30 de diciembre de 2024

Un antes y un después

Un antes y un después

No me preguntéis por qué, pero lo sabía. Algo distinto se respiraba ese día en la oficina.

Algo iba a cambiar. Para siempre.

El bueno de Juan se había preocupado siempre por su gente. Toda su vida, desde que entró en la empresa como humilde becario, hasta ahora, ya con mayor responsabilidad, vivió pensando en mejorar el día a día de las personas que andaban por allí.

No era un área fácil; no fueron ni una ni dos veces las que se descubrió diciéndose a sí mismo: “Juanito, con lo bien que te habría ido en Financiero, con lo bueno que eres tú para el trabajo ordenado… Y encima, con el peso que habrías tenido en la organización…”.

Pero no; él era, como decía, “un tipo al que le gustan los tipos”… y se metió de cabeza en Recursos Humanos.

Bueno, para ser más exactos, en “Administración de Personal”.

Anda que no echó horas calculando y corrigiendo nóminas, aprobando vacaciones (y denegándolas, con el jaleo correspondiente), revisando fichajes… Pero claro, era lo que tocaba como buen becario…

“Tranquilo, Juan, no te quemes; piensa en esto como un peaje para llegar a buen puerto”.

Tras unos cuantos cientos de nóminas y algunos ajustes de calendario, dejó atrás su experiencia como becario y se incorporó a la plantilla de la compañía.

Y, desde ese momento, se planteó un objetivo: “Vamos, Juanito, que ya has hecho lo más difícil. Ahora toca conseguir que esto deje de ser Administración de Personal para convertirse en Gestión de Personas”.

Pero no era fácil.

Pasaron dos o tres años, y el bueno de Juan empezó a tener más peso en el equipo. Ya no era el becario de turno, y su capacidad de organización y sus ideas le fueron posicionando más que bien en el área… y fuera de ella.

Y, con el tiempo, Juan se convirtió en el sucesor natural del Director de Recursos Humanos.

“Vamos, Juanito, que ya no somos Administración de Personal, que por lo menos nos llaman Recursos Humanos”.

Y llegó el día en el que Ana se jubiló.

“Juan, todo tuyo”, le dijo. “Puedes hacer grandes cosas, no lo olvides… pero sé prudente. Seguro que has visto la cantidad de veces que no nos han dejado crecer; pero tú eres de otra pasta: lo vas a conseguir. Seguro”.

Y allí estaba, en ese viejo nuevo despacho, con esa sensación de estar a los mandos de la nave sin estar muy convencido de estar preparado para ello.

“Dale, Juanito, que esto es como cuando te sacas el carnet y empiezas a conducir tú solito por primera vez. Acuérdate, que no te la pegaste. Bueno, algún roce en la carrocería el primer día, pero nada grave…”

“¡Clinc!”

Allí estaba; el aviso del correo electrónico anunciaba su primera invitación al Comité de Dirección. Una sensación de vértigo le invadió de repente, ese vértigo que anticipa situaciones importantes, ese vértigo que te anima y te contiene, ese vértigo que te llega en los momentos decisivos.

Doce días. Doce días faltaban para ese comité.

Se reunió con el equipo, planteó ideas, pidió que le dieran otras, preparó el discurso, pensó en medidas, en nuevas iniciativas que sin duda incidirían positivamente en los profesionales de la compañía… Se metió en su papel.

Y llegó el día.

Entró en la sala. Allí estaba ya Roberto, el Director Financiero, revisando unos papeles junto a Eva, la Directora de Operaciones, que se afanaba en conectar su ordenador visiblemente preocupada.

“Buenos días”, dijo Juan al lado de la puerta, mientras en ese momento entraba también Pedro, el Director Comercial.

“Hola, Juan”, contestó Pedro, que se movió rápidamente para situarse en un buen sitio en la imponente mesa de reuniones. “Mucha suerte en tu estreno, que hoy no es un día fácil”.

Así era: la empresa parecía no atravesar un buen momento; los números no terminaban de salir, la calidad apreciada por los clientes empezaba a entrar en caída libre, las ventas se resentían…

Pero Juan ya lo sabía. Y traía un montón de ideas para cambiar el rumbo de la situación, porque estaba convencido de que gran parte de la culpa de esos malditos números rojos tenía que ver con la situación de los trabajadores, con su implicación, con su sentido de pertenencia a un proyecto interesante, con sus posibilidades de desarrollo, con…

“Hola a todos, vamos a empezar, por favor”. Estas palabras de Fernando, el CEO, interrumpieron el pensamiento de Juan, que sabía que vivía un momento quizá único en su carrera.

