«Dios no juega a los dados«, fue la reacción de Albert Einstein ante el enunciado cuántico de la superposición de estados. Hasta para una mente tan brillante como la suya -tan inmersa en la observación de los fenómenos asombrosos de la naturaleza- el admitir que sólo una aproximación probabilista podía determinar qué estado de los múltiples posibles presentaba una partícula al observarla…era demasiado. Una constante en el desarrollo de la teoría cuántica. La incertidumbre no se asimila bien; hasta por el padre del relativismo.
Una vez más, la realidad experimental demostró que la paradoja desafiaba a la intuición. Y ganaba consistentemente. Los experimentos mostraban que, bajo ciertas condiciones experimentales, los objetos microscópicos como los átomos o los electrones exhibían un comportamiento ondulatorio, y en otras condiciones, las mismas especies de objetos exhibían un comportamiento corpuscular, de partícula. Y que cuando medimos, ponemos en marcha un proceso que es indeterminable “a priori”. Algunos –Einstein entre ellos- lo denominaron azar, ya que arrojaba distintas probabilidades de medir distintos resultados.
Es un proceso físico que no llego a entender muy bien, pero cuya denominación me chifla. Cuando afirmas que se produce el colapso de la función de onda al provocar la variación abrupta del estado de un sistema después de haber obtenido una medida, se te llena la boca de ciencia y parece que sabes algo. Ignorancia personal aparte, es un fenómeno probado y corroborado: la medición o la observación provocan una modificación en el estado de los sistemas, que albergan múltiples propiedades. La superposición de estados es un hecho.
Sin ir más lejos, una de las características estelares de la computación cuántica es que en ella la partícula puede estar en superposición coherente: puede ser 0, 1 y puede ser 0 y 1 a la vez. Eso permite que se puedan realizar varias operaciones a la vez, según el número de cúbits. En la computación digital, un bit solo puede tomar dos valores: 0 ó 1. De ahí, la potencia exponencial -cuántica- de la nueva era de los ordenadores, sin parangón con la actual.
¿Y cómo se relaciona este principio tan sorprendente con nuestra particular “gestión cuántica de las personas”? Si los fotones, los aminoácidos o los átomos de fósforo manifiestan la superposición de estados que permite la desorbitada potencia de computación de un sistema cuántico, los “quienes” que forman la unidad básica de composición de los sistemas organizativos poseen una complejidad en la superposición de estados mucho mayor. Lo que los convierte en agentes de transformación de la realidad sin rival conocido… si conseguimos que actúen voluntaria y adecuadamente.
El problema de fondo con la gestión cuántica de nuestros “quienes” -las personas, los individuos- es que hasta la fecha tan sólo se han considerado con seriedad dos estados posibles en su existencia organizativa: empleados y otros. Es decir, un sistema binario como el de los ordenadores tradicionales: fulanito o fulanita, o está dentro del recinto empresarial -físico o virtual- o está desconectado. O ficha su entrada o se conecta, o anota su salida o se desconecta digitalmente. Una u otra. “Work-Life Balance”. Pero ésa no es la realidad.
La realidad es que un “quien” manifiesta contantemente una multitud de estados superpuestos, con una probabilidad diversa. Sí, es empleado o no empleado, pero es también padre o madre, amante, amig@, está conectado mentalmente a la empresa un fin de semana, es aficionado a los puzles, simpatizante de un partido marginal, propenso a alergias, enamoradizo, herido por una frase desafortunada de un jefe hace años, católico intermitente, aburrido con su trabajo, adorador de su pueblo, es intolerante a la lactosa…y mil otros estados que influyen sin remedio en su actividad y en la calidad de su rendimiento, con una probabilidad variable en cada momento vital. Viven su propia función de onda. Y vibran de modo diferente con la onda emitida por la empresa.
De vez en cuando intentamos medir su compromiso y su ánimo. Y la pifiamos, aplicando a nuestra concepción binaria de los “quienes” un añadido error conceptual: creemos que estamos inmersos en un sistema clásico en el que la medición es estable y cierta. Nada más lejos de la realidad: nuestra medición colapsa esa fascinante función de onda humana y nuestro “quién” muestra -con bastante probabilidad- el estado que el observador quiere encontrar. Un regalo para los oídos. Una presentación redonda de resultados. La observación modifica el estado del observado y éste se comporta del modo que le da la gana y que mejor responde a su estado de ánimo corriente y a sus prioridades, afirma la teoría cuántica de la gestión de personas.
Pero ¿cómo gestionar entonces tanta complejidad? En primer lugar, creyendo firmemente en la naturaleza diversa de nuestra partícula personal básica y su riqueza emocional. Imprescindible.
A continuación, aplicando las reglas utilizadas en la computación cuántica: consiguiendo la mayor estabilidad del sistema. Operando a bajísimas temperaturas (273 grados centígrados bajo cero), favoreciendo una adecuada tendencia a la superposición. Es decir, siendo lo más coherente posible entre lo que decimos que hacemos y lo que en realidad vivimos día a día en la empresa. La consistencia y el liderazgo del ejemplo consiguen moderar muchos estériles calentones empresariales.
Finalmente, siendo tremendamente respetuosos con nuestra observación y consideración de los potenciales estados de superposición de nuestros “quienes”. En esta época de crisis, la palabra de moda en la boca de muchos directivos ha sido “empatía”. Si es una convicción y no sólo un intento de seducción, nuestros “quienes” estarán más dispuestos -probablemente- a liberar un mayor potencial en un salto cuántico voluntario. Un potencial difícil de obtener por medios “clásicos”.
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