23 de noviembre de 2024
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‘Utopía’, finalista del XIII Premio Literario RRHHDigital

'Utopía', finalista del XIII Premio Literario RRHHDigital

Otra noche más sin dormir del tirón. Esta vez no me despertó mi pequeño, que cada noche se escabulle en mi cama a las tres de la madrugada. En esta ocasión no recurrÍ a las galletas, mi recurso más habitual cuando me despierto «igenial!, podré volver a dormirme sin sentimiento de culpa». En cambio, hice aquello que los expertos contraindican en los períodos de desvelo, coger el teléfono Entré inconscientemente en LinkedIn y ahí estaba: «XIII PREMIO LITERARIO RRHH DIGITAL». Sin pensarlo comencé a leer las bases. «Perfecto, estoy en plazo!». «Esto no me va a ayudar a conciliar el sueño». Empecé a pensar sobre qué tema podría escribir. Las ideas se me amontonaban, se empujaban unas a otras, y por fin recordé aquella noche, durante el confinamiento cuando me senté en la cocina, una vez los niños dormían, y cogi un cuaderno pintarrajeado, de esos que utilizamos para jugar a stop o al ahorcado, y comencé a escribir, lo que deseaba se convirtiera en una novela, pero mi inseguridad decidió meterla en un cajón.

Por la mañana, mientras desayunaba con mis hijos, les dije:

–Voy a participar en un concurso literario. -¡Qué guay! ¿Cuál es premio? –me preguntó mi hijo mayor. -Lo importante es participar Tate, ¿verdad mami?-le increpó David sin dudarlo. -Así es—respondí mirando a mi pequeño, el cual se mostró orgulloso de haber acertado en su afirmación y dejado a su hermano en mal lugar. «¡Qué poco me gusta esta rivalidad!».

-Pues no tengo ni idea cariño -realmente ni lo había mirado. En ese momento le cedí el móvil para que el mismo lo leyera.

-Mamá, si no dan dinero ¿para qué te vas a esforzar? -Lo importante no es el premio hijo, para mi es un honor que alguien lea y disfrute lo que escribo. Imaginate que se publica en un medio tan relevante, es un orgullo. Tengo que hacerlo de máximo 1500 palabras.

¿Y mínimo? Me eché a reír, estos niños siempre tan ahorradores.

-Si mi problema va a ser limitarlo a 1500. -¡Qué raros sois los mayores! -agregó, mirándome con cara de resignación y dando un mordisco a su tostada con tomate.

«Me va a resultar difícil elegir solo un tema relacionado con recursos humanos sobre el que escribir», pensé. De nuevo recordé la novela esbozada dos años atrás, la cual enterré en un cajón, por miedo a no saber relatar con la pulcritud que una novela exige, todas aquellas historias que estaban en mí cabeza. En cambio, esta vez no sentía miedo de enfrentar el folio en blanco. Se me abrió una puerta, «iya tengo tema!, voy a contar mi historia, bueno, eso daría para una serie, rectifico, voy a contar un capítulo reciente de mi historia».

Después de 20 años como profesional de los recursos humanos, en distintas empresas, puestos y áreas, no era consciente de mi potencial, de mi talento, siempre pensé que necesitaba tener más conocimiento y menos pasión.

Tenía claro, que me fascinaba enseñar. Ya de pequeña sentaba a mis muñecos y les explicaba la lección. A los pocos meses de empezar a trabajar ya me encargaba de formar a quienes entraban nuevos, con el tiempo formé a equipos en desarrollo de competencias y en esta última etapa a clientes. Disfruté muchísimo haciendo entrevistas, me encanta conversar y aún más preguntar, soy de las que piensa que todo el mundo me puede enseñar algo nuevo, si bien lo que más me costaba después de las entrevistas era descartar candidatos. Tengo una habilidad y es que encuentro en cada uno de ellos un talento, quizá no para la posición a cubrir, pero siempre creo que puede aportar algo valioso. Senti gran satisfacción cuando participé en las jornadas de co-creacción de la política de diversidad, y liderando aquellos workshops en los que planteábamos ideas y propuestas creativas para mejorar el clima laboral.

Sin embargo, sentía que aquello era escenografía, que detrás, seguían los mismos noes de siempre, los mismos juicios y las mismas prioridades.

Siempre pensé que otra forma de hacer las cosas era posible, más allá de la utopía.

En mi día a día me daba de bruces con la dirección, únicamente interesada en que les explicara el motivo por el que la cuenta de personal este mes tenía más gasto que el pasado. En cambio, yo necesitaba trasladar aquella conversación, u otra similar a la que había mantenido aquel lunes, junto a la máquina de café, con un responsable de equipo.

