La historia avanza a veces a la carrera, en los períodos convulsos, y a veces en largos paseos que parecen monótonos. Todo depende del ritmo de los acontecimientos y de la vitalidad de quienes participan en ellos, como apuntó hace ya algunas décadas el historiador Fernand Braudel. Cada momento histórico se ha visto liderado por un sujeto colectivo distinto. En el siglo XIX fue la burguesía, los primeros empresarios, comerciantes y profesionales modernos que socavaron los obstáculos que el Antiguo Régimen ponía al desarrollo de una economía capitalista que se expandía por el mundo. Durante buena parte del siglo XX el obrero fue el centro de la historia, tanto como sujeto activo como pasivo. Y en este siglo XXI, el ciudadano está llamado a asumir el papel principal, como heredero de los derechos políticos individuales conquistados en las revoluciones burguesas del XIX y de los derechos sociales alcanzados en el Estado Social de Derecho por la presión de los movimientos sociales en el siglo XX.
Leemos y escuchamos que de la situación creada por la COVID-19 saldrá un mundo diferente al que conocemos, generalmente para mejor. Se ha identificado el severo impacto de esta pandemia como un motor de cambio que puede facilitar el que, ante este enemigo común, las guerras y los conflictos armados puedan tener un final pacífico. Sin embargo, la experiencia histórica, nos permiten augurar que no será así. Tras la pandemia llegó la guerra, y la sociedad necesita más que nunca referentes, cercanos, reales y principalmente que lideren el cambio hacia una sociedad más humana, donde las empresas apuesten por las personas como su principal activo, la ética sea la mejor opción y acción en la sociedad actual y venidera y los líderes sepan que queda poco espacio para la aventura y que se necesita hoy más que nunca, apelar a la ética y al liderazgo.
La pregunta “¿qué es un buen líder?” es, hoy en día, central en muchos debates públicos y privados sobre el liderazgo. Y es que queremos que nuestros líderes sean eficaces y éticos. No obstante, es más común decir que los líderes son buenos si son eficaces, pero no éticos. Al sostener esta afirmación se corre el riesgo, a mi juicio, de no valorar las consecuencias que puede tener para la supervivencia de la empresa el que a medio y a largo plazo se opte por la eficacia en detrimento de la ética.
Los próximos 20 años serán un punto de inflexión, los más críticos en la historia de la humanidad, ya que nos enfrentamos a un mundo profundamente
polarizado, estamos redefiniendo lo humano; la biología ya no habla de cosas, las crea; estamos rescribiendo los modelos de gobierno y de relación; nuestra relación con el planeta y su sostenibilidad están en un momento crítico y las tecnologías exponenciales transforman e invaden el mundo, la percepción de la realidad, nuestro papel.
Pero lo que cada día parece más claro es que la ética del liderazgo no es algo optativo en el mundo de hoy. Muy al contrario, se presenta como una necesidad. La información ha cambiado el equilibrio de poder entre líderes y seguidores, y la confianza (no el poder coercitivo) constituye la base sobre la que se asienta la autoridad de un líder.
Un profesional que permanece fiel a sus valores y los lleva a la práctica se hace fuerte más allá de la consecución de objetivos concretos, metas y resultados. Porque, como ya hemos visto, hay días raros, meses insólitos y tiempos inesperados que se interponen a veces de forma obstinada entre nosotros y esos objetivos. Pero si consigues mantenerte fiel a tus valores y logras reflejarlos en cada reunión, en cada saludo, en cada forma de dar una noticia a los miembros de tu equipo, conseguirás ser un profesional genuino y fortalecido ante las adversidades del exterior. Que, antes o después, llegan.
Mi experiencia me dice que, a grandes rasgos, los grandes líderes tienen 3 grandes virtudes: Resolución: ser determinados para alcanzar su visión inspiradora. Humildad: la mejor manera de combatir el ego. Humildad no es ser débil, es utilizar el talento como un trampolín. Las personas humildes no piensan menos de sí mismos, simplemente no piensan tanto en ellos mismos. Hay que aceptar los errores. Generosidad: utilizar su tiempo y capacidades para dar y no sólo para recibir. El trabajo del líder es el de descubrir qué es lo universal y capitalizarlo. Los grandes líderes buscan verdades de mayor trascendencia, crean una visión del futuro, y unen a las personas alrededor de ese mejor futuro. Encuentran las palabras, las historias y las imágenes que lleven gran claridad a las personas.
La ética es crucial en el liderazgo empresarial, debido en que, por una parte, en las sociedades postindustriales las personas ya no respetan a los demás simplemente por su cargo en el trabajo, y por otra, porque la sociedad en general rechaza el uso coercitivo o manipulador del poder. Por el contrario, se acepta el poder ejercido con respeto y responsabilidad. La gente sigue voluntariamente a los líderes que respetan. De este modo, el poder y la
autoridad en el liderazgo empresarial proceden fundamentalmente del respeto y la confianza.
Para ser un líder exitoso, una persona debe aportar valor al equipo, grupo o empresa a la que se les pide que dirijan. Para hacer esto con éxito, un líder ético debe establecer una comunicación abierta donde los fundamentos del valor se discutan y exploren rutinariamente. Los líderes también deben asumir la responsabilidad y la rendición de cuentas con respecto a aportar valor al rol y comprender las alternativas. Tener un fuerte compromiso para crear un flujo de comunicación, negocios y conocimiento le permite al líder empoderar mientras crea lealtad y productividad.
Para terminar, y así lo creo, dentro de una organización, todos los individuos deberían ser alentados a trabajar de manera ética, independientemente de sus habilidades y capacidad de liderazgo. Bajo el prisma de un buen liderazgo ético, no solo logremos mejores empresas que cuiden, respeten y retenga el talento, sino que también lograremos una sociedad más humana, más justa y ética.
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