inmensa e inagotable, ya que apela a lo trascendente, y en la razón por la que nos levantamos cada mañana para dar lo mejor de nosotros mismos. Luchar por un propósito elevado y aspiracional nos hace ser más resilientes, más adaptativos, más creativos, más positivos, y en definitiva nos hace más comprometidos.

Espero que mi testimonio y mis reflexiones te hayan sido de utilidad. Me gustaría pensar que con ellas puedo ayudar a reducir la curva de aprendizaje de futuros emprendedores y líderes de organizaciones. Por favor, no tardes tanto tiempo como yo en entender la clave del éxito de cualquier organización, el superpoder que lo cambia todo.

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