En muy pocos años hemos pasado del ‘todo vale si abarata costes’ y de no tener ningún tipo de conciencia social con el medio ambiente a empezar a medir nuestras acciones y las repercusiones que éstas tienen en nuestro entorno.
Y ya era hora, más vale tarde que nunca. Aunque aún estemos a medio camino, por lo menos hemos empezado a darnos cuenta de que no, no todo vale, aunque sea más barato. Hemos empezado a pensar más en el medio ambiente, aunque salga un poquito más caro. Y es que, si no nos ponemos al día, corremos el riesgo de que nuestro público, nuestros clientes, dejen de confiar en nosotros porque seamos perjudiciales para el medio ambiente.
Antes no nos preocupaba si los envases y embalajes tenían más o menos plástico, si los productos eran biodegradables o compostables, ni dónde reciclar cada cosa.
Ahora es como si nos hubiesen activado un chip en el cerebro y hasta nos pone de mal humor ver plásticos innecesarios en todos los productos que nos rodean, exigimos opciones biodegradables y hasta hemos cambiado nuestra forma de comprar.
Como he dicho antes, estamos a medio camino, si no mucho más lejos de conseguir que nuestra sociedad dé un giro radical y empecemos a hacer cosas totalmente innovadoras en cuestión de ecología, erradicar todo lo que suponga un perjuicio para el medio ambiente.
Queda mucho para todas estas utopías, sin embargo, hay muchas cosas que podemos hacer en cualquier empresa para contribuir con la causa. A estas alturas, todos sabemos bastante de reciclaje. Por eso hay acciones tan sencillas como establecer un buen sistema de reciclaje para todo tipo de materiales. Otras medidas de fácil implantación son la famosa digitalización, eliminar todos los materiales de un solo uso que sean de plástico y sustituirlos por materiales biodegradables, proporcionar tazas o botellas reutilizables para que los empleados puedan usarlas en lugar de botellas de usar y tirar… siempre podemos ir más allá, dar una vuelta por las oficinas y prestar atención a todas las cosas que se podrían cambiar y que supondrían un cambio a mejor, por pequeño que sea. Gota a gota, todo acaba sumando.
Y todas las medidas, siempre, deben ser comunicadas a los empleados, ya que para que algo sea eficaz, debe involucrar a todas las personas implicadas. Los cambios a veces cuestan, pero es fácil acostumbrarse rápido a ellos cuando es la única alternativa. De hecho, lo más probable es que los propios empleados empiecen a proponer nuevas alternativas y que se sientan más motivados por poder trabajar en una empresa que se preocupa por contribuir con el medio ambiente.
Es una apuesta segura, ya que podemos reducir costes, tener un equipo más motivado y productivo y aportar nuestro granito de arena por un mundo mejor y menos nocivo.
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