Las relaciones sociales son una necesidad compartida por las personas. Hay mucha literatura al respecto; Maslow las reconocía como básicas en una de las teorías más populares sobre las necesidades que se hayan postulado. El COVID19, además de ser una crisis para el sistema sanitario y una amenaza para la salud de las personas, tiene un impacto colateral en la forma en que satisfacemos nuestras necesidades y en este artículo nos centraremos en la necesidad de contacto y comunicación con las personas de nuestro entorno. La crisis también parece estar aflorando las asperezas que existen con aquellos que tenemos más cerca…, la verdad es que no deja títere con cabeza.
Las relaciones con otras personas nos sirven para sentir que formamos parte de algo más grande; nos proporcionan oportunidades de reconocimiento, entendiendo por reconocimiento refuerzos del tipo: “tienes buen aspecto”, “qué curro te has pegado, enhorabuena”, “gracias, necesitaba esta información”. Al relacionarnos, aportamos valor y crecemos personal y profesionalmente.
Muchas de las relaciones cotidianas que mantenemos surgen a partir de iteraciones muy sutiles, que no buscamos intencionadamente y a las que estamos habituados. Mantener esas relaciones pasa a depender, durante un contexto de aislamiento como este, fundamentalmente de herramientas de comunicación digitales. Ahora bien, ¿desplegamos las mismas habilidades de socialización cuando nos comunicamos en persona y cuando lo hacemos a través de otras herramientas (teléfono, chat, videoconferencia…)? Nuestras formas de expresión y comunicación actuales para las interacciones que no se producen en persona podrían fracasar en algunos casos. Seguramente, nuestra estrategia de comunicación actual nos será útil o no en función del tipo de comunicación que ya hubiéramos consolidado antes con cada persona en cuestión.
Existen, en mi opinión, limitaciones en nuestra forma actual de construir esas relaciones a través de canales digitales, en los que los mensajes se tergiversan con facilidad, donde no se producen encuentros accidentales con personas de un menor grado de confianza y en los que se pierden algunos detalles de nuestra forma genuina de expresarnos. Considero que, en general, tenemos margen de mejora en cuanto a cómo desarrollar vínculos auténticos, fuertes, basados en la honestidad de lo que estamos viviendo internamente y basados en la muestra de reconocimiento y respeto por lo que están viviendo las personas de nuestro alrededor. No es tarea fácil, en cualquier caso, y especialmente con esas personas de nuestro entorno con quienes tenemos un grado de confianza moderado.
Puede que nos haya quedado pendiente después de esta reflexión el resolver qué decimos y cómo; respecto al dónde, existen muchas herramientas para subsanar el aislamiento, herramientas de mensajería móvil, plataformas de videollamada, redes sociales… Estas herramientas nos permiten, a diferencia de los encuentros personales, mantener el contacto y la cercanía con otras personas, independientemente de dónde se encuentren, y esto es una ventaja enorme que de alguna manera ha democratizado las oportunidades de interacción, eliminando barreras de accesibilidad y de flujo de la información. El uso que venimos haciendo de estas herramientas es enorme y en estos días estamos, si cabe, descubriendo secretos en el potencial que tienen; la cuestión es que no todos las conocemos o las tenemos accesibles por igual. Aquellas personas que no están familiarizadas con las herramientas disponibles tienen un hándicap a la hora de satisfacer esta necesidad y el no hacerlo puede despertar sentimientos de distanciamiento como la soledad. El personal que atiende a pacientes en hospitales sabe que estar comunicado con nuestra gente genera sensaciones positivas y reconfortantes, reactivando la motivación, y ésta tiene un impacto positivo en la recuperación de la salud.
Igual que estamos desarrollando protocolos de prevención de la salud y contención de la propagación, deberíamos estar fomentando el uso de las herramientas de comunicación disponibles, facilitando el alcance y el aprendizaje de aquellos que no las han usado hasta ahora.
La comunicación no se reduce a un intercambio de palabras. Está presente en el contacto visual; en mi constatación de que «tú estás ahí y de que tú sabes que yo estoy aquí»; en las reacciones espontáneas que se hacen visibles en nuestros gestos y en el tono de nuestra voz. Una parte fundamental, si no la principal, de la comunicación es la escucha y la escucha recoge una gran cantidad de información no verbal. Cuánto significado puede tener el mensaje cuando nos asomamos al balcón a participar del aplauso colectivo, aunque no haya palabras.
La crisis de comunicación y contacto presencial obliga a muchos puestos de trabajo a realizarse de forma remota. Esto supone el empujón definitivo para dejar atrás la creencia (basada en el miedo y la desconfianza) de que el teletrabajo en sí mismo perjudica a la productividad. Por supuesto, refiriéndonos al teletrabajo en aquellos puestos en los que no es imprescindible estar presente, que son muchos.
Esta crisis nos obliga a replantear la forma en la que nos comunicamos con los demás, el tipo de relaciones que construimos y la responsabilidad, compromiso y autonomía que evidenciamos en nuestros puestos de trabajo. El teletrabajo es una cuestión del presente y con futuro si entendemos que la misión que desarrollamos nos aporta y enriquece personal y profesionalmente. Estos días estamos evidenciando con creces lo capaces que somos de seguir aportando valor trabajando desde nuestras casas.
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