Nuestro modelo laboral, muy anclado a una localización concreta a la que nos trasladamos para trabajar y heredado de la era de la revolución industrial, no ha dado paso a un nuevo modelo integrado en la era digital.
La actual situación de pandemia ha puesto en evidencia que es posible, pero seguimos hablando de activos inmobiliarios, de si la oficina desaparecerá o no desaparecerá. De edificios, estrategias de real estate y no tanto de modelos laborales nuevos.
La innovación no está sólo en la tecnología, sino en la capacidad de las personas en alinearse hacia un nuevo propósito.
Este nuevo propósito, así como en el siglo XIX fue- entre otros-el cambio del modelo social establecido y el acceso de una clase social baja a la reivindicación de una mejora de condiciones de vida, debería estar vincula al cuidado del planeta, a la distribución de recursos y a la inclusión.
Sin un cambio de propósito podemos modificar diseños y herramientas en espacios de trabajo pero no seremos capaces de integrar la tecnología -como aliado- para crear un modelo nuevo que regule y mejore las condiciones de las personas y del planeta.
Esta nueva forma de integrar la tecnología debería contemplar la opción de que sea la persona la que elija desde dónde desarrollar sus funciones y esas funciones deberían estar retribuidas por resultados y no por la vinculación del trabajador a una localización determinada.
Seguimos viendo, como diseñadores de espacios, a muchas compañías adoptar el teletrabajo de forma idéntica entre empleados, “obligándoles” a pasar 1 o 2 días a la semana en casa, motivados más por un ahorro de OPEX, al ocupar menos metros cuadrados. Pero, ¿qué sentido tiene esto?. En un mundo capaz de segmentar, donde una APP puede distinguir miles de clusters diferentes, creamos espacios sin pensar en perfiles, adoptando el teletrabajo como una reducción de coste y una mejora del EBITDA. Sin propósito y sin otro fin.
Hay perfiles que no necesitan la localización para el desempeño de su trabajo. Perfiles que pueden construir el orgullo de pertenencia en eventos programados y en un modelo on line que premie la vinculación a objetivos y cuente con grupos de apoyo. Otros, sin embargo, si necesitan un lugar común donde poder reunirse con partners, clientes y equipos porque necesitan del grupo para crear, negociar o innovar.
El valor del tiempo. Otro gran olvidado
Y luego esta la conciliación. Los tiempos muertos. Los atascos interminables que saturan las horas punta de las ciudades y que pueden optimizase con un modelo híbrido. Un modelo donde los desplazamientos se espacian y crean ciudades más humanas y menos contaminadas.
De hecho, según un reciente estudio de la multinacional Steelcase, 10 de cada 10 trabajadores encuestados a nivel mundial en una muestra de 32.000, declaran que este ahorro de tiempos muertos por desplazamiento es lo mejor del teletrabajo en confinamiento. Este tiempo que han podido utilizar en hacer deporte, dormir más o tomarse el desayuno lentamente leyendo.
La conciliación, de la que poco se habla, es la que se ha valorado positivamente; y maticemos…cuando ha sido posible, porque también todos hemos sido participes de una saturación por no desconexión.
Somos comunidad. Desmontando a Maslow
Son muchas las voces, entre ellas la de Simon Sinek, escritor y motivador inglés, conocido por su concepto de «El círculo dorado», que declaran que cuando Maslow puso en la base de la pirámide las necesidades fisiológicas como comer, dormir o descansar y dejó la afiliación como tercer escalón después de la seguridad, se equivocó. Que el confinamiento mundial al que hemos estado sometidos en muchos países, ha puesto de manifiesto que el ser humano es social y necesita a la comunidad para sobrevivir, y que la afiliación debería estar en la base de la pirámide porque es una necesidad tan importante como comer.
La necesidad de compartirnos, nos equilibra. Y ese equilibrio lo gestionamos también dentro de la corporación a la que pertenecemos. Compañeros de trabajo y amigos que hacen que las jornadas sean mejores, personas con las que creamos vínculos que hemos perdido.
Esta necesidad de comunidad se ha declarado por 8 de cada 10 entrevistados, según el estudio mencionado anterioremente, como lo peor de no trabajar en la oficina, junto con el siguiente punto…
El propósito. Los por qué frente a los qué
Se define como la razón de ser, el por qué. Y establece una forma de hacer las cosas, un ADN, una forma de ser que hace que los que la integran actúen de una determinada manera para la consecución de objetivos.
Cuando pensamos en organizaciones con propósito, seguro que a todos nos vienen a la cabeza empresas en las que hemos o estamos trabajando.
Corporaciones que tienen una razón de ser, que marcan una cultura que aglutina un sentir colectivo. Ese equipo tiene una forma de ser que, como una gran familia, se identifica y es afín a todos.
El propósito no sólo ancla al equipo, motiva y te hace sentir orgullo. El propósito es experiencial. Y esa experiencia de cliente, indudablemente, requiere de un lugar. Y es ahí donde el espacio cobra más sentido, y no cualquier espacio, sino el nuestro, el de los que estamos vinculados al mismo propósito.
Por este motivo, los espacios corporativos serán cada vez más experienciales, más comunes y más híbridos, pero su forma de usarlos dependerá de cada cluster, de cada perfil. Y será un grave error que apliquemos fórmulas porcentuales presenciales no exentas de ahorro. Un grave error que nos impedirá avanzar en el otro gran propósito colectivo, pasar a un modelo laboral nuevo que rompa el paradigma anterior y abra un camino a un mundo más humano, sostenible e inclusivo.
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