El Internet de las cosas, la Inteligencia Artificial, Realidad Virtual o la Robótica, son términos que, aunque parecen alejados de nuestra vida cotidiana, son cada vez más frecuentes en nuestra vida personal y profesional.
Te vas de vacaciones y ya puedes controlar las cámaras de seguridad de tu casa desde tu smartphone o también puedes programar tu aspirador para que realice la limpieza mientras tú estás trabajando, o incluso puedes disponer del espejo inteligente que es capaz, solo poniéndote delante de él de informarte de tu peso, calidad de sueño, hidratación corporal y mucho más…
Y es que no hay duda de que la tecnología influye directamente en nuestras vidas y que se hace totalmente necesaria en nuestro entorno, poniendo a nuestra disposición multitud de sistemas y alternativas con las que disfrutar de una mayor eficiencia y comodidad a la hora de realizar cualquier tipo de proceso.
Estoy seguro de que Graham Bell, cuando patentó el teléfono en 1876, no se le pasaría por la cabeza que un siglo después llegarían a existir secretarias virtuales, capaces de atender el teléfono de forma automática sin necesidad de tener a una persona al otro lado.
Esta evolución tecnológica genera una tremenda incertidumbre en cuanto a la presunta destrucción de puestos de trabajo; ya Mckinsey predijo que en 2030 se eliminarían 800 millones de empleos; esta afirmación ¿será solo una teoría o una realidad?
La robotización, por ejemplo, tiende a eliminar los procesos repetitivos, y ello lógicamente conllevará una reestructuración laboral progresiva, pero que lejos de ser negativa, transformará los puestos de trabajo fomentando la aparición de otros nuevos.
Sin formación no existe transformación y este es el reto de las empresas para esta nueva era, en el que se requiere inversión en la recualificación de los empleados para adaptarles a las nuevas necesidades, manteniendo formación continua a lo largo de toda la vida laboral orientada al manejo de las nuevas tecnologías y la adquisición de las necesarias habilidades para utilizarlas.
Unido a todo proceso de transformación, siempre va a existir un componente fundamental, que son las personas, quienes aparte de abanderar los procesos de cambio, tendrán que afrontar esta nueva era desarrollando una competencia clave como es la inteligencia emocional.
Pongamos un ejemplo de un día cualquiera, en el que tienes programada una intensa agenda de reuniones, debes recorrer la ciudad de un lado a otro, esperar que decenas de semáforos pasen del rojo al verde, buscar el parking más cercano y que por suerte no tenga colgado el cartel de COMPLETO… Todo esto hace que cuando llegas a tu reunión, tu estado emocional no sea el más positivo; pero supongamos que cuanto llegas a las oficinas de tu cliente, cuando la persona que te recibe te sonríe y te mira a los ojos, ¿no te hace sentir único? Y si después de acompañarte amablemente a la sala te ofrece algo de beber mientras llega tu interlocutor, ¿no te hace que te sientas mucho mejor y olvides todo lo que te ha pasado antes de llegar?
La revolución tecnológica ha venido para quedarse, pero las emociones, experiencias y sensaciones que conseguimos crear entre las personas son insustituibles, por lo que está claro que la automatización siempre requerirá de interacción humana par que todo funcione sin problemas.
Este factor hace que empresas como la nuestra, Adecco Outsourcing, decida reinventar los procesos de selección e introducir una competencia clave en ellos: la inteligencia emocional. Y es que como dice Daniel Goleman, precursor de dicha competencia, el éxito profesional viene dado por la capacidad humana de sentir, entender, controlar y modificar los estados emocionales de uno mismo y también de los demás.
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