No he dormido nada. Las arañas del insomnio han acudido en tropel a mi dormitorio y me han acosado con su movimiento de máquina nerviosa. La ansiedad haciéndose cómplice del desvelo, también ha sido convocada para complementar el proceso de vigilia que, como un manto de grasa, ha inmovilizado mi esqueleto mientras contaba los segundos de esta noche lenta y densa. Los primeros rayos de la mañana se filtran a través de las lamas de la persiana y me avisan que es el momento de levantarme. Hoy es viernes, pero no un viernes cualquiera.
Limpio el vaho del espejo después de ducharme y lo que veo es mi cara de verdugo. Cómo es posible cambiar de perfil de un día para otro tan fácilmente. Soy como un camaleón atrapado en sus circunstancias. Concentrado en la quietud del café solo de mi desayuno, recuerdo una frase que escuché a alguien: “Aquel que prueba la sangre humana no la olvida y siempre tiene el anhelo de volver a degustarla”. Yo no consigo habituarme al sabor viscoso y licuado del líquido rojo. Mis pensamientos me aletargan en una reflexión estéril, sobre todo porque a medida que pienso en lo que va a acontecer en unas horas, siento un ruido de tambor golpear en mis sienes con mayor fuerza.
Me enciendo un pitillo, a pesar de haber dejado de fumar, sin embargo, tengo un paquete de Marlboro escondido por si el mono de la nicotina acude a asediarme y estoy obligado a obrar en legítima defensa. Lo enciendo y me sabe el humo a podredumbre. La sensación de adicto es más fuerte que la de necesidad de castigar mis pulmones, por lo que apago el cigarro contra el cenicero, quedando tronchado y humeante. Mi vista va hacia la botella de Johnnie Walker y por un momento se me pasa por la cabeza servirme un trago que calme mi espíritu, pero no lo hago, algo de cordura me impide hacer una estupidez.
Una vez rehabilitado, me dirijo a mi puesto de trabajo y soporto el tráfico en hora punta de manera diferente a otros días. Deseo que sea espeso y demore mi llegada a la oficina. Intento retrasar todos mis movimientos, como si de esa forma, consiguiese posponer el cumplimiento de la sentencia.
Fatídicamente me encuentro con el reo esperando el ascensor. Fatídicamente estamos solos y tenemos que entablar una conversación. Fatídicamente me comenta que este fin de semana se va a París, es su aniversario de bodas y quiere darle una sorpresa a su mujer y fatídicamente, yo se lo voy a dinamitar y de paso, a corto y medio plazo, su vida. Lamentablemente tiene cincuenta y dos años y no sabe inglés. – “Joder yo contraté a este tío” –. Como una letanía lejana, mi voz me lanza un recordatorio que me afecta lo suficiente como para sentir pena, una pena infinita. Sé que es inocente, pero no puedo hacer nada, dejé constancia en el sumario mi posición en contra de la sentencia, pero el fiscal, que es su director y, por tanto, quien le hace la evaluación del desempeño, tenía el voto de calidad. – “No es la persona que quiero en mi equipo, no cumple con las expectativas.”
Ya en mi despacho, enciendo el portátil y abro Outlook, esperando encontrar entre los doscientos correos sin leer, el indulto, pero no ha habido clemencia. Me cuesta concentrarme en otras tareas que también son urgentes, porque mi mente no deja de visualizar al condenado, portando una caja de cartón en la que se encontrará un marco de fotos con la imagen de su
mujer, cuyo aniversario de boda es mañana. En esa caja están resumidos diez años de trabajo, parece mentira que tanto tiempo pueda caber en un espacio tan pequeño. Nerviosamente me levanto y como si estuviera en la sala de espera de un hospital, camino compulsivamente de oeste a y este y, al contrario, observando cómo los segundos de plomo, caen en un ficticio reloj de arena cósmico.
Suena el teléfono. Me giro y observo el sonido rebotar por toda la habitación. Me cuesta reaccionar, estoy lento y de repente, como si me hubieran dado un latigazo, me dirijo a descolgar y escuchar un esperanzador mensaje de revocación de la sentencia, pero no. Hay un problema con un trabajador y su contrato temporal. Escucho sin oír lo que me cuentan y accedo a la solución que me plantean sin haber procesado la información. Mis neuronas en este momento están acuarteladas para otra batalla más importante. Me siento fastidiado. No me gustaría que esa llamada que estoy esperando, no sé muy bien porqué, aunque la esperanza es lo único que se pierde, se pudiera desperdiciar en el universo de llamadas que nunca llegan a su destino, porque el receptor de las mismas está comunicando.
