Hace algunas décadas, el sueño de muchos jóvenes era graduarse en una universidad prestigiosa, pues ese era el «pasaporte formal» que los llevaría a un empleo formal y a una carrera exitosa y duradera.
La formación académica representaba un requisito que podía diferenciarlo para el crecimiento profesional, dentro de una excelente organización.
En la actualidad, el sueño del título universitario se transformó en obligación y la garantía de conquista de una vacante en el mercado de trabajo, una estresante incertidumbre.
La globalización destruyó fronteras y rompió viejas barreras estructurales, haciendo que millones de vacantes de trabajo se evaporaran del planeta tierra.
Muchas profesiones han desaparecido, generando millones de desempleados en todo el mundo.
Si el primer empleo formal es extremadamente difícil de encontrar, el último puede ser, extremadamente precoz de mantener. A los 20 años podremos ser considerados inexpertos y a los 40 decadentes.
Esta realidad, que siempre había mejorado el mundo materialmente, nos hace recordar uno de los clásicos del cine norteamericano – Tiempos Modernos – (1936) protagonizado por Charles Chaplin, el «inmortal» Carlitos.
En las sátiras usadas, nos muestra intentos de sustitución del hombre por máquinas. Aumentar la productividad – hacer cada vez más, y mejor, con cada vez menos – era el gran objetivo, aunque el ser humano fuese humillado, como puede ser visto en algunas escenas de la última película muda de esa leyenda del séptimo arte.
La tecnología de la información (TI), acortó distancias y distanció las cercanías, en la práctica, como «producto» esencial en el nuevo estilo de vida de la sociedad contemporánea.
Como ex auditor de un Banco, puedo afirmar que parte de las operaciones bancarias pueden ser consideradas como ejemplo expresivo, de la anterior afirmación.
Frente a las vertiginosas transformaciones tecnológicas, creemos que vale la pena hacer una profunda reflexión sobre uno de los versos de una canción del anciano cantante, compositor y músico brasileño, Gonzaguinha: «la belleza de ser un eterno aprendiz».
El profesional, independientemente de la actividad que desarrolle y que tenga la percepción exacta de lo que representa esa máxima, podrá estar descubriendo por si solo, aquello que marcará la diferencia, en términos de éxito sostenible.
Sobre la competitividad mundial, válida para todas las actividades humanas, concluimos el ensayo, con la siguiente máxima:
«en tiempos de crisis unos lloran, otros … venden pañuelos».
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