14 de noviembre de 2024
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La palabra y la persona

La palabra y la persona

Que importante es en esto de las personas reflexionar de manera calmada sobre aquello, que nos oculta un día a día hambriento de nuestra atención. 

La palabra en unión a las personas y su dirección es una de las grandes descuidadas.

Hablamos tanto de la comunicación aplicada a la dirección estratégica de personas, que olvidamos que lo importante es la palabra y no el medio. Porque no es lo mismo comunicar que hablar, por mucho que nos descubramos diciéndonos a nosotros mismos, que cuando comunicamos, les estamos hablando a nuestras personas. 

Comunicar lo hace cualquiera, solo necesitas un atril físico o digital; una audiencia interesada o no; y un mensaje importante o no. Pero la palabra trasciende a la comunicación en la dirección de personas, porque es sinónimo de cercanía con aquéllas. La tecnología nos ha abierto las puertas a una comunicación global para hacer llegar un mensaje a la multitud; sin embargo, hay diálogos que deben seguir haciéndose en persona. Cara a cara.  

¿Piensa en todo aquello qué nunca dirías por email, por WhatsApp y/o por un mensaje público o privado en las plataformas digitales corporativas de comunicación? A pesar de ello, se hace. Se hace demasiado a menudo. Se hace constante, querer hacer llegar el mensaje a muchos en vez de a las personas correctas. Se esconden los diálogos personales detrás de las pantallas y con ello se hiere a la palabra. El miedo a una réplica, a una mirada de disgusto o a un reproche que quiebre “nuestra felicidad en el trabajo”, nos hace matar la palabra.  

El valor del tiempo en la dirección estratégica de personas, es el valor que le dedicamos a la palabra adecuada en el momento justo. Emplear la palabra de tú a tú, en directo y de viva voz, ayuda a eludir el conflicto o al menos a anticiparlo para huir de él, transmite seguridad y confianza a la otra persona. La palabra dicha en ese instante abre a las personas al diálogo; permite explicar, preguntar, contestar y zanjar debates, sin presuponer la intención que damos a la palabra escrita. La palabra no siempre es el acuerdo, pero ayuda a intentarlo.

Escatimamos en sinceridad, honestidad y transparencia cuando explicamos nuestro proyecto, porque no queremos emplear todas las palabras. Las palabras cuentan lo bueno y lo malo de una organización, y en malas manos son la herramienta para bordear sus aspectos espinosos. En cambio, una palabra veraz y muy personal, prevendrá futuras situaciones no deseadas, que perjudican la experiencia del empleado: frustración, desmotivación y/o sentimientos de fracaso, fiasco y descontento.

El arte de la palabra se está perdiendo en la dirección estratégica de personas. Se dan reglas para ser empleada con y para las personas, pero no se entrena en el día a día. Se prefiere la pantalla en blanco y la comunicación asíncrona, a percibir el sentimiento que la palabra provoca en la otra persona. 

La palabra es algo vivo que requiere ser alimentada por las personas. Pero se elude emplearla. La palabra da realidad a la persona, a sus problemas y argumentos, y eso da vértigo, porque nada te desnuda como la palabra, ni siquiera el tener que tratar con el género humano y sus cambiantes intereses. 

Hoy, en la época de las conversaciones asíncronas, los managers no quieren una voz con su palabra. Pero sin un liderazgo ejercido desde la palabra, nunca se podrá predicar desde la organización valores como la innovación, la co-creación, la cooperación entre sus individuos y la pluralidad generacional, para generar sinergias que tendrán efectos positivos para todos los actores de una organización.

Desde las áreas de personas podemos ayudar al liderazgo con la construcción de su voz a través de la palabra, pero no sustituir su palabra por la nuestra, y mucho menos cuándo de conseguir la identificación de la persona con el proyecto de la empresa, su propósito y/o valores. La potencia del ejemplo desde la palabra es tal, que sin esas palancas toda cultura empresarial se convierte en un gigante con pies de barro, le ves llegar desde lejos, pero con un andar inestable, que te hace temer acabar sepultado por su caída.

Todo manager cuando de cultura de empresa hablamos, aporta con su palabra coherencia, seguridad, confiabilidad, certidumbre, pero sobre todo consistencia. La consistencia de la palabra bien dicha es hacer gala de una inteligencia integradora del espacio científico tecnológico con el espacio humano en las empresas. 

La palabra es dicha para ser escuchada. Se puede hablar mucho, pero sin nadie que escuche, son palabras dichas al viento. Las empresas que no escuchan a sus trabajadores están abocadas a perder competitividad. La palabra escuchada es participación, es la senda para mejorar. Pero la palabra crítica es difícil de encajar. La prepotencia de pensar que nadie tiene nada que decir, será el germen para acabar con la cultura de la empresa. El corazón más negro de la perversión empresarial: Una empresa sin voz, una empresa muda, una empresa sin las grandes ventajas de la diversidad de las palabras. Quizás las primeras palabras deban ser para preguntar, ¿cuánto hace que no escuchas a tus personas? 

El de RR. HH. es un departamento por y para personas, es una función en consciencia hecha por y para la palabra. “Ciento sesenta caracteres” deben servir para poner negro sobre blanco, dando fé así de la palabra dicha, aquélla con la que se construyen estrategias pensadas para motivar y comprometer a las personas. Escribir sin el efecto de la palabra deshumaniza la función, deshumaniza la persona y la convierte en un mundo construido sólo sobre procesos uniformes de unos y ceros. 

Por ello, impulsar una empresa humanista y tecnológica requiere tener en cuenta que el valor principal de una organización son sus personas, y que éstas tienen unas necesidades y objetivos dispares, que sólo pueden atenderse desde la palabra, a cuyo servicio debe ponerse la tecnología y no viceversa.

Con la palabra harás ya las preguntas correctas, sin ellas llegarás tarde al mañana.

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