La preocupación por la epidemia, el confinamiento domiciliario, el desconfinamiento, el posible nuevo confinamiento, las rupturas de nuestros hábitos, las cargas de trabajo excepcionales o su opuesto, la bajada brusca de actividad, nos someten a mucha presión durante este período, obligándonos a echar mano de nuestros recursos para adaptarnos y resistir. Con la ayuda de Xabi Borteyrou y Franck Zenasni, doctores en Psicología, se nos presenta la oportunidad de reflexionar sobre las dinámicas internas que actúan en cada uno de nosotros a la hora de responder al estrés y sus causas…
El estrés desde la perspectiva de la psicología del trabajo
En el mundo laboral, los principales factores de estrés son bien conocidos:
- falta de tiempo para completar una tarea
- una gran carga de trabajo
- falta de apoyo social
- falta de reconocimiento, sentimiento de incompetencia
- situaciones de tensión o conflicto interpersonal,
por ejemplo.
Pero en el contexto del confinamiento, y luego del desconfinamiento, los factores de estrés se han multiplicado y diversificado todavía más: porque ha sido necesario, en muy poco tiempo y bajo fuertes limitaciones, desarrollar nuevos hábitos, utilizar nuevas herramientas, combinar las actividades profesionales y parentales en casa, o bien encontrarse en una situación de pérdida de contacto social, con temores por el propio trabajo o la propia salud… Ante esta situación de incertidumbre excepcional y sin precedentes, los niveles de estrés individual y colectivo han aumentado lógicamente…
«Ante un alto nivel de estrés, cada uno reacciona de manera diferente, dependiendo de los recursos que sabemos que tenemos a nuestra disposición… o no.»
Ante el estrés… ¡nuestros recursos!
Ya en 1422, en Francia el término «recursos» significaba «capacidades utilizadas ante una situación difícil». Ante la adversidad, la pregunta que se plantea es: ¿qué recursos tenemos a nuestra disposición? ¿En qué podemos apoyarnos? Y la cuestión se plantea tanto en términos de recursos externos al individuo (medios materiales, apoyo, red…) como de recursos internos (competencias, motivaciones, conocimientos, pero también lo que los luteranos llaman «capital psicológico»: optimismo, sentido de la competencia, capacidad de resiliencia, etc.). El estrés también puede definirse (según Hobfoll en concreto; véase el recuadro) como el estrés directamente relacionado con la pérdida de recursos o la amenaza a los que se poseen…
El riesgo de agotamiento…
Ante un alto nivel de estrés, cada uno reacciona de manera diferente, dependiendo de los recursos que sabemos que tenemos a nuestra disposición… o no. Pero -en cualquier caso- cuanto más alto sea el nivel de estrés, mayor será el riesgo de agotarlos también. De hecho, aunque yo disponga de un capital real de recursos propios y sea consciente de ello, no es ilimitado. ¡Cuanto más los agoto, mayores son el estrés y el consumo! De este modo, el desgaste extremo aparece como resultado de esta espiral de pérdida, que lleva de la fatiga al agotamiento, del agotamiento a la despersonalización y concluye con la sensación de pérdida de realización personal. Por lo tanto, resulta esencial aprender a conservar los recursos propios y restaurarlos.
…¡y la necesidad de recuperarse!
Así pues, la recuperación es crucial para hacer frente a las condiciones difíciles a largo plazo. Sobre todo, debemos desarrollar:
- Capacidad de desapego: en el sentido de capacidad de ruptura, saber crear espacios en los que el trabajo no está ni concreta ni psicológicamente presente.
- Verdaderos momentos de relajación: en el sentido de actividad reducida, combinada con estados emocionales positivos.
- Experiencias de control: en el sentido de actividades positivas, que distraigan la atención del trabajo habitual y ofrezcan estimulantes experiencias alternativas.
Aunque las situaciones excepcionales pueden llevarnos a movilizar recursos excepcionales en períodos de tiempo cortos, el rendimiento sostenible presupone saber cómo conservar nuestros propios recursos.
El exceso siempre es, por el contrario, el enemigo de lo bueno…
Para que sea eficaz, esta recuperación debe tener lugar durante un largo período de tiempo: estamos hablando de un proceso o incluso de un esfuerzo de recuperación diario. En otras palabras, tomar varios días de vacaciones seguidos no será suficiente para reponer fuerzas: bastantes datos demuestran que tres o cuatro semanas después de una baja o de las vacaciones regresamos, como media, a un nivel de estrés equivalente al alcanzado justo antes de cogerlas. Por lo tanto, hay que procurar recuperarse (alejarse del trabajo y/o relajarse y/o practicar actividades positivas) por lo menos un poco todos los días…
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