El acelerón digital ha tomado impulso y es imparable. Durante el 2020 las empresas tuvieron que invertir en recursos para adaptarse a las necesidades creadas por la Covid-19 y, el último estudio realizado por la International Data Corporation (IDC), famosos por sus predicciones en el ámbito financiero, estima que esta inversión seguirá creciendo al menos hasta 2023.
Concretamente, un 15,5% más, el equivalente a casi 6.800 billones de dólares. La tecnología ya no es el futuro, es el presente. Y la incertidumbre es mayor que nunca.
El mercado está cambiando hacia uno líquido. El entorno laboral tal y como lo conocemos está desapareciendo para dejar paso a los entornos VUCA, lo que antes eran procesos estables, seguros e inamovibles se están sustituyendo por volátiles, inciertos, complejos y ambiguos.
Vivir en la era digital implica llevar un ritmo acelerado y frenético de cambio constante que lo trastoca todo y nos afecta en múltiples ámbitos.
Y, aunque en principio este tipo de entornos pueden resultar hostiles, lo cierto es que suponen una oportunidad de aprendizaje, innovación y crecimiento que deberíamos aprovechar.
Y algo de provecho le debemos estar sacando, ya que el resultado de todo esto es que los paradigmas están cambiando, existe una disrupción entre lo que importaba antes, y lo que importa ahora.
Como líder, te das cuenta de que esta disrupción afecta inevitablemente a los modelos de gestión de equipos.
Tradicionalmente, el liderazgo de equipos se basaba en un modelo rígido de dar órdenes y obedecer. La flexibilidad no tenía cabida y las estrategias eran más reactivas que proactivas.
Hoy en día los nuevos sistemas de gestión le dan más importancia a la agilidad a la hora de actuar. Hemos pasado de la mecanicidad al ingenio y la creatividad.
Pero si queremos que los equipos sean ágiles y solucionen los retos a los que se enfrentan las organizaciones de forma rápida y eficaz, ellos deben tener el poder.
En este sentido, ahora más que nunca las organizaciones necesitan poner el foco de atención en sus empleados, y en su experiencia de trabajo.
Ya no se trata tanto de dirigir, ahora hay que empoderar a los equipos para que sean ellos quienes tomen el control sobre las decisiones de su propio trabajo.
Desde Project Management Institute (PMI) insisten en que para que un equipo funcione de manera eficiente se debe modificar el status quo entre colaboradores y gestores. Un líder no es un dirigente, es un guía, un mentor, un maestro que impulsa el desarrollo de sus empleados y los inspira para alinearlos con los objetivos establecidos.
Su trabajo, por un lado, es potenciar las habilidades del equipo, quitarles el miedo a errar y transformar las limitaciones en retos a superar, solo así serán capaces de tomar decisiones innovadoras y que añadan valor, haciendo crecer a la empresa en todo su conjunto.
Por el otro, gestionar la adaptación de sus colaboradores a las nuevas tecnologías, las cuales pueden resultar inquietantes para algunas personas. El líder debe hacer frente a las inquietudes de su equipo y resolver los conflictos de resistencia al cambio.
Para ello, las organizaciones deben contar con líderes capacitados para una gestión transformacional. Hoy en día, un buen líder requiere de una serie de soft skills, o habilidades blandas, que le permitan conectar con sus colaboradores y encaminarlos hacia la visión y misión de la compañía.
Y con esta premisa, la gestión del talento bajo el paraguas de la transformación pivota alrededor de la comunicación: comunicarte con tu equipo de forma abierta y honesta genera un vínculo de confianza clave en para el compromiso, la motivación y la apertura a los cambios.
Hoy en día no se puede ser un buen líder si uno no conoce en profundidad a su equipo: qué les preocupa, cuáles son sus preferencias, cuáles son sus necesidades… Solo así es posible integrarlos por completo en la organización y crear planes de acción útiles que aprovechen el 100% de sus posibilidades.
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