Repaso una y otra vez el procedimiento para que no haya ningún fallo y sea perjudicial para la empresa. El mensaje que debo transmitir para ejecutar la sentencia es endeble. No quiero herir demasiado al ajusticiado, pero hay un protocolo que cumplir. Las pistas que llevaron a dictar la pena, en un juicio en el que el principal acusado estuvo ausente durante todas las vistas y tampoco tuvo abogado defensor, no son del todo concluyentes.
Ha llegado el momento, según quedé con su director, en la sala de reuniones más discreta a las doce en punto. Me dirijo hasta allí con la documentación pertinente bajo el brazo, abro la puerta de la estancia y me lo encuentro con un portátil trabajando y su cara de cocodrilo hambriento.
– Es la hora, le voy a llamar. – Con la seguridad de un sicario me comenta.
– Claro. – Dejándome llevar.
Aparece a los cinco minutos el reo con una sonrisa extraña.
– Qué bueno encontraros a los dos aquí, quería hablar con vosotros. – Me quedo pensativo. Esta alteración del protocolo no está en el guion.
– Tú nos dirás. – Mi compañero reacciona antes que yo.
– Me voy.
– ¿Cómo dices? – Por fin, intervengo en la escena.
– Tengo una oferta de otra empresa y la he aceptado. Aquí está mi baja voluntaria. – Me traslada un papel en el que en arial 12 confirma lo que está diciendo.
De repente, el movimiento de traslación y también el de rotación se paran. Instintivamente, tapo con mi brazo la documentación de su despido, como queriendo ocultar lo que iba haber ocurrido si no se hubiera adelantado con su exposición. Es un hombre feliz, portando la mueca de un convicto el primer día después de cumplir su condena. Me alegro infinitamente, al fin de cuentas, yo había contratado a este tío.
– ¿Te tengo que dar la enhorabuena? – Con alegría inusitada y un tanto fuera de lugar, comento.
– Creo que sí. Es una muy buena oportunidad profesional y además es un ascenso.
– Me alegro por ti, de verdad, si realmente piensas que es lo mejor para tu carrera adelante. Yo te voy a echar de menos. – Esta última frase queda en el aire suspendida, dejando a mi acompañante un tanto huérfano.
– Nos haces un importante roto, que lo sepas. – No entiendo el comentario de su superior y en ese momento, le odio.
– Bien, no sé si necesitas alguna cosa o hay algo más que nos quieras decir. – Cierro la conversación para evitar otra desafortunada intervención.
– No… lo que quería trasladaros, ya lo he hecho. Por cierto… ¿Qué queríais decirme? – Me parece atisbar cierta sorna.
– No sé si tiene sentido, dadas las circunstancias… queríamos saber tus motivaciones y qué tal estabas… Lo vamos a hacer con toda la plantilla – Lo primero que me viene a la cabeza. Es estúpido.
– Es cierto, no lo tiene. – ¡Zasca! pero no me importa, después… segundos de incertidumbre y vacíos de contenido.
– Bien, pues entonces, no hay mucho más qué decir. Alguien de mi equipo se pondrá en contacto contigo para ultimar los detalles y también para realizar la entrevista de salida.
Esta última parte de la oración la recalco, como advirtiendo a mi acompañante.
– Gracias.
– No hay que darlas. Mucha suerte.
Doy por zanjada la reunión y les dejo solos, ya no pinto nada y quiero huir. Mi misión y complicidad terminan con su renuncia.
Me voy de la sala. No hablo con el otro director. No quiero. Necesito respirar la soledad que habita en mi despacho y recomponer los procesos orgánicos del cuerpo y quitarme el disfraz de verdugo. Los latidos vuelven al ritmo normal, la respiración alarga la frecuencia de expiración e inspiración y empiezo a sentir la boca más fresca después de ingerir un vaso de agua. A través del ventanal, contemplo la sierra de Madrid y con su quietud de macizo montañoso, termino de relajarme sabiendo que el próximo lunes todo volverá a empezar de nuevo y me vestiré para la ocasión, en función del peligro que hostigue a la compañía y tenga que intervenir según dicta la descripción de mi puesto, porque, a fin de cuentas, yo soy el Director de Recursos Humanos.
2 comentarios en «‘Hoy es viernes’, segundo clasificado en el 12º Premio Literario RRHHDigital»
Enhorabuena por el relato, bien escrito y reflejando perfectamente la angustia y soledad de la función de recursos humanos. Y muy valiente además! Gracias por publicarlo, Eva
Me ha parecido un relato literario concentrado y rico en recursos. Considero que está magistralmente introducido, desarrollado y finalizado. Me ha enganchado desde el primer momento y ha ido creciendo mi interés y aumentando mi intriga hasta la última frase que ha dado sentido y resuelto el enigma planteado de forma metafórica sobre una situación difícil que a veces se produce en los departamentos de RRHH.
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