Estamos en un punto en el que hay que reflexionar, ya que nos encontramos en un momento de incongruencia. Con una inflación desbocada al 9,8% que no veíamos desde 1985 lo qué supondrá una devaluación de los depósitos de las familias en 94.000 M, una subida de la marca blanca al 43,5%, incrementado todo ello por la huelga del transporte que roza el posible racionamiento en supermercados, nos hace pensar que si continuamos trabajando con una mirada cortoplacista sin un modelo sostenible, en el que predomina el sistema low cost, estaremos abocados a la ruptura del sistema y, con esta, a la fragmentación de nuestro propio bienestar.
¿Cómo afecta esto a nuestra salud mental y física?
Partimos de la base que parece curioso que, por un lado, se está promoviendo la cultura flexible en el entorno educativo, laxa con la política del esfuerzo que, sin embargo, se contradice con el abandono de grandes profesionales de sus carreras al estar literalmente extenuados con bancarrotas físicas y quiebras emocionales. Así, parece que hay un gap, un desequilibrio, síndrome del burnout o de agotamiento cada vez más presente en el entorno laboral. Y esto es lo que explica, el empobrecimiento y la asfixia que está sufriendo la clase media, con sueldos estancados, sin poder ahorrar, retraso de la maternidad, agoniza para ya no comprar una casa, sino para poder alquilarla. Una clase media que es vital porque gracias es la que produce, se reproduce, paga más impuestos y, además, contiene los populismos.
Por otro lado, tener una empresa siempre ha sido un ejercicio complejo, extenuante, un juego de ajedrez que requiere de un auto cuidado que es a veces digno de ser clasificado dentro del catálogo de batallas épicas. Sin embargo, según la consultora Deloitte, se constata que, a pesar del entorno tan hostil que penaliza el crecimiento empresarial, aquellas compañías que mantienen sus inversiones inteligentes, que mantienen su hoja de ruta basada en criterios ESG, se postulan como organizaciones que son más resilientes capaces de mantener no solo el crecimiento, sino su rentabilidad. Organizaciones con comportamientos sólidos comprometidos con lo social, lo ambiental, la diversidad, y por supuesto, con el bienestar de las personas.
El empobrecimiento de la población, incrementado ahora con el desafío de la inflación, el complejo entorno que nos atisba ante una sociedad incapaz de buscar soluciones alternativas en materia de energía, nos hace difícil visualizar la confianza en una recuperación a corto plazo. Los torniquetes, que nunca han funcionado a base de subvenciones, ni devaluaciones del esfuerzo, y más si este no es equitativo, hace que nos planteemos un ejercicio entre todos y para todos. Dicho esfuerzo debe de ser en pro de una gestión conjunta, empresas, gestores públicos y personas.
Si verdaderamente queremos recuperar y enderezar nuestra sociedad, y conseguir el tan anhelado atisbo de un mínimo de equilibrio, debemos de promover sistemas de trabajo proporcionados, promulgando condiciones saludables, comenzando por nuestro entorno más inmediato, cada uno como agente del cambio. Así, si queremos modificar el sistema productivo, si verdaderamente queremos producir mejor, generar de forma más sostenida, y conseguir competir por valor, debería de reflejarse en una mejor calidad de vida, y no la constante pérdida de ésta. Por ello, opina, quizás debemos de comenzar a pensar en pasos intermedios, lo que significa dar cabida a nuevos modelos energéticos, a nuevas estructuras laborales que atenúen el impacto del coste en grandes urbes, que permitan conciliar mejor con la vida, con la comunidad, con lo social.
En definitiva, hablar de crecimiento sostenible es asumir que todos tenemos que tomar riendas en el asunto. Quizás el consumo on demand o la falta de coherencia equitativa en tan necesaria cultura colaborativa no ayuda. Y es ahí donde podemos aportar. Nuestra ONG más importante es nuestro propio entorno local, que nos hace ser promotores del cambio, asumiendo nuevos modelos más justos, saludables, que no deben de venir impuestos por terceros, sino que nosotros mismos, como ciudadanos europeos, aceptamos con responsabilidad. La prudencia, el esfuerzo, la equidad, en pro de la salud productiva, es trabajar activamente por la salud de todos y, como no, por la nuestra propia. En resumen, hay que tener sentido común. Quizás esto explica porqué este síntoma del burnout produce este ratio de desafección laboral e incremento tan grave del deterioro de la salud mental, cada vez más en auge. Cuidemos nuestras empresas y cuidémonos nosotros mismos, para ser óptimos tanto en nuestro entorno personal como laboral.
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