Pasé todos los veranos de mi infancia en un pueblo de veraneo de la Costa Brava con mis abuelos maternos. Todas las noches me sentaba con mi abuela en la terraza a tomarnos un Cola cao frío con galletas y muchos grumitos. La terraza estaba muy oscura, situada en lo alto de unas rocas encima del mar desde dónde solo se veía alguna luz a lo lejos de pesqueros que buscaban cazar algún calamar. En ese lugar tuve, sin saberlo, algunas de las conversaciones más reveladoras de mi vida.
– Abuela, ¿qué son esas luces chiquititas que se ven en el cielo? Yo creo que son pegatinas, ¿verdad abuela?
– Son estrellas cariño.
Ella intentaba explicarme pacientemente que son bolas de gas, muy muy caliente que desprenden luz y calor. Mientras, yo intentaba descifrar con preguntas imposibles algo que no lograba entender.
– ¿Pero entonces abuela si las intento tocar me quemo verdad?
– No mi sol, las estrellas están muy lejos, no puedes tocarlas.
– Bueno abuela entonces voy a contarlas… Una, dos, tres, cuatro….
Las noches no siempre eran iguales, de eso también fue consciente gracias a las estrellas.
– Abuela, ayer conté quince y hoy solo veo tres. ¡Han desaparecido!
– Si mi sol, depende de como esté de nublado el día…
– ¿El día? Pero si es de noche abuela…
– Si, es de noche, pero las nubes que ves de día siguen estando ahí y tapan a las estrellas. Las estrellas no han desaparecido, simplemente no las puedes ver en su totalidad.
Esa noche mi abuela sacó un viejo libro de astronomía y me contó que no se sabía el número de estrellas que hay en el universo pero que se creía que había más de 100.000 millones. Que el sol también es una estrella y que desde la tierra podíamos ver hasta tres mil que habíamos ido agrupando en constelaciones.
– ¿Pero abuela, cómo puede ser que existan cosas que no vemos?
– Mi sol, busca siempre más allá de todo lo que puedes ver con los ojos porque seguramente descubrirás universos interesantes. Lo esencial es invisible a los ojos.
Pasaron los años, y con el paso del tiempo dejé de tomar Cola Cao con grumitos y galletas y paré hacer tantas preguntas. Entré en bucle de la vergüenza.
Llevaba trabajando en departamentos de Recursos Humanos diez años cuando mi compañía decidió implantar un nuevo software de Recursos Humanos. Aleatoriamente escogieron a un grupo de personas que íbamos a trabajar en el proyecto y que no nos conocíamos entre nosotros porqué estábamos en diferentes equipos y oficinas.
Mithun era el jefe de proyecto, era indio y vivía en Delhi. Me dijeron que era una persona muy competente que había ya hecho muchos proyectos como este. Teresa era la persona asignada desde el departamento de sistemas, muchos años en la compañía conocía perfectamente el sistema anterior y según los responsables iba a ser la persona perfecta para definir la conexión entre los procesos actuales y la nueva herramienta. Thorsten era alemán, vivía en Munich y era el responsable de nómina con el que yo no había tratado entre poco y nada porque era un departamento que estaba dentro de Finanzas. En principio iba a ser sencillo porque todos tenían mucha experiencia gestionando proyectos de este estilo.
¡Nada más lejos de la realidad! Empezaron las reuniones y todo parecía un caos, a medida que pasaban los días la tensión era más y más fuerte. Teresa siempre venía enfadada, contestaba a todo de forma seca, cortante y escueta. Yo me preguntaba; ¿Cómo no la han echado antes, no sabe trabajar en equipo y es una persona que imposibilita todo?. Nos enzarzábamos constantemente con Thorsten porque pretendía escribir procesos para todo ¡Qué poco práctico es este hombre! ¿De verdad es necesario tenerlo todo por escrito y conectado?, lo único que consigue es que las reuniones sean interminables. Por no hablar de Mithum que a todo nos dice que sí, que sí, que sí pero luego nunca termina las cosas a tiempo. La verdad me parecía que era un incompetente que había avanzado única y exclusivamente por tener educación. ¿Tanto le costará decir que no va a llegar a los hitos establecidos?.
