Era morena, tenía los ojos verdes y no medía más de metro sesenta y cinco. Después de muchos años había llegado a ser consultora senior en una pequeña empresa de RR.HH. Había comenzado desde abajo, como su padre le había enseñado: “…para ser buena madre, primero has de ser buena hija” eso le decía siempre. Gabriela había empezado como becaria. Corrían los primeros días del año 2000 cuando abandonó su pequeño pueblo de la serranía de Ronda para trasladarse a Madrid.
Al principio, tenía miles de dudas, todas las personas a su alrededor le daban lecciones y Gabriela simplemente sonreía y aprendía. Un día y otro día. Entonces, las cosas comenzaron a suceder de manera natural.
Eran las 12:00 del medio día en aquel octubre del año 2000. Desde su puesto hacinado junto a la ventana en la planta 108 del edificio de oficinas donde trabajaba, se veía toda la Castellana. El teléfono comenzó a sonar y en la pantalla apareció el número de Dominique Baudin, el director de operaciones.
– Dígame Dominique.
– Por favor Gabriela, ¿puedes venir a la sala de reuniones?
– Por su puesto, ¿ahora mismo?
– Sí, por favor, vente.
El corazón le empezó a latir a mil por hora. O renovada o a la calle. Como su sueldo no le daba para ahorrar, irse a la calle significaba volverse al pueblo y adiós a la consultoría. “Si es que ya hay mucha gente en Madrid, para qué habré venido yo aquí…” pensaba de camino a la sala.
-Siéntate por favor. -Gabriela se sentó sin decir nada. – No queremos que estés nerviosa o sea que vamos a ir al grano. Como sabrás, Paula Gonçalves ha salido de la compañía y su puesto se ha quedado vacante. Tu compromiso con la compañía es incuestionable y creemos que tienes un gran potencial. Por todo ello, antes de valorar la incorporación de una persona externa te queremos proponer el puesto a ti. ¿Qué te parece?-.
A Gabriela se le salía el corazón del pecho y a penas conseguía permanecer sentada en su silla. – ¡Por supuesto! -respondió sin tan siquiera preocuparse de las condiciones del puesto-.
“¡CONSULTORA JUNIOR con mi propia tarjeta de visita!”. Ese pensamiento sonaba en su cabeza, con tal fuerza que no se había dado cuenta de su cara de ensimismamiento. Después de escuchar -todo lo que sus pensamientos le permitían- las condiciones del puesto y una vez se hubo tranquilizado, salió de la sala y bajó a la calle a fumar un cigarrillo. Tenía que llamar a su padre para contarle las buenas noticias.
Su primer proyecto transcurrió como se dice que ocurre en los buenos proyectos: se diseña el servicio, se acepta por el cliente, se despliega y se factura. Las palabras concretas de Dominique Baudin fueron: “Gabriela, has hecho un trabajo excepcional con el proyectito de los franceses porque ni me he enterado de que lo has llevado a cabo”. Esa era su forma de reconocer el trabajo bien hecho y Gabriela lo recibía así, como un halago…
Luego siguieron otros muchos proyectos. Los años de crisis llegaron a España pero la pequeña consultora junior no dejaba de crecer como profesional: mayor responsabilidad, más proyectos y más contactos con clientes. Gabriela se había hecho con un papel fundamental dentro de la compañía. Mientras que en España se producían despidos y muchas compañías de la competencia echaban el cierre, tanto ella como la propia compañía eran vistas con muy buenos ojos en el mercado internacional. La fórmula del éxito no era mágica: buen área comercial y un equipo de 8 profesionales muy comprometidos entre los que Gabriela destacaba ya como consultora senior.
Todo marchaba muy bien hasta aquellos meses fatídicos de 2015. Las cañas de los viernes entre compañeros -un clásico en la compañía desde que Gabriela empezó- cada vez eran menos habituales. Había demasiada carga de trabajo y la gente solo quería irse a su casa a desconectar. Las tensiones del día a día hacían mella. La rotación en los diferentes puestos comenzaba a aparecer. Las nuevas incorporaciones eran perfiles muy junior -como cuando Gabriela empezó- pero el volumen de trabajo y el estado de los proyectos no permitía el periodo de aprendizaje necesario para esas personas y, obviamente, los proyectos se resentían. La carga de trabajo era insostenible y la compañía no ponía remedio. Jornadas maratonianas, estrés constante, llamadas a altas horas de la noche para cuadrar horarios con Latinoamérica llevaron a que Marie, una de las compañeras que más había ayudado a Gabriela en sus inicios, presentase un cuadro de estrés agudo con depresión asociada. La baja durante meses, estaba asegurada.
