Hace ya siete años que la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) nos dejaron medianamente claro a todos los habitantes del planeta que la sostenibilidad no era una opción elegible entre varias alternativas plausibles. La sostenibilidad es LA OPCIÓN. La única opción.
Y punto. (Perdón por el dogmatismo, …pero es que de no ser así, en el otro lado habitará el abismo).
A ese llamamiento casi –o sin casi– desesperado para cambiar nuestro modelo de vida están especialmente invitadas las empresas, debido a esa doble capacidad suya para provocar situaciones problemáticas; la actividad empresarial es el principal agente contaminante y creador de desequilibrio social. Y también solucionarlos; genera empleo y riqueza a las comunidades. Cada vez es más evidente que el camino de la sostenibilidad es el único factible para el mundo corporativo. Y no sólo por una cuestión estética o porque la regulación empuje en esa dirección, sino porque la sostenibilidad está demostrando ser la mejor vía para que las empresas puedan seguir haciendo aquello que siempre han hecho mejor: ser rentables y sobrevivir.
O, incluso, superar las expectativas en términos de objetivos estratégicos.
Desde que los preceptos de la economía circular irrumpieron en los mercados han sido muchas las compañías que han iniciado esa travesía sostenible. Si bien no es un camino exento de dudas ni de problemas. Uno de los principales obstáculos reside en la cultura. Aquellas empresas que están, por decirlo así, “importando” la sostenibilidad como un elemento novedoso pero extraño que, en realidad, nunca ha formado parte de su esencia como organización tienen serios problemas.
A muchas de ellas todavía les cuesta, por ejemplo, entender que el beneficio empresarial no solo no tiene por qué estar reñido con un propósito organización de orientación social, sino que hacerlos confluir es la forma más segura para alcanzar el éxito. Construir relaciones sólidas, sinceras y mutuamente beneficiosas con el entorno es el camino más directo hacia la rentabilidad.
Otra confusión habitual es asumir que “sostenibilidad” equivale únicamente a medioambiente. Pero las cuestiones ambientales son solo una de esas tres patas de ese banco que conforman los llamados criterios ASG (ambientales, sociales y de buen gobierno) sobre el que se sustenta la sostenibilidad empresarial y financiera. Tan importante o más como reducir la huella ambiental de las actividades empresariales es asegurarse de que éstas se conducen bajo parámetros de ética y transparencia, y que responden a las necesidades y sensibilidad social del momento. Bajo ese prisma, construir una organización sostenible no consiste únicamente en teñir de verde su discurso, sino que se extiende también al apoyo a la comunidad, el cuidado de los trabajadores y resto de grupos de interés, y asegurar la continuidad del proyecto de una forma alineada con el bien común.
En ese sentido, es importante que las empresas reflexionen acerca de cuál es el impacto y legado social que quieren dejar tras de sí. Y que realicen una redefinición de su ventaja competitiva como organización en la acepción más clásica del término “sostenible”, es decir, una ventaja competitiva que no se extinga en el corto plazo y la coyuntura del momento, sino que verdaderamente trascienda y perdure en el tiempo.
Unos valores coherentes que le permitan alcanzar su propósito y sus objetivos sin tener que agachar la cabeza ni desviar la mirada, y un liderazgo responsable e inclusivo que trace y mantenga el rumbo, ejerciendo como catalizador de la sostenibilidad a lo largo y ancho del organigrama, son otros elementos imprescindibles en esa transformación.
El papel del líder es especialmente relevante en ese proceso. Él o ella serán los responsables de dar forma a un propósito empresarial que sepa dar respuesta a la responsabilidad que la empresa adquiere por el mero hecho de existir y operar en un determinado entorno. Y también de asegurarse de que la organización escucha y comprende a todos los grupos de interés que conforman su universo. Finalmente, el líder ha de saber crear un ecosistema interno que favorezca la colaboración, la creatividad, la innovación tecnológica, el pensamiento crítico y la gestión de las emociones para canalizar el talento empresarial hacia la consecución de esos objetivos sostenibles.
¿Cómo se consigue todo eso? En las empresas con las que colaboro y trato de ayudar a definir proyectos y planes de sostenibilidad suelo poner en marcha un proceso al que yo llamo de las “tres Ds”: “D” de “diagnóstico”, o sea, una auditoría que determine el punto de partida y analice el ADN sostenible de la empresa. “D” de “definición”, lo que incluye marcarse objetivos concretos, medidas necesarias para alcanzarlos y calendario de ejecución. Y “d” de “desarrollo”, la fase en la que todo lo escrito previamente en el papel se convierte en acciones y hechos constatables mediante indicadores.
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