Lo habitual es que cualquier persona que se enfrente a un proceso de selección para optar a un determinado puesto de trabajo se esfuerce en demostrar que sus conocimientos y habilidades técnicas se adaptan al perfil requerido. Nadie se suele plantear que hay otro tipo de destrezas, las emocionales, que también pueden ser importantes para su posible futuro empleador. La capacidad de influencia, de autoaprendizaje, de adaptación al cambio, de creatividad y de intraemprendimiento se han convertido en claves.
Cada vez es más frecuente que en los requisitos de las ofertas de empleo, aparte de la formación necesaria para el puesto a cubrir y el dominio de herramientas ofimáticas, aparezcan aspectos como, y cito ejemplos reales, “habilidad de pensamiento estratégico”, “habilidad de relaciones públicas”, “habilidades de interlocución”, “proactividad”, “inquietud”, “capacidad resolutiva”, “creatividad”, “innovación”, “compromiso” o, incluso, por qué no, “pasión”. Aptitudes que poco tienen que ver con la formación y mucho con la emoción. Las propias empresas, especialmente las de sectores en las que hay escasez de candidatos, utilizan esta parte emocional para intentar atraer talento. Así, repasando ofertas reales, podemos encontrar “compañeros de trabajo inspiradores”, “respeto”, “organización que se preocupa por sus empleados”, “diversidad e inclusión”, “preocupación por la sostenibilidad”, etc.
Pero en muchas ocasiones, especialmente en determinados sectores de formación más técnica, no es fácil encontrar estas habilidades emocionales que requiere el trabajo en las empresas hoy en día. En los sistemas reglados de formación, y me refiero tanto a los universitarios como a la Formación Profesional, se trabaja mucho la cabeza y los conocimientos, pero muy poco, o más bien nada, el cómo ser cuando se terminan los estudios y los alumnos se incorporan al mundo laboral.
Todo ello está llevando cada vez más a las compañías, especialmente las que tienen cierto tamaño, a invertir mucho tiempo, recursos y dinero en formar a sus empleados para que sepan actuar ante los conflictos, gestionar el estrés, la diversidad, liderar grupos o afrontar relaciones en remoto en momentos, por ejemplo, como el actual, en el que la crisis del COVID-19 ha obligado a teletrabajar a las plantillas al completo. Son situaciones en las que los equipos se tienen que comunicar por escrito, a través del correo electrónico o de otras aplicaciones, y no todos los empleados dominan las técnicas de la escritura. Muchas veces, los perfiles técnicos, poseedores de un gran conocimiento, tienen un alto déficit de comunicación a la hora de hacer presentaciones, debates, de relacionarse con clientes. Tienen poco desarrolladas estas facetas. Pueden crear un buen producto, ingenio o solución, pero es fundamental que sepan presentarlo, explicarlo y defenderlo para que se pueda comercializar.
Y no solo eso, hay cuestiones tan importantes dentro de un equipo humano como la gestión del error. Cómo la realice cada individuo acaba afectando al resto de la organización. Es algo a lo que cada persona reacciona de una manera diferente y que puede generar enfado, desánimo e inseguridad en futuros cometidos. Vivimos en una sociedad en la que no se acepta el fracaso y, por tanto, no se nos educa para afrontarlo.
Ante estas carencias en el desarrollo de este tipo de habilidades, las empresas necesitan convertirse cada vez más en escuelas de emociones y, junto a los cursos técnicos, ofrecer a sus empleados programas de desarrollo personal, que por experiencia puedo decir que tienen una gran aceptación. Porque, eso sí, siempre se debe acceder a ellos de forma voluntaria. Uno de los objetivos de esta formación es tomar conciencia de las áreas más débiles y, por tanto, reforzarlas. De ello va a depender, en gran parte, la forma en que se gestionan equipos, la relación con los clientes y, en definitiva, la propia promoción dentro de la compañía. Además, es recomendable que se realice en todos los estratos de la misma, desde los altos directivos hasta los recién incorporados. Porque está demostrado que las personas que son conscientes de sus emociones tienen éxito y se lo transmiten a los demás. Y la suma de éxitos es igual al éxito general.
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