El teléfono de Gabriela comenzó a sonar.
– Dime Dominique…¿qué se ha quemado ya?
– ¿Gaby estás por la oficina?
– Eres tronchante, ¿tú que crees?
– Bueno, pensé que estarías en algún cliente.
– Espera que voy para tu despacho. Dame un segundo.
La reunión fue breve, Gabriela era conocedora de la situación de Marie y sabía que su baja iba a darse en cualquier momento. La solución de la empresa: Gabriela pasaría a gestionar “temporalmente”, hasta que incorporaran a otra persona, los proyectos clave de Marie.
La conversación tuvo lugar a finales de marzo de 2015 y en junio nadie se había incorporado. Los proyectos “casi cerrados” que Gabriela había asumido seguían sin cerrarse y ya se sabe que proyecto no cerrado, proyecto no facturado. El estrés acumulado era grande, muy grande, inversamente proporcional al tiempo que Gabriela tenía para descansar y disfrutar de su vida personal.
Hacía calor y el sol desaparecía totalmente en un atardecer típico de los veranos de Madrid. Como cada tarde de los últimos meses, Gabriela seguía en la oficina y su teléfono comenzó a sonar.
– Gaby soy Dominique, una pregunta rápida…
– Sí, estoy trabajando aún Dominique, gracias por preguntar -interrumpió con toda la sorna de la que era capaz de hacer gala a esas alturas del día-.
– Ya imaginaba, ¡no esperaba menos!
– En fin… dime. -Espetó Gabriela sin contemplaciones-.
– Oye, ¿cuándo cerramos el proyecto de Assessment que Marie dejó casi terminado?
– Pues no sé qué decirte Dominique, porque no me da la vida y no he podido hablar con el cliente. Aún hay cosas que hacer porque el responsable de RR.HH ha detectado varias incidencias en la documentación. Hasta que no lo resolvamos no podremos cerrar.
– ¡Joder Gaby! Ya sabes cómo están las cosas y tenemos que cerrar los proyectos
-las cuentas de la empresa no iban tan bien como años atrás-.
– Espera que me acerco a tu despacho. ¿Estás aquí verdad?
– Sí, vente y me cuentas.
Gabriela recogió toda la documentación del proyecto y se acercó al despacho de Dominique. Cuando llegó, la cara de su jefe reflejaba de todo menos sosiego. Gabriela se puso tensa.
– Hola Dominique.
– Vamos a ver, qué pasa con este tema.
– Pues qué va a pasar, que solo tengo dos manos. El proyecto nunca ha estado bien encarrilado porque desde que se fue Marie he tenido que asumir todo el trabajo.
– Pero… vamos a ver, si este proyecto estaba prácticamente cerrado…
– ¿Cerrado? -Gabriela empezaba a ponerse muy nerviosa. -¡Pero si ni tan siquiera se había impartido la formación para comenzar las evaluaciones y he tenido que organizar de cero las reuniones de comunicación para los responsables de área!
– Bueno, ¿en qué punto estamos?
– Pues en el punto de que el cliente se está quejando y con razón. Se necesitan más apoyos Dominique… ¡Así no se pueden hacer las cosas! – Gabriela no podía más y de un momento a otro iba a romper a llorar.
– Aquí no se necesitan más manos Gabriela, se necesita más cabeza. -Su tono condescendiente no hacía nada más que agravar la situación-.
– Me parece increíble lo que estás diciendo Dominique…
– Es que no haces más que darme problemas en vez de soluciones.
– ¡Pero qué soluciones te voy a dar Dominique! -Gabriela hacía esfuerzos por aguantar las lágrimas-.
– Pues es que si no me das soluciones a lo mejor, lo que debo hacer es quitarte de en medio…
Habían pasado quince años desde que Gabriela entró en aquella pequeña compañía. Había crecido como persona, profesional y había aprendido a base de trabajar duro. Ahora solo trataba de hacer su trabajo lo mejor posible.
– ¿Cómo?… Si eso es lo que quieres, hazlo. – Dijo Gabriela disimulando todo lo que pudo su voz temblorosa-.
– Pues si no me das una solución ahora mismo, dicho queda.
Resonaban en su cabeza las palabras que siempre había oído en casa. Ella era buena “hija”, mayor, dedicada, lo había demostrado con creces. Lo único que pedía era un buen “padre”. Alguien que ante su llamada de auxilio le echase una mano salvadora para seguir remando juntos en la misma dirección, la misma en la que había remado durante los últimos años. Entonces, al ver que esa mano no le salvaba si no que le hundía más, se levantó, recogió sus cosas y se fue… esa, era la última gota.
Los comentarios están cerrados.