22 de noviembre de 2024
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La condena de Sísifo o cuánta auténtica felicidad podrás soportar

La condena de Sísifo o cuánta auténtica felicidad podrás soportar

Social, política y económicamente vivimos en una dictadura de la felicidad. La socióloga Eva Illouz y el psicólogo Edgar Cabanas lo llaman Happycracia (2019 Paidós) y se preguntan si no es un intento para convencernos que tanto la felicidad como la tristeza “son únicamente responsabilidad nuestra”. En esta misma línea la ensayista y activista social Barbara Ehrenreich nos advierte de la trampa de este pensamiento positivo en su libro “Sonríe o muere” (2018 Turner Publicaciones).

Así lo refleja Thom James Carter en su artículo del pasado 06 de Marzo de 2021 para la publicación “Currents Affairs” donde bajo el título “Corporate Mindfulness Programs Are an Abomination” (Los programas de mindfulness corporativo son abominables), señala que este tipo de programas son “una nueva cortina de humo para que, una vez más, las empresas del tardocapitalismo hagan lo que hacen mejor: poner sus beneficios por encima de las personas”, en vez de “proporcionar a los empleados condiciones de trabajo o beneficios decentes, las empresas estadounidenses sugieren que mediten en su lugar”.

“La felicidad por la felicidad en el trabajo genera hipocondríacos emocionales”

Cada vez son más las organizaciones que no son ajenas a esta línea de pensamiento positivo, que predica que sin felicidad no hay productividad. 

Los cimientos paternalistas sobre los que las empresas construyen un falso paraíso de eterna felicidad, son gigantes con pies de barro, cuya estabilidad depende de algo tan volátil como es la discrecionalidad de la Dirección, la cual no está sometida a marco regulatorio alguno. Por eso cuando el conflicto estalla, la dirección tacha de “malcriados” a unas personas a las que se ha cebado de felicidad hasta la saciedad, y los supuestos “malcriados” tachan de dictatorial al nuevo estilo de liderazgo, nacido de la lógica necesidad autorregulatoria de cualquier organización.

Se ha potenciado tanto la felicidad como la “cura” de todos los males de las organizaciones, que se olvida la cara B del disco: la frustración, la desmotivación y la culpabilidad de la persona trabajadora que cree no haberla alcanzado, a pesar de tanto detalle.

Felicidad en el trabajo sí, pero elegida libremente. Sólo así evitaremos generar equipos de trabajo formados por “hipocondriacos emocionales”, personas que pasarán más tiempo chequeando sus emociones para verificar que se realidad se corresponde con ese ideal de felicidad creada por su organización, hasta el punto de pensar que están desalineados con su cultura, cuando sientan tristeza o rabia, emociones que catalogarán como patológicas y que de persistir, les harán cuestionarse su continuidad en la empresa, porque no son igual de felices que el resto de la organización.

“Frente al fanatismo emocional, RRHH debe gestionar todas las emociones, no anularlas”.

Frente a la incertidumbre, la ambigüedad y la volatilidad que nos rodea, la mejor receta para la felicidad de las personas trabajadoras, es liderar desde la proactividad a los equipos, para favorecer su empoderamiento, motivación y autonomía. Hay que gestionar conforme a los nuevos tiempos, proporcionando feedback en entornos colaborativos, sustituyendo supervisión por confianza, y dando voz y capacidad de decisión. 

Quieres de verdad marcar una senda para la felicidad, empieza por cuidar las condiciones laborales; ofrece servicios de valor añadido que impacten sobre el colectivo de forma equitativa; trabaja la Pirámide desde la base; ten en cuenta la diversidad generacional que se da cita en el seno de las organizaciones y sus diferentes concepciones de lo que les motiva en el trabajo; facilita herramientas a tus equipos para que alcance su autorrealización a través del trabajo; permíteles que puedan decidir qué trabajo a va a llevar a cabo y de qué manera va a abordarlo; potencia e incentiva su afán por aprender y crecer de forma constante; y trasládales con exactitud cómo sus cometidos y aportaciones individuales impactan en los objetivos del equipo del que forman parte y por extensión de toda la organización en su conjunto. 

Cubre sus básicos laborales y atiende sus demandas; pero no les obligues a ser felices. ¿Quién eres tú para decidir sobre su felicidad? 

Causa estupor ver como ciertos “profesionales de la gestión de personas” catalogan lo que es de verdad la felicidad (auténtica, embotellada y de tirada anual), arrogándose con ello la supremacía a la hora de decidir por los demás cómo ser feliz en una especie de nuevo “fanatismo emocional empresarial”. Reivindiquemos el derecho de la persona a estar desmotivada, frustrada y triste, si así quiere estar, y trabajemos desde RR. HH. para gestionar estos sentimientos tan legítimos y necesarios como la propia felicidad.

Cada uno es libre de elegir cómo ser feliz. Es propio de las «sectas» el querer imponer su pensamiento, a toda costa y desde una perspectiva de lucha contra otros pensamientos. Mediante la proclamación de medidas, prácticas educativas y de propaganda pretenden inculcar sus valores y forma de pensar en los sujetos a los que van dirigidas.

La felicidad en la empresa no puedo convertirse en el castigo que los dioses de la antigua Grecia impusieron a Sísifo, hijo de Eolo y Enareta, quien debía empujar cuesta arriba una piedra, la cual antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiendo una y otra vez este frustrante y absurdo proceso sin fín.

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