Arrebato
Las noticias son malas. El contexto no acompaña. Las columnas de opinión en revistas y periódicos recurren con demasiada frecuencia a la generación que vive entre crisis, los que no tenemos oportunidades laborales.
Alfredo, joven ingeniero, recién salido del cascarón universitario hace menos de un lustro, no se identifica con este mantra. Desde que saltó del aula a la oficina, no le ha faltado el trabajo. No fue un alumno brillante, pero sí ha sabido buscar buenas oportunidades. Tanto es así, que, en su constante búsqueda del cáliz dorado, no había durado más de un año en cualquier empresa. Quienes le conocen, saben que ahora está en el sitio ideal para crecer. Llegó hace un año a su actual empresa, en la que ostenta un cargo de responsabilidad, pese a su insultante juventud.
Hoy es día importante, día de revisión salarial. El perfume de las grandes ocasiones, la corbata de la suerte, ¡y al toro!
Justo al subirse al coche de vuelta a casa, sin la corbata ya anudada en su cuello, marca el teléfono de un antiguo amigo para comentarle la catástrofe: la única subida ha sido en promesas y responsabilidades. El salario, tendrá que esperar.
Tras la conversación, Alfredo no se siente satisfecho con las conclusiones finales de su amigo y, tan caprichoso es el destino que, nada más llegar a casa, se topa con un mensaje de LinkedIn en forma de Recruiter seductor.
¿Por qué no? Pensó.
Tras varios días de conversaciones con este nuevo “amigo”, Alfredo accedió a ponerse cara con su pretendiente y, sobretodo, informarse de los términos en los que podrían llegar a un acuerdo. Dicho de otra forma: el precio de salida.
Uf. Vaya cifra. Más del doble.
Houston, tenemos un problema.
Lealtad
Días, tardes, noches, semanas, meses y años. Alegrías y sinsabores. Horas de trabajo y diversión. No había más para dar por parte de Sara. Diez años de fructífera relación. Entró una niña y, a día de hoy, hay una madre de familia.
Hace ya varios meses que le viene visitando una suave voz, cada vez con más frecuencia, cada vez con mayor tono de voz, que le insiste en lo mismo: ¿Qué hay ahí fuera? ¿Nos damos una vuelta? ¿En esta silla te vas a jubilar?
De vez en cuando, nuestra amiga Sara, se dejaba llevar. Una aplicación furtiva en una oferta de LinkedIn, un mensaje respondido o un Currículum enviado al cuñado del amigo de su prima. Y, sin esperarlo, en una semana, ocurrió todo. Tres entrevistas, un proyecto retador y un aumento salarial. Y ahora, ¿qué?
Cualquiera podía pensar que es lo lógico. Después de una década de fiel servicio a su empresa, se merecía un cambio. Mover los cimientos de este torreón y desempolvar algunos sentimientos olvidados por completo: incertidumbre, ilusión, nerviosismo…
No es tan fácil.
Sara se ve sumergida en un océano de dudas, en un vértigo al cambio que jamás pensaría que tuviese. Nadie le garantizaría que esta nueva oportunidad fuese a ir bien. Además, con una familia a sus espaldas, hay que pensar muy bien los movimientos.
Por el contrario, debe cambiar, no puede arriesgarse a convertirse en una reliquia profesional sin utilidad futura en el mercado. No quiere vivir en ese estancamiento oculto al que conducen las circunstancias personales y familiares a tantísimas mujeres. No, a ella no.
Firmar, solo necesita reunir las fuerzas suficientes para firmar.
La carrera profesional por generaciones
Alfredo y Sara son dos caras de una misma moneda frente a un posible cambio profesional.
Para quienes nos dedicamos a las personas y, más concretamente, al mercado laboral, observamos una tendencia generalizada que apunta hacia unas prisas incomprensibles de los perfiles más jóvenes por escalar una montaña a contrarreloj, que contrasta con la incertidumbre crónica de otras personas con más recorrido a la hora de relanzar su carrera.
Alfredo debería priorizar aspectos “más importantes” que el dinero: un recorrido profesional consistente en el que tenga tiempo para impactar en las organizaciones en las que trabaja. Además, ¿dónde queda la palabra si solo nos centramos en la cuantía económica? Crecer requiere de paciencia.
Por su parte, Sara está ante una gran oportunidad para no perderse en la indiferencia y volver a sentir esa adrenalina del aprendizaje. Quizás, esta nueva empresa, no sea su última, pero tras tantos años en un mismo espacio, en el que ya sí has tocado techo (a diferencia de Alfredo), el cambio es la única vía para disfrutar del día a día.
Ante un mismo cambio, siempre habrá las mismas dudas, pero diferentes respuestas.
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