En estos días no es extraño despertarse, ducharse o desayunar con noticias de desastres naturales. Buenos ejemplos son el terremoto de 7,7 grados en México, los terribles daños del huracán Fiona en Puerto Rico, República Dominicana o Bermudas, el tifón Nanmadol en Japón o el Muifa en China, terremotos también en Taiwán, riadas en Pakistán e Italia, incendios y violentas lluvias por doquier, entre otros.
Algunos son impredecibles, otros son recurrentes y todos, absolutamente todos, se deben prever con planes de contingencia adecuados. Si bien es cierto que nunca se pueden anticipar con detalle, un plan de contingencia será siempre el camino más acertado hacia la recuperación. No es raro que una reacción inadecuada cause más daños que el propio incidente. Y, si un plan de contingencia cuesta dinero, multiplique por mucho ese importe para determinar el coste de no tener un plan y dejar todo a la improvisación o a la mejor voluntad de los responsables de turno. En ese caso, la ruina está garantizada.
Superada la convulsión generada por el siniestro, incluso cuando ya podemos dar por completado el retorno a las operaciones, aún quedarán daños por mitigar. El miedo y el desánimo de los trabajadores, así como la preocupación por que se repita este incidente, u otro parecido, son respuestas emocionales inherentes a la condición humana. De no gestionarse adecuadamente, se pueden convertir en serios problemas, a medio o largo plazo, que redundarán en un claro perjuicio de la productividad de los empleados y, especialmente importante, de su salud mental o emocional. En este sentido, apoyar el bienestar de los trabajadores, sean o no víctimas de ese incidente, es tan importante como la gestión diaria de su seguridad física.
Aclarado esto, para mitigar el impacto de un desastre natural, debemos centrarnos en tres fases:
- Reducir el impacto mediante una preparación previa adecuada.
- Reducir al máximo el tiempo que la actividad se ve interrumpida.
- Garantizar un retorno a las operaciones planificado, oportuno y seguro.
Para reducir el impacto de cualquier desastre natural, será imprescindible una correcta evaluación de riesgos, establecer las hipótesis de los diferentes sucesos e implementar las medidas de mitigación adecuadas, impartir la formación correspondiente e informar sin complejos a los trabajadores. Tanto al personal en zona como a los posibles viajeros que pudieran encontrarse en la región cuando se produzca un desastre natural o incidente.
En segundo lugar, para reducir el tiempo de interrupción de la actividad, será vital que la reacción de los responsables y de los propios empleados sea la correcta. La activación de los equipos de emergencia propios debe de obedecer a un Plan de Contingencia adecuado, realista y, muy importante, testado mediante la realización de simulacros previos.
Por último, pero no menos importante, no son pocos los casos conocidos donde organizaciones se han visto enfrentadas a una crisis peor o más dañina que la causada por el propio desastre natural o incidente. En la mayoría de las ocasiones esto se produce por la precipitación derivada del comprensible deseo de poder informar a la Alta Dirección de la compañía, que el incidente ya está superado y que todo el mundo ocupa de nuevo sus puestos. Para evitar esta precipitación, además de evaluar los riesgos físicos en el centro de trabajo, derivados de la propia devastación causada por el desastre, debemos hacer lo mismo con los riesgos derivados del tránsito hasta el mismo desde los domicilios de los trabajadores, ya que muy probablemente los itinerarios estarán también afectados por el siniestro. Un accidente o lesión en itinere es causa clara de omisión tanto del Deber de Cuidado, como de las responsabilidades derivadas directamente de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.
Los aspectos emocionales como el miedo o la inseguridad de los trabajadores son determinantes a la hora de un regreso a las operaciones en las debidas condiciones de seguridad, salud y bienestar tras un desastre natural o incidente de alto impacto.
Para la protección de sus trabajadores, el empleador debe buscar un proveedor que le ayude a:
Elevar el nivel de preparación de sus instalaciones y personal, mediante:
- La evaluación de los riesgos de desastres naturales en sus áreas de operaciones.
- Diseño y recomendación de las medidas adecuadas de mitigación de los riesgos detectados.
- Implementación y supervisión de la operatividad de estas medidas.
Revisar y actualizar los procedimientos existentes, o ayudarle desde cero a crear los procedimientos operativos que garanticen la mejor reacción ante emergencias y desastres naturales. Los Planes de Gestión de Crisis, Planes de Escalada y Evacuación, conectan los niveles Corporativo o Estratégico y el Operacional, para garantizar la toma rápida de decisiones que evitarán que las consecuencias escalen e interrumpan la actividad por un periodo de tiempo superior. Un SimEx o “Ejercicio de Simulación”, preparará a sus directivos para afrontar eficientemente cualquier calamidad o desastre.