No equivoquemos el tiro culpando a un pobre ser vivo que no ha elegido su misión en este mundo ni tampoco el ser una mera “partícula formada por ácidos nucleicos, rodeados de proteínas, con capacidad para reproducirse a expensas de las células que invaden”. No tienen maldad, ni voluntad, ni capacidad de decisión, ni deseo de daño. No nos quieren matar ni quieren demoler nuestra sociedad. No nos han declarado la guerra ni ríen por nuestras derrotas o lloran por nuestros avances.
El COVID19 es nada más y nada menos que una carga genética, una cápside y una envoltura. No le unen lazos de sangre ni hermandad con sus congéneres ni intenciones de venganza o de supremacía.
Nuestro enemigo, una vez más, está en todos nosotros:
Está en nuestra terca adicción a la urgencia. En nuestra deformada sensación de plenitud hacia lo que es inmediato y placentero. En nuestra ansia de seguridad material. Aunque “prevenir sea mejor que curar”, aunque “los polvos nos hayan traído muchos lodos”, no escarmentamos. Preferimos el minuto siguiente, la siguiente elección, el resultado trimestral, las ventas a la prevención de riesgos, la táctica a la visión…Y nos desarbolamos cuando lo que ha ocurrido centenares -millares- de veces en la historia de nuestro mundo, supera nuestra limitada experiencia como raza de unos cuantos miles de años o tan solo de decenas de años de organizaciones empresariales “de alto rendimiento”. Hoy descubrimos nuevos significados de rentabilidad, de supervivencia, de eficacia; hasta de teletrabajo. Hoy descubrimos un nuevo significado de lo que supone nuestro equipo humano, mucho más allá que una “nómina”, una “plantilla” o unas líneas en el capítulo de gastos.
Está en nuestra ceguera y nuestra sordera a la hora de prestar atención al experto. Al que sabe. Sí, desdeñamos la realidad y la realidad nos ha pasado su desalmada factura. Pero todo se conocía en su maldad potencial. Desde 2007, el aviso era un grito razonado y público; unos científicos chinos habían descrito perfectamente la bomba de relojería que se había instalado en el sur de China y habían hecho pública su alarma. Pero era más fácil seguir viviendo en la ladera de un volcán que tener que hacer caso al experto que nos decía que tarde o temprano tendríamos lava ardiente llamando a la puerta de entrada. En el campo de la gestión de personas, los expertos nos han dicho mil veces que los humanos no son meros recursos y que son la clave de la eficacia organizativa. Hoy, aplaudimos a los médicos y también a enfermeras, celadores, asistentes, limpiadoras, basureros, reponedores, cajeras que con medios de protección -o sin ellos- aseguran nuestra suprema eficacia: seguir vivos. Resulta que sin la entrega de muchos anónimos segundones o de tercera clase, se nos caerían los palos del sombrajo.
Está en el culto a las apariencias y en el gusto por el falso consuelo de las palabras. Aunque la realidad se muestre tozuda, indiscutible o cruel, seguimos manteniendo comportamientos frívolos acompañados de declaraciones efímeras que maquillan nuestro comportamiento irresponsable. La lista de gobernantes que, por decidir colocar la apariencia y el postureo por delante de lo que su adormecida conciencia le recriminaba, han alabado las bondades de sus sistemas de salud, la genética sin igual de sus habitantes, la especialidad de su clima, la fortaleza de sus economías o la supremacía de sus ideologías sobre la carga genética viral…se ven hoy condenados por la realidad -y esperemos que un día por otro tipo de condena- a guardar sus disfraces y su verborrea en el estrecho margen del confinamiento en sus hogares o a rectificar enrojecidos bajo la mirada pública. En el entorno de nuestras empresas, esta crisis ha mostrado claramente quiénes son líderes y directivos con madera y quiénes son meros ocupantes de despachos con gaseosas declaraciones de intenciones. Y lo mostrará aún más la incertidumbre reinante en el futuro próximo.
Está en nosotros mismos. En cada uno de nosotros (y nosotras, admito una). En nuestra habitual tendencia a “pensar como vivimos”, en lugar de “vivir como pensamos”. Apreciamos -en general- a nuestra familia, pero hasta hoy no los hemos empezado a conocer serenamente, profundamente, cotidianamente. Apreciamos a nuestros amigos, pero quizás hasta hoy no hemos corrido el riesgo de perder a uno o no hemos estado en vilo por aquél con problemas previos. Apreciamos a nuestros compañeros, quizás también a nuestro jefe y puede que hasta a nuestras empresas, pero hasta hoy no nos hemos dado cuenta de que o nos une a ellos un propósito que trasciende el de “ganar dinero” como fin y no como medio de algo superior, o en épocas de crisis desapareceremos sin remedio y no contribuiremos a la solución, sino que seremos parte del problemón. Tenemos, tengo, un grave problema de establecimiento y adhesión a nuestras prioridades.
Pero es más fácil elegir a un enemigo externo, feo, con anténulas, con nombre de agente de una potencia perversa que anidaba en asquerosos murciélagos y que ahora lo hace en las barras abandonadas de nuestros bares, en los juegos clausurados en nuestros parques, en los asientos reusados de los aviones que duermen aparcados. Es más fácil proyectar en ese ser vivo sin vida propia, de tamaño minúsculo con apariencia de gigante en nuestras pantallas nuestras limitaciones y nuestros errores.
Pero el COVID19 viene con un espejo como equipamiento de serie. Podemos mirarnos en él e identificar a nuestro enemigo real o elegir como opcional el espejismo de proyectar en él todos los déficits de nuestros atributos humanos.
En cualquier caso, esta guerra tiene otro campo de batalla real. Nuestro enemigo no es el virus.
1 comentario en «No, nuestro enemigo no es el virus»
La verdad, pocas veces se han dicho tantas verdades como puños con tanta elocuencia. Un saludo!
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