Hacer más con menos, tirar millascon la información que hay, lidiar en un mercado saturado de competidores, en un entorno a la baja con mayores costes y menor percepción de valor, estás son algunas cuestiones que se nos presentan en nuestro paisaje diario, y que no son más que consecuencias de la complejidad, rapidez, volatilidad e incertidumbre que nos traen la globalidad y el desarrollo de las nuevas tecnologías.
Ante este “simpático” panorama, y teniendo siempre presente nuestro kit de supervivencia, las personas que nos vemos en el trance de gestionar a otros profesionales con la vista puesta en la mejora continua de los resultados,somos conscientes o al menos deberíamos serlo, de la importancia de motivar a nuestros equipos para generar un entorno de compromiso y confianza, pero¿por dónde podríamos empezar esta labor?.
Probablemente, parte de las respuestas a este apasionante tema, lo podamos encontrar en el mundo de las percepciones, entendidas estas como el conjunto de emociones y sensaciones que los seres humanos desarrollamos en nuestro interior como consecuencia de estímulos, comportamientos, noticias, a las que nos vemos expuestos desde el exterior, y que provocan que nos sorprendamos, emocionemos, que sigamos adelante o que nos frenemos en seco.
Más allá del hecho de que cada uno de nosotros tenemos una manera personal de percibir las cosas, y que está en el ámbito de nuestra responsabilidad y control, el cómo sintetizamos la información y en consecuencia tomamos nuestras propias decisiones ante estos estímulos externos, no es menos cierto que es posible uniformar determinados códigos o comportamientos, que nos permitan interpretar el mapa de la realidad de una manera más sencilla, previsible y homogénea.
Teniendo en cuenta que el valor de la percepción es tan fuerte que condiciona nuestros comportamientos y actitudes, considero que sería realmente eficaz desarrollar un mapa claro y preciso de los elementos que en el ejercicio diario de nuestro liderazgo, podrían provocar emociones positivas en nuestra gente, y por tanto fomentar en ellos comportamientos y actitudes de crecimiento.
Por ejemplo, un estilo de dirección basado en el feedback, en la transparencia, y en la coherencia entre lo que se predica y practica, provocará indudablente emociones positivas entre nosotros y nuestros colaboradores, frente a un estilo de dirección opaco y basado en el ordeno y mando, que provocará un ambiente de rechazo y desconfianza en un equipo con cierto grado de madurez.
Generar un entorno de reflexión donde se comparta el por qué de los errores,y se celebre el progreso o los avances con el equipo, también puede ser una gran oportunidad para generar cohesión y percepciones positivas en el grupo, evitando la sensación de normalizar los éxitos, y penalizar los fracasos.
Contagiar el deseo por el aprendizaje, buscando y fomentando comportamientos de experimentación, retroalimentación y reflexión entre nuestros colaboradores, también puede ser un buen ejercicio para generar emociones positivas en el equipo, y de esta manera desterrar las sensaciones de complacencia y pasividad ante la posibilidad de abrirse a nuevos conocimientos.
Através del ejercicio de nuestro liderazgo, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de influir en el conjunto de emociones de nuestros colaboradores, generando en ellos la convicción de que “tirando del carro juntos”, con entuisasmo, confianza y generosidad, seremos capaces de disfrutar ya no solo de de los beneficios que aporta el logro, sino de la satisfacción que produce el trabajo bien hecho hasta conseguir la meta.
Aprovechando las emociones positivas que nos genera la proximidad del verano, y del merecido descanso vacacional, os animo a que en algún momento del camino, hagamos un receso, y nos concedamos el regalo de tomar perspectiva sobre nuestra capacidad de influir en nuestro entorno, y en definitiva contribuir en la transformación de nuestro ecosistema.
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