9 de noviembre de 2024
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‘Inspiración divina’, finalista del XIII Premio Literario RRHHDigital

'Inspiración divina', finalista del XIII Premio Literario RRHHDigital

Plácidamente estaba inmersa en unas de mis lecturas cuando la campana del teléfono hizo “cliinng”, señal de que había entrado un mensaje. Revisé quien había osado romper mi idílico momento de concentración. Normalmente tengo el teléfono en silencio, mi marido muchas veces me recrimina por ello, pues la lista de mensajes sin contestar y llamadas perdidas en alguna ocasión es importante. Sí, luego, más tarde, quizás demasiado tarde para él, las devuelvo. Pero es verdad que tengo la necesidad de desconectar, de dominar mi tiempo, y sobre todo, de dominar mis conversaciones. Y me gusta centrarme en ellas, ya sean habladas o escritas, porque sí, enviar un mail, elaborar un documento o contestar un Teams son conversaciones importantes, alguien lo recibirá, lo leerá y en ese alguien causaré una sensación y una reacción. Por eso mismo mis conversaciones. Y más concentración dedico cuando estas conversaciones además tienen a la persona delante, a la que me gusta escuchar, porque escuchando, escuchando desde muy dentro se descubren cosas en la conversación que sin escuchar pasarían por alto. Lo que hace haber trabajado siempre en la gestión de personas, donde te obligas a cuidar de todos los detalles.

El caso es que sonó el teléfono en el momento en el que estaba centrada en una lectura de imperiosa necesidad, de esas que lees con la necesidad de que te de la respuesta a tus problemas. Cerraba otra semana más que no había ido como esperaba, sentía que no estábamos avanzando y eso me frustraba. Por inspiración divina me acordé de aquel libro con título tan sutil, una de esas “lecturas con lápiz” llamadas así porque son esos libros que según vas leyendo les vas llenando de tú lápiz, de tus anotaciones, subrayando ideas, pegando papelitos de colores que me recuerden que allí tengo que volver sí o sí. Me costó encontrarlo. Tras la mudanza de hace un año y la premura por desembalar, la biblioteca había quedado bastante desorganizada. Más bien habíamos llenado huecos y quitado cajas esperando un buen puente y mucho frío en la calle para ponerla en orden. A ello había que sumar que nuestro hijo había decidido que si ese era el lugar de los libros importantes allí debían estar los suyos. Así que podrías encontrarte la colección del Arte de la Guerra junto a la de Futbolísimos, y los Caminos de Jorge Bucay junto a los hijos de los dioses de Rick Riordan en el mismo estante. Mi hijo era la razón de que tuviese el teléfono con sonido, estaba fuera de casa de celebración cumpleañera y como buena-madre me había excusado de quedarme con él alegando en mi defensa que sería mejor así, dado que era uno de sus primeros cumpleaños con nuevos amigos, tras mudanza y pandemia.

La sorpresa me la llevé cuando vi la procedencia de aquel mensaje, un antiguo compañero con el que quizás hacía más de un año que no conversaba más allá de la felicitación típica navideña y el recordatorio a primeros de julio de “disfruta de tus merecidas vacaciones”. Coincidimos en una etapa profesional bonita, para mí una aventura de mucho aprendizaje, él un joven veterano con mucha mochila a las espaldas. Y nuestras conversaciones desde entonces, aunque no han sido muchas, las que ha habido, fijan el recuerdo de esa grata sintonía profesional. Su mensaje muy escueto “¿qué tal todo? ¿cómo te va? ¿para cuándo un teams y nos ponemos al día?”. Y ahí, quien hice un “clic” fui yo. Mi olfato me decía que tenía que coger el teléfono y llamar, algo quería o algo pasaba. O quizás no, simplemente un buen amigo se acordó de mí. Tuve mi momento de duda, ¿qué era aquello? ¿instinto o curiosidad? ¿alguien me necesitaba, necesitaba hablar o simplemente saber de mí? En éstas estaba, teléfono en mano, cuando volvió a sonar, en este caso llamada, informando que el cumpleaños se daría por finalizado en treinta minutos. No sé si fue un “salvados por la bocina” o un “para mañana más”, dado que a partir de ese momento la atención derivaría a otras rutinas de final de domingo. Con un escueto “qué alegría saber de ti” “por aquí todo bien, ya asentados y en rutina”, “agendamos y hablamos sin demora” pospuse mi decisión a mejor momento.

