Desde que tengo el privilegio de dirigir un área de personas y organización tan retadora como la de Repsol, a menudo participo en reflexiones sobre liderazgo. Pocos temas apasionan tanto en el mundo del management como las iniciativas dirigidas a reforzar la capacidad de los líderes para impulsar hacia el éxito a sus organizaciones. Hay innumerables aproximaciones para ello, utilizando palancas que van desde el deporte hasta la meditación o desde la digitalización hasta la lectura de los clásicos. El talento de muchísimos profesionales ha producido una auténtica revolución en las últimas décadas en este ámbito. Y, en estos tiempos marcados por la crisis de la COVID, pocas conclusiones son tan unánimes como que se ha acelerado la necesidad de un nuevo liderazgo más flexible, innovador y colaborativo.
Las compañías se dotan de modelos formalizados de liderazgo en el marco de su cultura corporativa. Es el caso de Repsol; priorizamos cinco comportamientos principales: orientación al resultado, colaboración, responsabilización, actitud emprendedora y liderazgo inspirador. Diversas iniciativas buscan consolidar en nuestros líderes una personalidad distintiva y propia anclada en esos comportamientos, de modo que tanto nuestra gente como quienes nos ven desde fuera nos reconozcan con claridad como líderes Repsol.
Pero el liderazgo tiene, además, mucho de estilo personal, de forma de ser, y eso incluye aspectos que van más allá de los modelos corporativos. Todos crecemos como líderes valorando qué cosas nos han funcionado y cuáles no a lo largo de nuestra carrera, y ese aprendizaje forma parte esencial de nuestro crecimiento personal. Nuestros ámbitos personales y familiares son también un gran campo de entrenamiento en habilidades de liderazgo. Y, sobre todo, para identificar los principales atributos del liderazgo nada me ha enseñado más que fijarme en los líderes que admiro que tengo alrededor. De ese ejercicio, prolongado a lo largo del tiempo, he tratado de extraer algunas ideas que pretenden servirme como recordatorio y aspiración, en especial en momentos como los actuales.
Ante todo, un líder tiene que ser capaz de inspirar a los demás, ofrecer metas y proyectos con los que merezca la pena comprometerse. El liderazgo se expresa creando un sentido de propósito en la organización. Para ello es preciso dar contexto: los proyectos cobran pleno sentido enmarcándolos en los objetivos de los negocios y del conjunto de la compañía. Y, a su vez, los objetivos de la compañía deben estar conectados con las prioridades de la sociedad.
Un líder sabe ensanchar el ámbito del “nosotros”. Debe tratar a todos con respeto, naturalidad y sentido del humor, asegurándose de que las relaciones interpersonales en su organización estén marcadas por esos mismos principios. Un equipo tenso y erosionado es el reflejo de un líder tenso y erosionado. El líder debe ser un activo embajador de la diversidad y la inclusión: la diversidad es un valor que el líder promueve, valora, defiende y disfruta. La igualdad de oportunidades y la ausencia de favoritismos tienen que estar asegurados en el ecosistema profesional que proyecta el líder.
El líder tiene la convicción y la pasión necesarias para hacer ver el futuro como él o ella lo ve, y contagia a los demás su deseo de alcanzarlo. Debe saber escuchar, favorecer consensos y ejercer su autoridad con ecuanimidad y sin estridencias. Sobre todo, el líder debe saber, y reconocer, qué es lo que no sabe. Debe crear una atmósfera de confianza propicia para que las ideas se expresen con libertad y mostrar activamente su disposición a aprender de los demás, siendo el primero o la primera en comprometerse con la innovación, las nuevas formas de trabajo, la imaginación y la creatividad.
Mejor será no extenderme más. Sobre todo, porque esto no es sino un punto y seguido. No hay día que no le depare a uno algún nuevo aprendizaje relativo al liderazgo, y más aún en tiempos tan turbulentos como los que vivimos.
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