Cada 1 de mayo festejamos el Día Internacional de los Trabajadores, una fecha que tiene su origen en la revuelta de Haymarket de Chicago (EE.UU.), que tuvo lugar en 1886. Por aquel entonces, nuestros ancestros se unieron para reivindicar una jornada laboral de ocho horas, prácticamente impensable en aquella época. Una petición que, gracias a su lucha y su constancia, muchos de nosotros hemos heredado como derecho.
Un derecho que un buen número de personas no termina de ejercer, en nuestro país y en pleno siglo XXI, por falta de formación y tablas en la gestión de la productividad, tanto propias como de su equipo de trabajo. Hoy en día seguimos pensando que para ser un empleado valioso hay que echar más horas que nadie, y es una idea errónea que tanto los jefes como los trabajadores deben desterrar de sus mentes.
Es importante dar con la clave de la productividad para poder acabar nuestro trabajo en el horario estipulado. Es decir, hacer nuestras tareas de forma óptima en el menor tiempo posible. Y cuando decimos ‘de forma óptima’ no hablamos de perfección, ya que ir al detalle en exceso nos hará perder largos minutos de nuestra jornada.
También nos retrasarán las interrupciones e imprevistos: el teléfono, el correo electrónico, la sobrecarga de tareas… Si queremos ser rápidos y eficaces, debemos fijar nuestra atención en una sola acción, y una vez terminada, empezar la siguiente. Por otra parte, elementos de distracción como el smartphone o las notificaciones de nuestro ordenador también ralentizan nuestro ritmo de trabajo. Por eso, sería positivo silenciar y cerrar toda aquella aplicación que nos despiste (salvo que sea necesario para desempeñar nuestra labor) y marcar en nuestra agenda unas horas determinadas para atender y contestar a correos electrónicos, llamadas, mensajes, redes sociales, etc.
Tareas de Alta y Baja Rentabilidad
Por supuesto, hay que aprender a priorizar las tareas que más beneficios le puedan reportar a la compañía en la que trabajamos y dedicarles más horas que al resto. Se trata de identificar las llamadas acciones de Alta Rentabilidad (AR) y de Baja Rentabilidad (BR), que siempre se destacan en el ‘Método de las Cajitas’, con el fin de que nuestra labor sea especialmente valiosa para la empresa y nos convirtamos en un elemento indispensable para su desarrollo.
Hay que saber discriminar entre hacer visitas y seguimientos de clientes y hacer fotocopias, por ejemplo. Ambas acciones son imprescindibles en el desempeño de nuestro trabajo, pero a la hora de elaborar nuestra agenda diaria debemos dejar mayor margen a la que reporte más beneficios. Por otra parte, es de gran ayuda reservar unos minutos al final de cada día para revisar mentalmente el desarrollo de la jornada: ver en qué hemos fallado y cómo podemos subsanarlo al día siguiente; qué acciones han funcionado bien y debemos seguir realizando, etc.
Una vez creada una rutina de trabajo eficaz en las ocho horas estipuladas es importante hacérselo saber a nuestros superiores para mostrarles cómo los resultados pueden ser iguales o, incluso, mejores sin necesidad de estar doce horas diarias al pie del cañón. Es la mejor manera de derribar falsos mitos y de demostrar que los recursos humanos de una empresa rinden mejor cuando salen a tiempo del trabajo y les quedan otras ocho horas para disfrutar de su vida personal y mejorar su salud. Facetas de la vida que también son imprescindibles para potenciar la productividad.
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