Volver al trabajo tras un cáncer es uno de los temas de máximo interés en la actualidad por dos motivos principales. Por un lado, el aumento en la tasa de supervivencia; en España, la cifra se sitúa en torno al 55% de los casos a los 5 años según informa la Red Española de Registros de Cáncer (REDECAN). Por otro, los datos que publica la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (EU_OSA) que señalan que aproximadamente la mitad de las personas que son actualmente diagnosticadas de cáncer están en edad de trabajar.
Cuando pensamos en la reincorporación laboral del superviviente de cáncer, lo primero que hemos de conocer es su motivación para ello ya que vamos a encontrar personas que desearán enormemente volver a su puesto de trabajo tras finalizar los tratamientos y ser dados de alta por el médico, porque para ellos supone una recuperación de su salud y de su vida anterior, es decir, una “vuelta a la normalidad”. Mientras que también habrá otro grupo de supervivientes, aquellos que no tienen una necesidad económica, que elegirán retrasar su incorporación o incluso no volver al mercado laboral debido a los cambios que ha supuesto esta experiencia en sus vidas al modificar sus prioridades y replantearse su proyecto vital.
Una vez aclarada esta cuestión, podemos empezar a pensar en cómo acompañar a aquellos que han decidido reincorporarse al mundo laboral puesto que según señala un estudio de revisión, el cáncer tiene un impacto negativo sobre las posibilidades de conservar el empleo (Feuerstein et al., 2010). En este punto es fundamental la implicación de las organizaciones que, según recoge el informe editado por el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social en colaboración con la Fundación Estatal para la Prevención de Riesgos Laborales y UGT sobre esta temática, han de diseñar planes generales y también desarrollar estrategias específicas para cada caso. Solo de esta forma se conseguirá que la vuelta al trabajo de sus trabajadores sea lo más satisfactoria posible.
Si bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones el/la superviviente de cáncer puede incorporarse al trabajo sin problema, es igualmente necesario que la empresa realice un análisis detallado e individualizado de cada caso. De esta forma, las empresas se convierten en organizaciones humanizadas al tener en cuenta la singularidad e individualidad de sus trabajadores y respetar, en el caso de los supervivientes de cáncer, sus necesidades y sus tiempos para lograr un buen ajuste personal y desempeño laboral.
Centrándonos en las medidas específicas y concretas que pueden poner en marcha las organizaciones, sería deseable que la empresa adaptase el puesto de trabajo a las nuevas condiciones del trabajador/a (si ese fuese el caso) y que su incorporación fuera progresiva y flexible, planteando, por ejemplo, la posibilidad de reducir la jornada y/o facilitar la salida del trabajador/a para asistir a las visitas médicas de seguimiento. Esto facilitará la percepción de control y de seguridad del superviviente y repercutirá positivamente en su estado emocional con un nivel mayor de bienestar psicológico y menor distrés emocional. Además, la empresa deberá tener en cuenta las secuelas o efectos de la enfermedad y los tratamientos, así como las características del puesto de trabajo y las funciones que hasta el momento realizaba para que su desempeño en el puesto actual sea satisfactorio. Incluso si fuera necesario, la empresa ha de reconocer el grado de discapacidad correspondiente. Por último, será imprescindible que durante todo el proceso exista una buena comunicación entre el trabajador/a y la organización, incluyendo también aquí a los compañeros de trabajo. Esto último permitirá, por una parte, realizar los cambios necesarios para conseguir un buen ajuste trabajador/a-puesto de trabajo y, por otra, fomentar actitudes positivas entre todos los miembros de la organización.
Las personas con un diagnóstico de cáncer van a experimentar a lo largo de la trayectoria de la enfermedad -diagnóstico, tratamiento, supervivencia, o en su caso, recurrencia y tratamiento paliativo- un cierto nivel de distrés o malestar emocional asociado al propio diagnóstico, los síntomas de la enfermedad o los efectos de los tratamientos recibidos. Esta respuesta “leve” es totalmente normal y adaptativa. Sin embargo, se estima que aproximadamente 3 de cada 10 pacientes oncológicos presentarán niveles clínicamente significativos de distrés en algún momento del proceso de la enfermedad. Según señalan las investigaciones, la presencia de niveles moderado o severo de distrés emocional tiene importantes consecuencias negativas que afectan a la calidad de vida de los pacientes encontrando una mayor gravedad de los síntomas físicos -incluida una intensificación del dolor, un peor funcionamiento general, e incluso puede afectar negativamente a la supervivencia. Asimismo, se ha visto que la presencia de distrés clínicamente significativo puede repercutir en el nivel de satisfacción con la atención médica recibida y en los gastos de la asistencia sanitaria. En este sentido, los pacientes con niveles elevados de malestar emocional demandan mayor tiempo de atención por parte del equipo oncológico, tienen mayor probabilidad de utilizar los servicios de atención primaria y los servicios de urgencias hospitalarias, mayor probabilidad de ser sometidos a pruebas diagnósticas y tratamientos médicos innecesarios y muestran una peor adherencia a las recomendaciones médicas.
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