El 9 de mayo es un día muy especial para Europa. La Unión Europea ha sido un proyecto de paz en el corazón de Europa durante más de 70 años: la paz y la unidad son valores fundamentales que han adquirido una nueva centralidad en Europa con sorprendente rapidez en tiempos de crisis. Y esto se manifiesta de una manera especial y concreta en estos momentos en que la guerra de Ucrania está causando estragos en nuestras puertas.
El 9 de mayo es el aniversario de la histórica declaración de Schuman. En un discurso pronunciado en París en 1950, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman expuso su idea de una nueva forma de cooperación política para Europa.
Su ambición era crear una institución europea que agrupara y gestionara la producción de carbón y acero. Un año más tarde se firmó un tratado por el que se creaba dicha institución. La propuesta de Schuman se considera el certificado de nacimiento de la Unión Europea.
Pasados los años, la celebración del Día de Europa ha reforzado la conciencia de que, ante los retos comunes, se necesitan respuestas compartidas que vuelvan a poner en el centro el principio de solidaridad, un principio sobre el que se fundó Europa, pero que en los últimos años ha sido pisoteado con demasiada frecuencia por los egoísmos nacionales, especialmente en el seno del Consejo Europeo. La UE de Next Generation, en particular, representa un punto de inflexión realmente positivo: es un proyecto que mira al futuro, orientado hacia algunas prioridades estratégicas clave como la transición ecológica, la transformación digital y la cohesión social, en línea con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Y en el partido Futuro participamos de esa sensibilidad europeísta para el desarrollo sostenible y una sociedad integradora en la que todos sumamos.
La UE ha realizado una operación política y cultural fundamental porque ha entrelazado -en un horizonte coherente y universal- la lucha contra la desigualdad con la sostenibilidad ambiental y la transición ecológica. Lo que estamos presenciando hoy es, sin duda, un paso muy significativo, que ha acelerado el debate sobre los recursos propios de la Unión. Sin embargo, la cuestión que sigue abierta y que los gobiernos siguen debatiendo es: ¿se está haciendo realmente la Unión? En parte, parece que sí, se está avanzando hacia una mayor integración en algunas cuestiones clave. Es el caso de la sanidad -que solo con la pandemia se ha convertido en un tema acuciante en el debate europeo-, así como de la investigación sobre vacunas y los seguros de los corredores verdes. También la Guerra de Ucrania, además de los nacionalismos trasnochados y el aumento de las teorías tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, han despertado la necesidad de esa Unión ya no teórica sino práctica.
En las primeras semanas de la emergencia por la COVID, asistimos a una página muy oscura a nivel europeo: se volvió a una lógica centrada en las fronteras, hasta el punto de que los equipos de protección personal permanecieron inmóviles en las distintas fronteras o incluso fueron requisados. Tras esta fase inicial, la Comisión ha podido desempeñar un papel de coordinación muy importante: se trata de un punto de inflexión para la Unión y de nosotros depende que sea un punto de inflexión positivo a largo plazo, aunque estos primeros elementos apuntan en la dirección correcta.
Otro punto clave es la relación entre la Unión y los gobiernos locales y regionales. No cabe duda de que debe ser una relación cada vez más estrecha; la Unión es fuerte en su diálogo con los territorios que la componen. Como autoridad de gestión de los fondos europeos, el papel de las regiones es fundamental tanto en la fase de diseño y programación como en el uso concreto de los recursos de los fondos estructurales.
Se trata, por supuesto, de un proceso estratégico de doble sentido, de un diálogo constante que debe construirse entre la Comisión y los territorios: por un lado, la UE debe dotarse de las herramientas adecuadas para escuchar más de cerca las voces de quienes se ven directamente afectados por las opciones normativas que se toman a nivel de la UE; por otro lado, los territorios deben hacer todo lo posible por aprovechar las oportunidades de participación europea, construyendo una relación directa con sus ciudadanos.
La interseccionalidad es crucial porque nos enseña que los diferentes niveles de discriminación no se anulan entre sí, sino que se suman. Pensemos en la situación de las mujeres refugiadas, a las que el Parlamento Europeo ha dedicado una resolución especial: hay al menos tres niveles de discriminación que corren el riesgo de entrelazarse, el económico, el racial y el de género. Los diferentes niveles de discriminación son a menudo el resultado de la misma matriz opresiva. Este es un paso fundamental.
Las nuevas generaciones están desarrollando una sensibilidad capaz de avanzar en esta dirección. Ante tales coincidencias, nos podemos preguntar por qué la política llega tan tarde, por qué sigue intentando dividir lo que en la sociedad, cada vez más, marcha unido. No se puede preguntar a esas personas si se sienten más cerca de Greta Thunberg o de Carola Rackete. Poco después de la toma de posesión de Trump, en la Marcha de las Mujeres de Londres las feministas marcharon de la mano de los movimientos ecologistas, de los movimientos de segunda generación que luchan por la plena igualdad de derechos, de los movimientos LGBT+: todo ello, en conjunto, nos puede servir para escribir una página mejor.
Si los ciudadanos no encuentran una conexión con la política y la representación en un proceso bidireccional que implique tanto el nivel local como la dimensión europea, las cosas no cambiarán realmente. Por un lado, la gente de la calle necesita encontrar un diálogo con la política; por otro lado, la representación debe ser capaz de escuchar aquellas demandas que corren el riesgo de quedarse fuera de los lugares donde se toman las decisiones. Si esto no ocurre, la política se vuelve cada vez más autorreferencial. Precisamente en el momento en que más necesita de la humildad, del cuestionamiento y de la escucha, para que la representación sea un proceso plenamente compartido. Y es lo que desde el partido Futuro queremos proponer, que exista ese diálogo de todas las personas con la política y sean esas personas las que hagan la política, sin ningún tipo de discriminación. En el partido Futuro todos sumamos.
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