“Sabéis que no estamos viviendo precisamente los mejores de nuestros días. Tenemos que hacer algo; espero escuchar hoy vuestras ideas y poder activar planes concretos para contar con un nuevo impulso que nos permita dar un giro de ciento ochenta grados… o lo pasaremos realmente mal”.

Juan repasó en su cabeza las ideas en las que tanto había pensado; estaba convencido de que serían efectivas y sólo necesitaba autorización y presupuesto para ponerlas en marcha.

Roberto, el Director Financiero, tomó la palabra en primer lugar. Una cabalgata de números rojos comenzó a desfilar por la pantalla, seguida de porcentajes de rentabilidad decadente, ingresos en caída libre y tendencias nada halagüeñas. Presentó un plan que impactaría rápidamente en la disminución de los costes, con un ROI más que evidente… que concluyó con la sentencia del CEO: “Hágase”.

Fue después el turno de Eva, la Directora de Operaciones. Otro carrusel de ratios y diagramas dio forma a la luz del proyector, que alternaba entre el rojo del desastre y el verde de la esperanza con medidas que en el corto plazo harían que mejorara la ocupación de los equipos de trabajo. Ingreso y gasto, inversión e impacto con datos y medidas concretas.

“Hágase”.

Después de Pedro, el Director Comercial, que se afanó en pintar un negro panorama de clientes insatisfechos, de campañas que no funcionaban y de feroz competencia, llegó el turno de Juan.

“Vamos, Juanito, en peores plazas has toreao”.

“Estoy convencido de que gran parte de nuestros males tienen que ver con cómo está nuestra gente; creo que las personas no se sienten involucradas, no se sienten parte de un proyecto, no comunicamos bien… Creo que deberíamos intentar un cambio, empezando por llamar a nuestra área “Gestión de Personas” y comenzando en primer lugar con un plan de formación en Liderazgo y Comunicación para mandos intermedios. Después…”

“A ver, Juan”, interrumpió el CEO, “está muy bien eso del nombre, cámbialo ya si quieres. Pero eso otro de la formación y el liderazgo, que la gente se siente no sé qué… No sé, necesitamos actuar con impacto en los números. Empecemos urgentemente con las propuestas de Financiero y Operaciones. Negocio, Juan, negocio es lo que necesitamos. Y que Recursos Humanos encuentre a la gente que nos hace falta, y que cumpla con los procedimientos. Disculpadme, pero tenemos que terminar aquí, tengo otro fuego que apagar, para variar. Revisamos de nuevo la situación en el comité del mes que viene, os pido a todos máxima implicación”.

Bum.

Juan no se lo podía creer. Todas sus ideas, toda su preparación, todas sus palancas para dar la vuelta a la situación… se habían quedado en el tintero. Parecía vivir en un mundo donde sólo importaban las cifras.

“Juanito, la primera en la frente”.

Aquello fue un palo; negarlo sería absurdo. “Juan, ¿todo bien?”, le preguntaron los miembros de su equipo. “Sí, tenso, cosas del estreno… pero vamos a por ello”.

Ese día supuso un antes y un después.

Juan nunca fue partidario de las armas. Pero estaba harto.

Llegó el día del siguiente comité. Las cosas no parecían mejorar, así que tocaba actuar de forma determinante para hacerse respetar.

Como siempre, el turno de la recién denominada área de Gestión de Personas fue el último. Juan esperó su oportunidad, mientras todos observaban algo extraño en su comportamiento. Como si ocultara algo.

Y llegó su momento. Y sí, iba armado.

Y sí, su discurso en esa ocasión fue escuchado hasta el final. Y sí, de repente sus ideas parecían ser escuchadas. Y sí, su arma tuvo mucho que ver. Todo que ver.

Nunca pensó que People Analytics le pondría al mismo nivel que Financiero u Operaciones. Pero esa arma secreta resultó definitiva. Datos frente a impresiones. Objetividad frente a subjetividad. Impacto frente a buenas intenciones.

Y munición infinita.

“Grande, Juanito, grande. A trabajarlo y a celebrarlo con el equipo”.

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