El trabajo es para una gran mayoría de personas, la manera de disponer de unos ingresos, es la forma de “ganarse la vida” Tener ingresos permite tener autonomía económica. Pero, tener un trabajo suele ser, y en mi opinión es, mucho más que una fuente de ingresos. Porque el empleo es un ámbito de la vida que contribuye a favorecer la autonomía personal, desarrollar capacidades y facilitar relaciones. El empleo es fuente de identidad y de reconocimiento ajeno y es un cauce muy importante de integración social
Las mujeres sabemos bien lo que esto significa y también los esfuerzos y la voluntad que en numerosas ocasiones hay que aportar, mucho más que la mayoría de los hombres, para disponer de un empleo, lograr reconocimiento y ser feliz en el intento. Un esfuerzo que se suele complicar, si cabe, cuando decidimos impulsar proyectos o asumir responsabilidades directivas
Existen motivos para pensar que el trabajo es un castigo, pero también para mantener otras visiones, porque el empleo es en buena medida nuestra contribución a la generación de valor y de riqueza, nuestra aportación a lo colectivo. Aunque lo cierto es, que las mujeres que a lo largo de la historia han asumido duros trabajos en el campo o en la industria, que han aportado creatividad, innovación, o capacidad de dirección y organización en todos los ámbitos, no han logrado en correspondencia con su aportación un reconocimiento explícito, ni han ocupado suficientemente puestos de responsabilidad relevantes. Hasta el presente las mujeres tienen en general y especialmente en el ámbito económico y directivo, una visibilidad escasa.
Así que es preciso profundizar. Porque, la situación laboral y directiva de las mujeres, no sólo es consecuencia de la falta de reconocimiento de su contribución a la creación de riqueza sino también, y muy especialmente, del papel que las mujeres han asumido siempre en la organización y el cuidado de otras personas, y de manera singular de niños, ancianos y enfermos. El hecho de que, en el transcurso de los siglos, las mujeres hayan hecho posible el cuidado de la familia y de la sociedad, además de trabajar en actividades productivas, ha permitido que los hombres organizaran y dirigieran la economía y la sociedad.
El empeño y el esfuerzo de muchas mujeres, y cada día de más hombres, está logrando que muchas cosas vayan cambiando, y hoy en nuestra sociedad global se reconoce el trabajo y la aportación de las mujeres. Pero queda mucho por hacer todavía, porque la mayoría de las mujeres sigue renunciando o redoblando esfuerzos para mantener, según las etapas de la vida, los posibles equilibrios que le permiten avanzar como persona y como profesional.
El mundo contemporáneo sigue estructurado con el modelo propio del siglo XIX, que en pleno siglo XXI entra en contradicciones evidentes. El impacto y la velocidad de los cambios tecnológicos y socio económicos que se están produciendo, conducen y reclaman un cambio que modifique la presencia, la participación, la visibilidad y el liderazgo de las mujeres.
Es imprescindible que las organizaciones interioricen este cambio y replanteen su modelo organizativo para adecuarlo a las nuevas demandas sociales. Las mujeres han de estar en situación de acceder a todas las oportunidades que permitan su desarrollo personal y profesional. Los planes de igualdad al incorporar la perspectiva de género, aportan oportunidades que permiten avanzar en cambios que sólo son posibles desde “otras miradas”.
En tiempos de incertidumbre y cambios disruptivos como los que vivimos, el liderazgo estratégico requiere de personas con convicción y perseverancia, abiertas a la complementariedad, que sean capaces de tener iniciativa y crear equipos. Personas que hagan que las cosas pasen, que cambien y que mejoren. Personas que crean en el proyecto que impulsan y que amen a las personas que integran su organización.
Construir relato y comunicarlo eficazmente para compartir hacia dónde vamos, cómo y por qué lo hacemos; compartir la visión global, promover innovación, asumir riesgos, potenciar el talento colectivo, generar confianza y confiar, conocer y reconocer a los otros, crear alianzas y consensos, son elementos básicos del ejercicio del liderazgo
Y hoy estamos ante una concepción emergente del liderazgo, en la que la creatividad y la sensibilidad necesariamente están presentes, al igual que la comunicación, en un sistema de organización menos jerárquico, más horizontal, en el que la multilateralidad y la divergencia de perspectivas, pensamientos y sentimientos merecen total respeto. Un estilo de liderazgo emocional, que supone tener confianza en sí misma e iniciativa, capacidad de adaptación y flexibilidad, motivación e intuición, practicar una escucha activa y una buena empatía.
La intuición, la empatía, la disponibilidad para trabajar en equipo y el buen trato, son cualidades muy vinculadas a las mujeres que deberían ser apreciadas en puestos gerenciales y directivos.
Aunque hemos avanzado mucho y cada día más mujeres deciden emprender iniciativas y liderarlas, todavía tenemos unos niveles reducidos de visibilidad pública y de presencia en organizaciones económicas y empresariales, si bien se empieza a reconocer que las mujeres están aportando nuevos estilos de dirección y de liderazgo, más basados en la cooperación y la relación emocional que en la jerarquía, y que no se puede construir una sociedad del conocimiento prescindiendo del talento de las mujeres.
La mayor presencia de mujeres está contribuyendo a renovar estilos de gestión porque se puede arriesgar y tomar decisiones, logrando complicidades, despertando emociones y escuchando activamente.
Muchas mujeres afrontan retos, perseveran con esfuerzo y logran resultados. Mujeres que aportan intuición, comprensión, flexibilidad, visión global y de detalle, creando empatía y afectos. Las mujeres podemos enriquecer la manera de liderar y aportar diversidad. Es un reto al que todos y todas estamos convocadas.
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