Un fin de semana después de una gran pelea con el equipo de trabajo decidí que necesitaba un descanso mental. Cogí un avión a Menorca dónde tengo una casa en una pequeña cala que tiene sólo diez casas y que todavía consigues escuchar el sonido del mar y de los gallos al alba. Por las noches tengo la costumbre de subirme al tejado a oler a mar y escuchar las olas romper contra las rocas.
Era una noche despejada, con un cielo lleno de estrellas y para relajarme empecé a contar… Una, dos, tres, cuatro…. Me acordé de las interminables preguntas a mi abuela cuando no entendía que eran esas bolas chiquititas en el cielo y entonces pensé en Mithum.
– ¿Qué sabes tú en realidad sobre la forma de trabajar de la India? ¿Conoces su cultura lo suficiente para entender qué es lo que necesita? ¿Qué te explicaría tu abuela con esa delicadeza tan suya para que supieras más cosas? ¿Por qué crees que tu universo es mejor que el suyo?
Y de repente, como si el destino quisiera que aquella noche fuera reveladora, una nube tapó algunas de las estrellas que hacía un momento si veía. Y entonces pensé en Teresa.
– ¿Será que hay algo detrás de su enfado constante? ¿Algo que la nubla y no deja que veamos toda su capacidad? ¿Puede estar pasando una mala época y que no lo quiera contar?
Venga, intenta buscar ahora tu constelación favorita; la leo, guerrera y tan caótica como yo.
– ¿Por qué busco ahora conectar puntos para encontrarla y detesto tanto que Thorsten esté todo el día buscando formas de enlazar todo?. Cuando conectas construyes algo más robusto.
Bajé a casa un poco aturdida, me preparé un Cola Cao con muchos grumitos y me comí cinco galletas María.
El domingo cuando aterricé en Madrid me senté en el ordenador y buceé por internet para encontrar algunas diferencias culturales de trabajar en España o en la India. Lo primero que me llamó la atención es que la India es una de las seis economías de más rápido crecimiento del mundo. En la cultura del trabajo en India prefieren oír las buenas noticias primero que las malas, y la realidad es que en este proyecto no le habíamos dado a Mithum ninguna buena noticia, todo lo que le trasladábamos eran problemas. Los trabajadores indios suelen necesitar la información por partes y no en grandes bloques como se lo estábamos enviado nosotros y lo más importante pueden sentirse muy incómodos enfrentándose a los problemas frontalmente, pero eso no significa que las cosas no les importen.
Al día siguiente invité a Teresa a comer, antes nunca lo habría hecho. Le dije cómo me sentía y le pregunté directamente si podía ayudarla con algo. Se quedó tan descolocada que me contó que su hija de diecisiete años estaba ingresada en un centro de trastornos alimentarios y que su marido no las estaba apoyando. Se sentía abrumada, sola y muy triste y el trabajo se había convertido en su vía de escape emocional.
Con Thorsten nunca llegué a hablar, simplemente me concentré en apreciar su orden y haciéndolo fui consciente de lo brillante que era en esa faceta y la luz que me aportaba tener las cosas más estructuradas.
Nada cambió en ellos, pero todo cambió en mí. Cambié mi forma de trabajar, preguntaba y escuchaba mejor y me volví más inclusiva y tolerante y con ello las dinámicas del proyecto se volvieron muy distintas.
Aquella noche menorquina las estrellas quisieron recordarme que el universo es mucho más extenso de lo que somos capaces de ver, que para entenderlo hay que preguntarse, darse oportunidades a descubrir lo desconocido y aceptar que no siempre tendrás todas las respuestas. Porqué lo esencial en el universo como en las personas es invisible a los ojos.
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