-Ana es imposible trabajar así, hay en el equipo tres «muebles», que desmotivan al resto. Nada les viene bien. Crean en sus compañeros un sentimiento de frustración brutal.

-¿Frustración? -Sí, el resto se deja los cuernos cada día y no ven mejoras en sus condiciones, solo mi reconocimiento, que siempre se lo doy, al menos…-me dijo resignado, mientras removió su café. Cambiando su gesto a uno menos amable, continuó- Necesito hacer algo con estas 3. La gente se me va, y las personas nuevas tardan en estar al 100% al menos dos meses. -Te entiendo. Paco, voy a hablar en cuanto suba con Pedro, el director de recursos humanos, es necesario tomar decisiones.

-No, por favor, van a pensar que no sé gestionar a mi equipo. -¿Crees realmente que se trata de eso Paco?-le pregunté. -En las últimas evaluaciones del desempeño, se promocionó a una de ellas por haber cerrado más casos que el resto, sin tener en cuenta que no comparte la información y genera un ambiente insostenible. ¡Aquí solo importan los números! Paco sentía decepción, miedo y frustración, así que, como me pidió, no dije nada.

Este tipo de situaciones, se daban cada día en mi Organización, pero también en la de mi amiga Rosa, que es manager en una tienda de electrodomésticos, y comparte conmigo la impotencia que siente cuando informa a su director de la imposibilidad de alcanzar los objetivos si no incorporaba a personas con talento para atender a los clientes con amabilidad. Igual sucede en la farmacéutica dónde trabaja mi cuñado. Me cuenta que es incapaz de hacer entender a su jefe que el equipo necesita formación para desarrollar las competencias que el mercado demanda.

Al salir de la reunión de los viernes vi tres llamadas pérdidas de mi madre, me asusté, y de inmediato la llamé:

-Mamá -Hija —me interrumpió- con 63 años pretenden que aprenda este programa, sin una persona que me ayude es imposible —se echó a llorar desgarradoramente. -Mami, habla con tu jefa –«me indignan estas cosas, y si se trata de ver sufrir a mi madre, sale lo peor de mi». Me senti furiosa, impotente.

-Cielo, ya lo he hecho, y dice que no tiene por qué hacer conmigo excepciones, y lo entiendo. -No, no lo entiendas, no debería ser así, la digitalización se debe gestionar teniendo en cuenta que no es igual un nativo digital que una mujer que creció con vinilos–mi tono cada vez era más alto.

-Hija, baja el tono, te van a escuchar y me echarán-me reprendió con el amor que siempre me dedica. Mi madre sentia miedo e incompetencia, así que, como me pidió, bajé el tono.

-Ani, cuelga, tendrás cosas que hacer. Un beso hija. -Un beso mama, te quiero. Procura no agobiarte, eres capaz de hacerlo -colgué. Lloré.

Supe que algo tenía que hacer. «No podemos ni debemos cerrar los ojos ante la realidad», me dije, «es necesario, que los recursos humanos, a partir de ahora, sean relaciones humanas y yo quiero ser parte de este cambio ». «No voy a poder cambiar el mundo, ojalá tuviera una varita mágica, pero no. Lo que sí tengo es voluntad y un propósito, y es dejar el mundo de los ahora llamados recursos humanos, un poquito más amables, empáticos, inclusivos, respetuosos y sobre todo menos inhumanos ».

En el momento exacto cambié de emisora y allí estaba Julia Otero haciendo una entrevista a Carmen, la CEO de la Escuela de Coaching Madrid. Como casi todas las cosas importantes, el azar hizo que escuchase aquello.

Aquella misma tarde llamé, me atendió directamente Carmen, quedé maravillada, emocionada y enamorada de aquello que me contó y, como habitualmente hago las cosas, con determinación y algo de impulsividad, me apunté.

Cada fin de semana que tenía formación era un regalo. Mi vida se iba transformando. Descubrí quien soy, mis talentos, me quité juicios, desaprendí, aprendi a escuchar, a estar presente, a liderar mi vida. Para vivir esta transformación tomé conciencia y fui consciente de la responsabilidad y el compromiso que requiere alcanzar un objetivo. Durante mi formación adquirí la competencia más reveladora, la de no dirigir a los demás. «Espera» pensé, «¿Dirección de RRHH, sin dirigir?». Esta reflexión, supuso un antes y un después en mi forma de entender, como desde el área de Relaciones Humanas, debemos actuar, «¿cuál es nuestro papel? ». Sentí que tenía la respuesta, «nuestro papel es el de enfocar, como el acomodador».

¿Podrá el Coaching hacer posible el cambio que las organizaciones y la sociedad necesitan?

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