Largo se me hizo el lunes hasta alcanzar una hora prudente en la tarde, en la que sabía que podía tener mayor seguridad para hablar directamente con él. Así, hasta llegar ese momento, me debatí entre el miedo a “algo malo ha pasado” y el gusto de “que bien volver a hablar con él”. Nuestras carreras se cruzaron en un momento de cambio profesional para ambos, yo por motivos personales en búsqueda de nuevos retos donde sembrar mi semilla en la gestión de personas. Él, buscando ese proyecto donde a través de la transformación digital y el cambio de mentalidad profesional impactar en las organizaciones. Fuimos seleccionados prácticamente a la vez para el proyecto y pronto hicimos equipo. Nos entendimos perfectamente y nos complementamos en trabajar desde áreas distintas, yo RRHH y él Digitalización y Nuevos Sistemas, para gestionar el mayor de los cambios en los últimos años, no digo de la empresa, ambicionábamos a ser pioneros en el sector. Estuvimos juntos en el proyecto 3 años, poco tiempo para lograr nuestros sueños, pero el suficiente para establecer una relación de complicidad más allá de lo profesional. El proyecto se paralizó desde “el más allá”. Lo que al principio deseaban, 3 años después no se veía ya necesario. Largos fueron los comités directivos y las reuniones paralelas en las que, a través de números, valoraciones, estudios y demás demostraciones garantizaban que el camino estaba dando frutos, los equipos estaban contentos después de superar las crisis del cambio y los clientes estaban llegando y buscándonos por nuestro producto novedoso. Motivos personales y el desánimo de proyecto agotado me hicieron salir de él antes de lo esperado. Él, hasta donde yo conocía, seguía allí, pero desde la apatía de la ejecución de un trabajo sin innovación, sin riesgos, sin retos por alcanzar y solo contemporizando y evitando situaciones de crisis.

Llegó ese momento y sin darme tiempo a ejecutar yo, recibí su llamada. En esos 5 primeros minutos de conversación en los que entre saludos, familias y un poco de trabajo, nos pusimos al día, algo hacía en mí no sentirme escuchando con la placidez del reencuentro con un amigo. Quizás su voz, su velocidad al hablar, algo había, sí. En todos los años trabajados en la gestión de personas, el arte de escuchar y el arte de gestionar expectativas, me han demostrado que son los ejes de este trabajo. Luego ya realizaremos políticas, crearemos programas, desarrollaremos talento y retribuiremos “acorde a”. En estos momentos algo me impedía escuchar, pero él, con una voz pausada y segura continuó: “no sé cómo decirte esto, pero necesito de tu ayuda. Me han diagnosticado un cáncer maligno, muy extendido y con una previsión de no más de 6 meses. Realmente yo me encuentro bien, salvo pequeñas infecciones que no terminan de curar, lo demás aparentemente era todo normal. Más cansado de lo habitual, pero tú ya sabes la carga que tenemos aquí por momentos. En casa imagínate, a los niños no les hemos dicho nada. Tras este varapalo hemos tenido un par de meses de duelo mi mujer y yo, pero hemos dicho que hasta aquí. Quizás sea una barbaridad, o esté abusando de nuestra amistad, pero me gustaría que me ayudases a crear el plan del proyecto más importante de mi vida, con la misma intensidad, ambición y disfrute con la que lo hicimos juntos la otra vez. A la empresa aún no le he dicho nada y no sé cómo hacerlo ni cuándo, ahí también necesito tu consejo. Estoy en conversaciones con los psicólogos de oncología, pero no siento que sea la ayuda que necesito ahora. Ya sabes cómo soy. Lo he hablado con mi mujer y estamos de acuerdo, necesito, necesitamos, a alguien que sepa hacernos las preguntas adecuadas y ayudarnos a preparar la gestión de este momento. No hablo de apoyo psicológico ¿me entiendes? No he tenido nunca a nadie tan profesional como tú que sepa escuchar los tiempos y a las personas, y es lo que tenemos que gestionar ahora.”

Sobra decir que no supe reaccionar, ¿cómo iba a ayudar yo en esa situación, si la simple noticia ya me hacía trizas a mí? ¿Qué tenía que ver mi perfil profesional en estos momentos? Si yo no era psicóloga ¿qué hacía yo en esta foto?

Cuando tuve capacidad de reaccionar me pregunté internamente ¿y si esto te lo hubiese dicho en tu despacho una de las personas de tú equipo en una reunión de feedback ordinaria: “me quedan 6 meses de vida, por el momento puedo trabajar, pero necesito que me ayudes a gestionar” ¿qué habría hecho?

Solo sé que me encomendé a la inspiración divina para actuar de la forma correcta.

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