No es fácil ser diferente. Lo irónico del caso es que cada ser humano es único e irrepetible, así que todos y cada uno de nosotros somos en alguna u otra cosa diferentes.
Yo por ejemplo, soy consumidora de té, no bebo café. Tal vez esto os pueda parecer una trivialidad, en este caso tengo casi por cierto que sois consumidores de café, así dejarme que os lleve a mi vivencia del momento “café”.
¿Café?
No, gracias.
¿Y eso? ¿Ya has tomado muchos?
No, no es eso, es que no me gusta, lo siento.
¡Anda que curioso! ¿no?
Curioso, ¿por qué? Después del agua, el té es la bebida más consumida en el mundo (preguntar a Google si no me creéis). Ciertamente esto que os cuento es una nimiedad, una tontería, pero una tontería que a mí me ha llevado a tomarme un café (que no me gusta) en alguna que otra situación.
Somos seres gregarios, tenemos la necesidad de pertenecer a un grupo, los grupos tienen normas, señas identitarias, convicciones colectivas y si queremos estar allí tenemos que respetar esas normas. Y en España la norma, la seña y la convicción es “tomar café”.
Y hasta aquí bien, porque sin unas pautas, convicciones y señas la vida en grupo no funcionaría. Haberme tenido que tomar un café en alguna ocasión esporádica me parece pequeño tributo por el bien común.
El problema es cuando esas reglas, señas y convicciones de grupo nos llevan a hacer barbaridades y a lo largo de nuestra historia nos han llevado a hacer muchas. Podemos pensar en la última guerra mundial, en la inquisición o en las cruzadas.
Cuando leemos la historia con nuestro nueva mentalidad y marco regulatorio (obviamente no tenemos ni las mismas ideas ni reglas que antes) nos hacemos cruces, sin embargo, seguimos haciendo cosas por las que los próximos habitantes del futuro tendrán que hacerse cruces de nuevo. Podemos pensar en los últimos asesinamos raciales que se han sucedido en Estados Unidos o en las espantosas y tristes muertes de Anna y Olivia.
Pero a diferencia de las reglas naturales, como la gravedad, nuestras reglas humanas son modificables a nuestra conveniencia. Entonces, sabiendo lo que ya sabemos y sintiendo el dolor y la repulsa que con gran seguridad os provocan todos los ejemplos anteriores, por qué no hacemos un cambio, un cambio con mayúsculas, uno que nos lleve a evitar el sufrimiento.
En términos globales, el principal inconveniente es que nos tenemos que poner de acuerdo. Nuestra diversidad nos hace ver la vida de formas diferentes, desde las maneras más bondadosas hasta las más crueles y lo que para mí es lo correcto y evidente para otras personas no lo es.
Estamos en el terreno de la ética y las creencias, científicamente no demostrables, realidades no objetivas en los que ningún juez podría dar razón absoluta a nadie. Hay multitud de instituciones, foros y eventos en los que ya se está tratando de dar soluciones a este tema.
Entonces, por qué traer este tema aquí. Porque estas cuestiones no son cosas de ellos o aquellos, es un tema nuestro, de todos, en el que de una o de otra forma podemos contribuir.
Y en nuestro caso particular más porque somos la llave que regula las relaciones humanas en nuestros espacios de trabajo (es nuestra misión) y tenemos a nuestro alcance, sin desmerecer a la ética, a la palanca más poderosa del cambio en las organizaciones: la rentabilidad.
En las empresas necesitamos gente que haga cosas, gente que aporte valor y ese valor se aporta por lo que las personas sabemos hacer, somos capaces de hacer y queremos hacer. O de otra manera, nuestras competencias y actitud.
Así que, por qué a la hora de elegir nuestro talento tenemos que perdernos en cosas irrelevantes para nuestra rentabilidad como el género, la orientación sexual, la religión, la edad, la procedencia,…
Algunos (muchos o pocos) de vosotros pensaréis que de verdad no nos estamos perdiendo en esto, al final el mundo es como es y simplemente nos dejamos fluir con el contexto (vamos, que si para las posiciones directivas hay más hombres que mujeres, es lo que da el mercado). Y que es más, que precisamente el hecho de tener que pensar en esto es lo que nos está haciendo perder recursos y tiempo: que si la ley de igualdad, que si las auditorías retributivas, que si las cuotas de personas con discapacidad, que si ahora tenemos que poner una banderita en nuestros comunicados el día del Orgulllo…
Sin embargo, probablemente muy pocos de vosotros cuestionaréis que lo mejor para vuestra empresa es contar con equipos multidisciplinares que tengan visiones e inteligencias diferentes; ni tampoco tengáis reservados “derechos de admisión” para vuestra clientela en función de cosas como la procedencia, la etnia, la edad o la religión.
La diversidad es rentable. Podemos dar datos, estudios, pruebas,…, podemos decirlo más alto, pero no lo podemos decir más claro.
Sé que gestionar la diversidad no es camino fácil, yo he pasado por ello: no es lo mismo hacer una compra de café para todos a una compra de café, té, manzanilla, poleo-menta… pero en mi experiencia personal y profesional, merece la pena.
Respetando vuestra propias diversidades, sé que cada quién llegará a esta idea su debido momento, no insisto más, pero respetando mi propia diversidad, que cree firmemente en la bondad de compartir experiencia y conocimiento, tenía que escribir esto (quién sabe, tal vez para alguien esta lectura sea el inicio de vuestro momento).
Para finalizar, permitirme compartir una frase que a mí me ha ayudado en muchos momentos a encaminar mis pasos en esto de la diversidad: “no se trata de tener el mismo derecho a ser iguales, se trata de tener igual derecho a ser diferentes”.
¡Feliz día del Orgullo!
1 comentario en «Una taza de té, por favor»
Gracias Begoña por recordar el verdadero significado de igualdad : derecho a ser diferentes
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